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Si la mayoría actual gana, tendrá que hacer un programa de reformas

«Los intelectuales hacen bien callándose», comentó secamente el filósofo Gilles Deleuze cuando se le interrogó sobre su silencio a propósito de los comicios legislativos. Michel Foucault, Louis Althusser, Lacan y Roland Barthes han mantenido la misma discreción. A los tiempos no lejanos en los que el mundo intelectual se manifestaba públicamente ha sucedido la época del «intelectual ciudadano normal, que de buena o mala gana vota o no vota y se acabó». Algunos, por el contrario, creen que ha llegado la hora para el intelectual de abandonar la teoría para batirse en el terreno electoral.

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Una derrota de la izquierda supondrá el fin de su estrategia unitaria

Así lo han hecho el filósofo e historiador comunista Jean Ellenstein, vencido en la primera vuelta; el académico y escritor Maurice Druon, que se batirá mañana como candidato gaullista, y el filósofo Jean Marie Benoist, enrolado en el giscardismo. Nuestro corresponsal en París, y nuestro enviado especial, Eduardo San Martín, mantuvieron una conversación con este último en vísperas del voto definitivo de mañana, domingo.Jean Marie Benoist, amigo personal del presidente francés, escribió en 1970: «Karl Marx ha muerto.» En un primer momento perteneció al movimiento de «los nuevos filósofos», pero ahora se define como «el primer disidente» de dicho grupo, «porque los Henri Levy y demás -explica-aún votan por la izquierda y no se han atrevido a «matar al padre». El domingo pasado se presentó como candidato giscardiano en una circunscripción de la periferia parisiense contra el líder comunista, Georges Marchais, pero no obtuvo el 12,5% necesario del electorado para competir en la segunda ronda.

EL PAÍS: ¿Cómo explica el resultado de la primera vuelta, contrario a todos los pronósticos, mucho más favorable a la izquierda?

Jean Marie Benoist: En primer lugar, ha habido un factor psicológico importante: el triunfalismo, la intoxicación de la izquierda, que desde hace tres años cantaba la victoria. Después, las intervenciones de Giscard, en un tono gaullista, pero no autoritario, sino monárquico, que ha revelado su madurez política. Este dato ha sensibilizado a muchos gaullistas, como Chaban Delmas y algunos de los llamados «barones», como Guichard, que han apreciado la confirmación de la legitimidad de Giscard. El presidente ha teatralizado el escrutinio, y ha hecho bien, porque los franceses aman el teatro.

EL PAÍS: ¿Y la nueva unión de la izquierda realizada el lunes último?

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J. M. B.: Eso ya estaba preparado. La conclusión última sólo dependía del resultado de la primera vuelta. Durante las tres horas que estuvieron juntos cenaron, simplemente. Esto me consta.

EL PAÍS: La segunda ronda, mañana domingo, se presenta como una batalla tradicional entre la derecha y la izquierda. ¿Lo ve usted así?

J. M. B.: No, no es así. Los franceses no se reconocen en esta clasificación, esto es obra de estados mayores de los partidos políticos, y, en este sentido, volvemos hacia la IV República. No es cierto que todos los partidos de la oposición sean de izquierdas: el PS aglomera socialdemócratas, reformistas, izquierdistas. En el PCF sobrevive el centralismo democrático que no tiene nada que ver con el funcionamiento del PS. La unión es una alianza monstruosa hecha por los hombres históricos del Partido Comunista y los del Socialista. La izquierda francesa es una izquierda del siglo XIX y aún pretende monopolízar la esperanza de las nuevas generaciones. Es cierto que la idea de la izquierda responde a una realidad de nuestra sociedad actual: existen muchas desigualdades. Por esto, la mayoría debe sacar la lección oportuna y hacer un programa de reformas.

EL PAÍS: ¿Quién va a encarnar este reformismo?

J. M. B.: Sólo Giscard tiene la audacia de proponerlas. Y para realizarlas hay que atraer a los socialdemócratas del Partido Socialista. Paralelamente hay que construir la Europa confederal y descentralizar. La legitimidad de Giscard permitirá esta tarea.

EL PAÍS: Legitimidad de Giscard, reformas de Giscard, descentralización de Giscard, Europa confederal de Giscard. ¿Quiere usted decir que uno de los objetivos del presidente sería la dirección de esa Europa?

J. M. B.: Yo no sé qué Constitución europea regiría su destino, pero Giscard como presidente europeo no lo veo inviable.

EL PAÍS: ¿Tiene usted alguna duda sobre el resultado del domingo?

J. M. B.: Ninguna. No hay más que ver cómo ha reaccionado la Bolsa, termómetro matemático. Ganará la mayoría gubernamental.

EL PAÍS: Si así fuere, ¿cómo prevé usted el duelo entre el presidente Giscard d'Estaing, y el líder gaullista, Jacques Chirac?

J. M. B.: No conviene llegar a la ruptura con los gaullístas, pero a mí me gustaría que la carrera política de Chirac se acabara en la alcaldía de París. Para frenar a este hombre simpático, pero nervioso, que es Chirac hay que atraer a los gaullistas más razonables hacia el giscardismo, como Chaban Delmás, por ejemplo. Chirac es un político parroquial, sin la dimensión del general De Gaulle. Por otra parte, hay que consolidar la Unión por la Democracia Francesa (UDF), porque hasta ahora no es más que el resultado de un acuerdo electoral. Es menester que la UDF se presidencialice más y que sea para Giscard lo que la UDR gaullista fue para De Gaulle durante los años sesenta.

EL PAÍS: En el mismo supuesto, de victoria de la derecha, ¿qué ocurrirá a partir del lunes próximo con la Unión de la Izquierda?

J. M. B.: La dinámica de la derrota provocará la ruptura. El PCF quedará contento porque ha mantenido su electorado y porque ha destruido al PS, aunque este último partido hubiese reventado de todas las maneras. Los socialistas harán una purga, eliminando a sus jefes históricos: empezará el crepúsculo de Mitterrand y surgirán los tecnócratas como Michel Rocard. Pero muchos pueden aliarse a nuestro proyecto giscardiano.

EL PAÍS: ¿Cómo resumiría usted la intensa y larga campaña que ha precedido a este voto que se ha considerado histórico?

J. M. B.: La clase política francesa, de la derecha y de la izquierda, ha dado una prueba de mediocridad, por no decir de nulidad, que se ha traducido en un discurso político aburrido, caricaturesco, sin invención. El único portador de algo fresco ha sido Giscard, con la afirmación de su legitimidad en tanto que presidente.

EL PAUS: ¿Quién piensa usted que relevará a esta clase política?

J. M. B.: A estos politicastros tienen que reemplazarlos los filósofos, los intelectuales, los hombres liberales. Hay que abandonar la política abstracta para enfrentarse con la realidad.

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