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El momento literario de Castillo-Puche

Autor de una obra desigual e irregular, en la que junto a títulos apreciables hay otros desafortunados, Castillo- Puche ha dado un giro brusco en su última entrega narrativa. Ha diluido la anécdota argumental, que había venido jugando un papel primordial en anteriores experiencias, ha relegado el estudio de los personajes a un discreto segundo o tercer plano, y ha puesto los elementos literarios al servicio de la temática que domina el hecho narrativo que nos ocupa en este comentario.Todo esto no es nuevo en la novelística contemporánea, pero sí lo es de alguna manera en la trayectoria personal del autor murciano. Un breve recuento y recuerdo nos permitiría subrayar toda esta cuestión en su carrera literaria, demasiado decimonónica y, por tanto, anticuada en líneas generales.

El libro de las visiones y las apariciones

José Luis Castíllo Puc Ediciones Destino. Barcelona, 1977.

Castillo- Puche se había venido moviendo hasta- ahora en esa zona templada del conformismo literario, de lo que ya estaba hecho y no merecía la pena insistir por sabido de antemano, en la que todo o casi todo sonaba demasiado a otros autores. Quizá no fuera la culpa exclusiva suya, y que, sobre todo al principio de su obra, estuviera más relacionada con el total aislamiento que nuestros intelectuales sufrieron en la inmediata posguerra.

En la narrativa española actual intentamos partir de cero, de un cero utópico que niega el pasado próximo, del que en definitiva es heredero. Es inútil, por innecesario, advertir que en este intento de ruptura con una literatura de la que se está disconforme reside la auténtica experimentación literaria. El deseo de cambio en nuestra literatura, la que se está escribiendo ahora mismo, es obvio, pues.

Es significativo que haya sido Castillo-Puche el que se haya decidido por cambiar de rumbo. Y lo es porque él respondía a esa conciencia literaria que me he permitido definir como decimonónica, sin que en mis palabras exista la más mínima intención peyorativa. La novela de Castillo-Puche me parece un intento válido de subvertir el orden literario muy concreto y específico que reinaba en determinada parcela de la literatura española de los últimos tiempos. La obra es convincente no solamente desde el punto de vista personal de la evolución del autor, sino, lo que es más importante, desde la perspectiva colectiva que el crítico debe tener presente en el momento de un análisis literario.

Castillo-Puche trata un tema muy importante: el de la educación de un niño en un pueblecito español muy católico a manos de una sociedad muy católica. Educación que será el resumen de la represión, del fanatismo y de la locura colectiva de una clase social cerril y dispuesta a cualquier tipo de oscurantismo que aniquile el espíritu humano. Ese infierno personal de la infancia traído a la actualidad, sin nostalgias ni sensiblerías, a través de otro infierno, el de la memoria, es ocasión memorable para que el autor nos recuerde que esa sociedad existe y ha existido, imposibilitando el progreso de un pueblo que inevitablemente estaba en sus manos desde muy pequeño. Por parte del protagonista -y es inevitable la referencia autobiográfica- existe el deseo de huir de aquella situación, de aquel pueblo de iluminados y Posesos, deseo que se cumple en realidad, en parte, mediante una liberación de la custodia a que estaba sometido, realización que es una venganza que el narrador se toma en nombre del protagonista y, quizá, en el suyo propio.

Si este tema es importante, en definitiva la liberación del hombre de las ataduras de una sociedad que no solamente no sirve para nada, sino que deforma a sus individuos hasta más allá de la enfermedad física y mental, no lo es menos el tratamiento que el novelista le da. Es ahí, y no en el asunto, donde reside la auténtica valía de esta obra. La prosa de Castillo-Puche es elaborada y trabajada, manipulada y manejada hasta el punto de que parece como si el narrador se quisiera distanciar de la materia narrativa para que el discurso literario adquiera la independencia necesaria del autor y quede reforzado su carácter autónomo. Dentro de una línea general de neobarroquismo, que sería el marco en el que se incluye la obra, la orquestación literaria no renuncia a otras manifestaciones que enriquecen la novela y subrayan ese aspecto rupturista que señalaba al principio del comentario. Sin renunciar al carácter testimonial que posee, CastilIo-Puche pretende darle: un esquema parabólico de narración oral, dentro de la escritura. Así, los cambios de ritmo van desde una supuesta sencillez hasta el esperpento sin abandonar el lirismo y la ternura o el disparate delirante. Todo está recordado y contado.

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