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Homenaje de la Real Academia a Alcalá Zamora

En la misma sesión se celebrará el centenario de Juan Gallego, Ricardo León y Julio Casares

Las Memorias del primer presidente de la Segunda República española, Niceto Alcalá Zamora, que acaba de publicar Editorial Planeta debieran ser leídas con detenimiento y atención por todos los que se preocupan, de alguna u otra manera, de la realidad política de nuestro país.Las Memorias de Alcalá Zamora tienen un valor inestimable. Le tocó protagonizar un cambio de régimen, cuyo tránsito fue pacífico de verdadero milagro. Se encontró no ya con un vacío de poder, sino con una ausencia total de poder. El poder auténtico, la fuerza, la seguían teniendo los servidores del antiguo régimen. En la calle había pasión, entusiasmo, odio y algarabía. Los partidos políticos no eran organizaciones potentes y disciplinadas, sino, en su mayor parte, pequeno grupos minoritarios que servían a su señor. Había que crear unas Cortes Constituyentes y hacer una Constitución y una ley Electoral. La situación económica se resentía de la crisis mundial del año 30. Las altas clases financieras veían con temor y cautela al nuevo régimen, temerosas de perder sus seculares privilegios. Se presentaban, con más radical agudeza, las reivindicaciones regíonalistas y autonómicas.

Estaban a la orden del día las volubles contradanzas y una legión de oportunistas querían congraciarse con el estrenado sistema para obtener cargos, prebendas y beneficios. Por otra parte, bullían los profesionales de la revolución que no aspiraban a transformar la sociedad, sino destruir el Estado, para partir de cero, de la totalidad de la nada.

Y en estas circunstancias Alcalá Zamora pretendía -según sus palabras- instaurar un régimen «evolutivo, moderado, progresivo, pero de orden, no anárquico o epiléptico». Posiblemente pretendía demasiado.

En su obra, La España del siglo XX, el historiador Tuñón de Lara, refiriéndose a estos momentos críticos, escribe: «El nuevo régimen se presentaba como el liberalismo en acción en pleno siglo XX, teniendo que afrontar a la vez su propia problemática interna y el peso de unas estructuras arcáicas que urgía desarraigar. Era aquella una nueva cita con la historia a la que España llegaba no sin cierto retraso. El tren de la historia universal era ahora mucho más veloz y de tomarlo o perderlo dependía el porvenir de España para varios decenios.»

Intuición histórica

No creo que fuese el exceso de velocidad lo que impidió tomar el tren. Quizá por un problema imperativo y de cariz insoluble, la falta de intuición histórica, la política que hacían unos y otros era poco clara. Y las tinieblas cubrieron el horizonte. Y vino lo que vino, comprometiendo el porvenir del país por varios decenios.Al leer estas Memorias de Alcalá Zamora se siente la inclinación de consultar las que con el título, La paz fue posible, se publicaron de Joaquín Chapaprieta, otro destacado político de la época, cuyo primordial objetivo era llevar a cabo también una política de centro.

Hay demasiadas discordancias y suspicacias. Los hechos se interpretan con distinta óptica. Se observa que la desconfianza y el mutuo recelo atenazaban la voluntad de aquellos hombres.

Chapaprieta nos cuenta la entrevista que tuvo, el 31 de marzo de 1936, con Alcalá Zamora, poco tiempo antes de que se desintegrasen trágicamente las discordias nacionales, en la que le dijo: «Señor presidente, por suerte o desdicha suya la historia de España le ha reservado un papel de la más extrema importancia, que puede abrirle las puertas de la gloria y del eterno agradecimiento de los españoles haciendo de usted una figura excelsa, o pueda convertirle, a pesar de todas sus rectas intenciones, en una figura vilipendiada. La. tragicomedia que se representaba iba a desembocar fatalmente en la guerra civil.

Estas Memorias, escritas en la emigración, como las del marqués de Bradomín, de Valle Inclán, dejan una estela inconfundible. La buena fe del autor. No discutimos que en su acción política pudiera cometer errores y equivocaciones. Pero nunca anidó en su espíritu la mezquindad ruin y la envidia cainita, ni la ambición desorbitada ni el despotismo cruel y cínico. Son extraordinariamente interesantes sus comentarios sobre los personajes y personajillos que le rodearon. Son juicios de valor sin rencor ni ira.

Y aún tiene el humor de relatarnos curiosas anécdotas, con el talante gracioso del típico andaluz. Cuando el Congreso vota la destitución del presidente; Pedro Rico, el alcalde de Madrid, que le debía el acta de diputado a Alcalá Zamora, es el primero en votar afirmativamente en la lista de los componentes de la mayoría. «Creyóse en el caso de explicar esta premura -dice Alcalá Zamora- y me envió un recado diciendo que la prisa no obedeció a malquerencia y sí a apetito para aprovechar un convite a mariscos y vino. La conducta dio la medida de su gratitud y la explicación la de su finura.»

Nos cuenta cómo el embajador japonés fue a visitarle con el ruego de su Gobierno de que se limitase el brío de nuestro representante en la Sociedad de las Naciones, cuando se discutían los asuntos del extremo oriente. Se trataba de Salvador de Madariaga a quien en Ginebra llamaban, por ese ardor: Don Quijote de la Manchurria.

Son patéticas las impresiones que hace sobre la amistad por la humanidad que encarnan. Cuando fallece su esposa en el amargo exilio sólo recibe unos cuantos telegramas de pésame. ¿De sus amigos políticos que tanto le debían? No. De un farmacéutico de Luque. De un obrero de Priego. De un humilde aldeano de El Cañuelo.

Sencillamente estremecedora es la flaca condición humana. Qué verdad es, que la conciencia está impresa en la vida de cada cual con letras mayúsculas y va gritando en el repertorio de nuestros actos visibles y tangibles. Por tanto, inútil hacer aspavientos de otrora y andar verbificando sobre la conciencia.

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