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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La autonomía no puede aplazarse más

¿Qué querían el millón y medio de catalanes que se manifestaron el día 11 en Barcelona? La respuesta es sencilla: querían la autonomía para Cataluña y el restablecimiento de la Generalitat. Con diversos matices, de manera distinta: pero todos exigían la devolución de las seculares instituciones catalanas, y en ello sí que había completa unanimidad.El problema catalán no es, pues, uno de aquellos asuntos que se dejan encima de la mesa y se resuelve solo, sistema que, dicen, gustaba practicar el general Franco. Este es un asunto urgente que no admite aplazamiento. Aquella muchedumbre iba a manifestarse civilizadamente -muy a nuestra manera-, sin grandes gritos, ni estridencias, pero con firmeza. La Diada se convertía en una jornada de lucha, de afirmación, de advertencia. Quizá faltara en nuestra fiesta, que era muy nuestra, algo de alegría, pues no podía ser todavía, ¡ay!, un día de celebración para lo que faltaba la autonomía, la Generalitat y su presidente.

Habrá que decirlo con cuidado, como si nos moviéramos entre frágiles figuras para no lastimar a nadie, pues tenemos aún las heridas abiertas, pero habrá que decir lo de todas maneras: si algún partido, satisfecho de la actual correlación de fuerzas, contento con la situación de los peones en la partida de ajedrez, intenta retrasar has ta después de las elecciones municipales el restablecimiento de la Generalitat por miedo a que éste suponga -como supondrá- un cambio en los votos; si el Gobierno, con la disculpa de que los cata lanes discutimos el sexo de los ángeles o nos planteamos el pro blema de saber si el agua está lo suficientemente caldeada para poder meternos en el baño, si, con este pretexto, el Gobierno envía a las Cortes el proyecto renunciando al decreto-ley - tal como quieren El Alcázar, López Rodó y Fraga-, que sepan partidos, Gobierno o quienquiera que sea, que incurrirán en una grave responsabilidad histórica de dramáticas consecuencias.

Que no nos vengan ahora con el argumento de que algunos conocidos adversarios de Cataluña y de la democracia se apuntan estos días a la solución propugnada o aceptada por el presidente de la Generalitat. No nos importa el desvergonzado oportunismo de los que abandonan el barco: no caeremos en el error de suponer que los enemigos de nuestros. enemigos son nuestros amigos, error que, en política, suele pagarse caro.

En cualquier caso, sea quien sea quien lo patrocine, iniciar en estos momentos una campaña de descrédito y difamación contra quien ha convertido la Generalitat en un hecho tangible al alcance de nuestra mano, contra aquel que la conservó, intacta e incontaminada, atacar al presidente Tarradellas, digo, es, prescindiendo de calificativos morales rotundos, una enorme torpeza política. Y una incongruencia, pues todos los partidos políticos democráticos dijeron, en su busca de votos, que el restablecimiento de la Generalítat pasaba por el retorno, como. presidente, del señor Tarradellas.

Me sucede sobre este particular lo mismo que cuando oigo el grito de «España, mañana, será republicana». No, no es exacto. No sé lo que será pero si España deja mañana de ser monarquía será una dictadura. Y digo algo parecido de Cataluña: la autonomía será efectiva con el presidente Tarradellas o no habrá autonomía en mucho tiempo.

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