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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Show en el aire

La desigual carrera de John Frankenheimer, desde sus comienzos en televisión, va desde películas logradas, como El hombre de AIcatraz, recientemente conocida por los espectadores españoles de lit pequeña pantalla, a El mensajero del miedo, a medias entre la política y la ficción, centrada en la época de las persecuciones de Mac Carthy. Años más tarde nos llega este filme, también a medias entre la aventura y la actualidad política, con influencias de los, seriales más o menos violentos, que habitualmente, suelen servirse en los hogares y en los que todo: argumento, secuencias, personajes, se halla sacrificado a la acción por la acción.Esta vez se mezclan en un relato demasiado largo comandos ísraelíes, el FBI y Septiembre Negro, unos luchando por lograr un atentado espectacular y los otros pugnando por impedirlo. La trama en sí es pueril y aparece claramente plateada al servicio de unos medios generosos. La narración, más que técnica, es fría, impersonal, sin que una sola veta de humor consiga aliviar la demasiado larga y gratuitarnente complicada preparación del atentado. Todo cuanto se narra, protagonistas incluidos, se evidencia arrancado de la realidad más inmediata, pero de una realidad superficial hilvanada apresuradamente, lo suficiente para que el público la reconozca, no en su perfil humano, sino en la simple anécdota de unos h echos que «le suertan».

Domingo negro

Basada en la novela de Thomas Harris. Guión de Ernest Lehman. Dirección: John Frankenheimer. Fotografía: John A. A lonzo. Protagonistas: Robert Shaw, Bruce Dern, Marthe Keller. Color. EE. UU. Aventuras. 1977. Local de estreno: Palafox

Sin embargo, y a pesar de lo confuso del planteamiento, en el que un exceso de fechas y lugares acaba por convertir el relato en un complicado rompecabezas, poco a poco, y a fuerza de referencias casi siempre verbales, la historia consigue concretarse aun sin llegar a tomar vuelo. Aun dentro de su complicación ingenua y gratuita, destinada a mentalidades más o menos infantiles, admiradoras de un «cine moderno», alcanza valor en la media hora final, ya rumbo al desenlace, cuando de pronto se convierte en espectáculo. Ese doble espectáculo: el del partido de rugby y el duelo-show en el aire entre el helicóptero y el dirigible, entra de lleno en la tradición americana de una cinematografía aficionada a los efectos especiales.

La lucha entre los terroristas y el jefe de comandos, la estampida final de los espectador les y el desenlace, con el protagonista victorioso colgado en el vacío, nos trae a la memoria vagos recuerdos infantiles cargados hoy de enseñanzas sobre el cómo, dónde y por qué matar, colmados de pretextos para ello, de pasión por las armas cada vez más sofisticadas, una edad transformada en evidente desprecio por la vida del hombre, en un nuevo episodio de exaltación justificada de la violencia por la violencia.

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