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Si la muerte atroz

De don Javier de Ybarra sirviera, al menos, para liquidar cualquier residuo de apoyo al grupo terrorista ETA que entre la población vasca pueda subsistir, el sacrificio del gran filántropo bilbaíno no habrá resultado totalmente baldío.Ha quedado demostrado, para aquellos que aún creyeran en el halo romántico de la lucha «desinteresada» y «heroica» de los etarras por su propia concepción de la patria vasca, que hoy día no queda más que una banda de facinerosos que secuestran a un hombre rico, piden mil millones, y porque no obtienen el dinero que piden -¿o sí lo obtienen?-, le asesinan a sangre fría. Son unos delincuentes de derecho común, que cuando todos los presos políticos vascos están fuera de la cárcel, cuando las posturas nacionalistas más radicales han ganado el apoyo electoral, escaso pero suficiente, para estar representadas en unas Cortes democráticas, a través de los representantes de Euskadiko Ezkerra, la justificación posible de un asesinato de ETA debe desvanecerse hasta para los que propugnen las más avanzadas actitudes revolucionarias. (...)

Madrid, 23 junio 1977

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