Un anticuado panfleto
Sí la memoria no me falla -o no se trata de alguna curiosa coincidencia de nombres y apellidos- Eduardo Manet estrenó en Madrid, hace bastantes años, una introvertida fantasía llamada Scherzo que tenía una vertiente poética discreta aunque no muy válida teatralmente. Si se trata de la misma persona el giro copernicano no le ha llevado a buen puerto: Las monjas son una resultante mal digerida de altas dosis del habitual teatro crítico y el habitual teatro de la ambigüedad. El texto tiene, posiblemente, algunos años y sólo así se explica el énfasis ceremonial, el mimetismo -para decirlo púdicamente- de escenas completas, la rimbombancia parlera, ciertamente deliberada pero no por eso buena, la gratuita agresividad y la tópica reiteración sin mordiente de los más anticuados esquemas del teatro panfletario. ¡Por Dios, qué énfasis! Pasar de un teatro servil a un teatro revolucionario no autoriza a creer que se va a crear algo importante sustituyendo una pesadumbre teatral por otra. El teatro desgasta porque quizás los espectadores no somos tan tontos como el señor Manet nos imagina. Un tópico es un tópico aunque se vista de seda a la rica señora de Las monjas y aunque en este aluvión de papeles cambiados hagan los hombres de monjas forzando la crueldad de los ceremoniales previstos. Todo sigue siendo tópico, visto, revisto, manido y remanido. Lo siento. Yo esperaba de esa nueva Cuba, enfebrecida y concienciada un mensaje más personal. Lo que he visto es el ya tópico teatro crítico europeo mal traducido y exasperado. Genet es un genio. Manet es un imitador sin misterio ni encanto. No vale.Hablando de Genet hay que citar cuanto antes el espléndido trabajo de Antonio Corencia que no hace mucho interpretó y dirigió una inolvidable versión de Las criadas. Su concepción del espacio escénico de Las monjas es un pequeño prodigio. Y su lectura del texto integra un impecable pensamiento dramatúrgico que aclara, explica y aun propone una interesante versión del texto: las representatividades acosadas por una revolución exterior se fagocitan mutuamente sin necesidad de ser directamente atacadas. Este exterior sólo presiona -gran hallazgo- de una forma musical. Con eso basta para el desencadenamiento de las pasiones teóricamente aliadas de unos seres llamados a desaparecer. Pues tiene mucho talento y muy buenos mimbres Antonio Corencia. Porque esa interpretación es lo único importante que hay en el Arlequín, hablando en puros términos teatrales. Ese panal aéreo, esos choques físicos, esa estupenda música de Encinar e incluso la vena abstracta de la marca interpretativa sirven a Corencia para explicitar sin equívocos lo que quiere decir y la forma elegida para decirlo. La prueba está -se dice con reconocimiento- en su propia interpretación, que reitera, en cierta forma, la composición de Las criadas y que no pueden seguir Alberto de Miguel y Juan Pastor.
Las monjas, de Eduardo Manet
Director: Antonio Corencia. Intérpretes: Paca Ojea, Antonio Corencia, Juan Pastor y Alberto de Miguel. En el teatro Arlequín.
La cosa, en fin, está clara. No hay representación teatral posible sin espectadores en la sala. No hay representación teatral posible sin espacio escénico ordenado, dirección clarificadora y actos de interpretación lúcidos y completos. Y no hay representación teatral posible sin texto. En Las monjas falla el texto y falla todo.
Babelia
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