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La tormentosa relación entre espíritu y literatura

El libro que dedica Juan Liscano -poeta y ensayista venezolano al estudio de la tormentosa y confusa relación entre literatura y espiritualidad -entendiendo por tal los intentos y anhelos del espíritu para alcanzar su más, íntima y profunda realizaciónse inclina más hacia el examen y constatación de los logros alcanzados en este terreno. El autor está más interesado en la forma de obtención de esa realización íntima, tan próxima a una actitud mística, que en la valoración de la literatura surgida a impulsos de tal aspiración.El creador de una obra literana se estudia, sobre todo, en su esencia de artista, de ser agónico que procura su salvación personal y escoge la literatura como medio particular de esta salvación. El artista, hombre esencialmente religioso, ha de emprender los ritos de pasaje característicos de toda religión y ascesis -Liscano ofrece una ejemplificación de la importancia de los móviles religiosos en las actividades más esenciales del hombre, siguiendo así las directrices que informan las exposiciones de Mircea Eliade (1). No se contenta con la vida que le ofrece una sociedad materializada, se niega, en definitiva, a la desacralización de la sociedad, y reivindica su espiritu por encima de todo.

Juan Liscano

Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa. Seix Barral. Barcelona.

Pero la conversión del arte en religión, aun cuando se trate de una religión privada e intimísima que prescinde de los ritos externos y colectivos, constituye un enorme riesgo. El artista no puede compartir ni aligerar su peso -sus anhelos de perfección y trascendencia-, como sucede en las religiones institucionales, y ese peso puede acabar con él, cuando menos, con la literatura. El ansia de espiritualidad, que trata de encauzarse a través de la creación artística, puede llegar a teñir de tal modo las raíces mismas de la Creación que ésta pierda su sentido propio. Liscang avisa: cuando el artista trata de salvarse a través de la literatura errará la literatura porque su preocupación primordial en el acto de la creación no es la creación misma, sino la de salvarse.

Los capítulos dedicados a Rimbaud, y Hesse son, en mi opinión, los más interesantes. Liscano trata de indagar en los motivos últimos que llevarorr a Rimbaud al abandono de la literatura, para la que estaba tan excepcionalmente dotado. El poeta no lograba conju ntar la angustia que le produzca su salvación personal con su entrega al arte. Después de su ruptura ton Verlaine, Rimbaud sufre un cambio radical. El arte lo podía resolver sus anhelos y Rimbaud se transforma, al menos aparentemente, en otro hombre. El precio que paga por esta transformación es el silencio.

En Hesse encuentra el mejor ejemplo de una buena convivencia de literatura y espiritualidad. Hesse -y Liscano se refiere sobre todo a Derniani- supo dar al César lo que.era del César. En su opinión, la segunda parte de Demian se enriquece con las consideraciones teóricas sobre una nueva religión y visión del mundo -desarrolladas siempre en términos de ambigüedad literaria-. Este punto de vista es, desde luego, discutible. Pero Liscano admira la capacidad de Hesse de sintetizar sus anhelos espirituales con la obra de arte. El artista es consciente de los límites decada experiencia: la personal-existencial y la literaria, y sabe cómo fundirlas.

En D.H. Lawrence ve el ejemplo, de algún modo fallido, de la invasión de la espiritualidad en el campo de la literatura El hombre que murió, La serpienie emplumada. La literatura no, se sirve a sí misma, sino a la idea, con lo que se ve afectada negativamente.

Marcos Varga, héroe de Rómulo Gallegos, participa de los rasgos de Rimbaud y Lawrence. Trata de regresar al pasado para lograr su salvación personal, pero su intento acaba en fracaso. Es héroe y antihéroe.

El libro concluye con una serie de consideraciones, sobre todb de incógnitas, sobre el futuro de la literatura. Hay que leerlo a partir de este presu puesto: la voluntad de superación espiritual del hombre y su íntima relación con las raíces mismas de la creación artística. Y el nexo-último de ambas necesidades con una teoría de las religiones. (Hay que resaltar que el autor se preocupa mucho de esta relación última, su referencia a las doctrinas de Krisnamurti es constante.)

El aviso de Liscano -aun cuando sus análisis puedan ser discutidos- es, en este sentido, certero. Porque la entrega al arte es siempre parcial, relativa, contingente. Esta es una de las paradojas y traiciones que el artista ha de aceptar. El arte no ofrece, por fortuna o no, la salvación personal. El camino -e incluso el final del. camino- está, por eso, lleno de deserciones.

(1) Mircea Eliade. Lo sagrado y lo profano. Guadarrarna, Madrid, 1967.

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