"El cristiano no puede militar en partidos que defiendan el totalitarismo"
Bajo el título de Los totalitarismos, el cardenal Tarancón publica esta semana en Iglesia en Madrid, su habitual carta cristiana, que en esta ocasión es la novena dedicada al tema de Los cristianos y la política
El hombre tiende —comienza el texto del cardenal—, casi instintivamente, a imponer sus propios criterios porque cree que son los mejores. Es fácil sentirse en posesión de la verdad, de toda la verdad, y creer que hacemos un servicio a los demás coaccionándoles para que la acepten. Al fin y al cabo, decimos, la verdad es un bien supremo y nos parece justo emplear toda clase de medios para difundirla, para defenderla, para imponerla a los otros.
Nosotros, los católicos, que estamos en posesión de la verdad religiosa, hemos cedido, no pocas veces, a esa tentación. Creíamos que el mayor bien que podíamos hacer a los hombres y a los pueblos era obligarles a que aceptasen el mensaje de Dios Salvador.
No nos dábamos cuenta de que Dios —el omnipotente— no obra de esa manera. El hizo al hombre libre, responsable de su propio destino, y respeta siempre esa libertad. No quiere servidores a la fuerza, sino que exige la aceptación de los hombres para que los dones que reparte gratuitamente fructifiquen en cada uno.
El decreto del Concilio sobre libertad religiosa aclaró definitivamente esta verdad. Todos los hombres tienen el deber ineludible de buscar la verdad religiosa, que está en el cristianismo. Pero a nadie se le debe imponer esa verdad.
Y la autoridad —-añade el documente— está obligada a procurar y defender la libertad religiosa de todos los ciudadanos, en su ordenamiento jurídico.
La razón última y radical por la que no es lícita esa imposición es porque se opone a la naturaleza humana tal como ha sido creada por Dios. Es inhumana. Y lo inhumano no puede ser cristiano.
Orden político
Es verdad que en el orden politice, en el que el bien común es el objetivo supremo, la libertad de los hombres estará siempre condicionada por ese objetivo. y puede darse el caso de que «por razones de bien común se restrinjan temporaImente el ejercicio de los derechos», propios del hombre. Un régimen autoritario puede ser, en algunas circunstancias concretas, la única solución viable para un pueblo. Pero un régimen totalitario o dictatorial, además de sumamente peligroso, será siempre un mal, aunque en alguna ocasión pueda ser un mal necesario, como una operación quirúrgica.
El Concilio dice que «es inhumano que la autoridad política caiga en formas totalitarias o en formas dictatoriales que lesionen gravemente los derechos de la persona o de los grupos sociales», Y ya he dicho que lo inhumano no puede ser cristiano.
Nombre
El cristiano, por lo tanto, no puede dar su nombre a partidos que defiendan el totalitarismo, en cualquiera de sus aspectos, como norma de convivencia. Como tampoco puede alistarse en los que preconicen la violencia para apoderarse del poder: el fruto de la violencia es, casi ineludiblemente, la dictadura totalitaria.
Es lástima —además de inexplicable en una sociedad que se preciaba de ser cristiana— que la polarización extremista de las posturas políticas —y lo que era peor, político-religiosas— haya hecho posible la frase de dos Españas incapaces de convivir en paz. Y que una y otra se organizasen y actuasen para vencer a los adversarios, no para integrarles en una tarea común.
Sería una verdadera pena que no aprendiésemos ahora las lecciones de la historia —que tantas veces ha estado teñida de sangre de españoles en contiendas intestinas y en verdaderas guerras civiles— y volviésemos a plantear el futuro con afanes exclusivistas y totalitarios.
Gracias a Dios, ha cambiado notablemente el talante de la nueva generación y creo que es este el momento oportuno —-providencial— para que ensayemos otro clima y otro género de convivencia política y social. Siempre, claro está, que acertemos a olvidar lo pasado y. sin ánimos de revancha, trabajemos todos por una sociedad más comprensiva, más dialogante, más justa, más libre; definitivamente más humana.
Totalitarismo
Los totalitarismos nunca solucionan definitivamente los problemas de la convivencia. Si acaso, los aplazan, para que reaparezcan después con mayor virulencia. Los totalitarismos, de cualquier clase que sean, inducen a reacciones violentas y a actitudes agresivas, incompatibles con la paz y con la seguridad pública.
Todos los cristianos —concluye el cardenal Tarancón— hemos de convencernos de que la mejor manera de llegar a una política auténticamente humana es fomentar el sentido interior de justicia, de libertad y de paz.»
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