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Preguntan los niños de España

Cuando, terminada la huelga de profesores de EGB, he vuelto al colegio, en mi clase, como probablemente en todas las de España, ha surgido la inevitable pregunta. Mejor dicho, el alud de preguntas de los alumnos:-¿Por qué hay huelgas? ¿Qué se pretende con ellas? ¿Para qué sirven? ¿Qué se pide? ¿De quién es la culpa? ¿Del Gobierno, de los profesores?...

Los niños preguntan y pregun- tan. Quieren saber, como en las películas de indios o de policías, quién es el bueno y quién el malo, cuál la causa de estos poco claros conflictos, sociales, en los que, otras veces sus padres, ahora sus profesores, dejan de trabajar por unos días o semanas.

Y estas preguntas, que se formularán en las 130.000 escuelas de todas las ciudades y pueblos de España, se repiten, además, fuera de las aulas, con los vecinos de la calle, en las tertulias del café o con el labriego que trabaja su campo junto al camino.

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Tremenda responsabilidad y trascendencia incalculable las de nuestras respuestas, para un mañana inmediato. Porque esos millones de niños y adolescentes que nos preguntan dejarán muy pronto las aulas Y los patios de recreo, sus libros de clase y sus juegos, para ocupar puestos de trabajo, y ser padres de familia, y desempeñar cargos, y votar en las elecciones.

Y a fe que no resulta fácil darles una cumplida respuesta, ya que, de una parte, está la empresa, la Administración, los que pagan nuestro trabajo, los que gobiernan y legislan, cuyas órdenes deben ser obedecidas, pues que «son justas» y convienen al bien común. Y de otra, los padres o profesores, que somos, a sus ojos, personas sin tacha, modelos en los que ellos se miran, pozos de ciencia, de experiencia y de moral, a los que piden consejo sobre todo cuanto ven y oyen: cine televisión, radio, manifestaciones y pintadas callejeras, problemas sexuales. democracia, referéndum...

Y no podemos hablarles de injusticias porque necesitan creer en sus legisladores para, así, respetar y cumplir las leyes. Como no podemos matar la idealizada imagen de su padre o profesor, que han de formarles para la vida. Y hay que aconsejarles el respeto a las autoridades y a sus semejantes, la no violencia, la libertad, la convivencia, la cordura, la paz y el amor de unos a otros. Porque si se pierde lo poco que nos está quedando de fe en lo divino y en lo humano, les habremos legado un porvenir bastante incierto.

Pero el niño es buen sicólogo y, tras estas evasivas respuestas, en sus ojos ha quedado una sombra de duda: la causa de estas huelgas no queda bien definida, para su sentido simple y puro de la justicia, el culpable de esta «película» no ha quedado lo suficienteniente claro.

Ahora, precisamente, en reciente Consejo de Ministros, se ha encargado al Ministerio de Hacienda la elaboración de un anteproyecto de ley para revisar el vigente sistema retributivo de los funcionarios. ¡Buena ocasión para prevenir y evitar futuras huelgas y conflictos de los que luego no podamos dar satisfactoria explicación a nuestros pequeños, sin dejar malparada la honradez de una de las partes litigantes!

Rectifíquense pasados errores y, sin ceder a presiones de los más «altos» o de los más «próximos», evitemos «aquello» que nunca debió ocurrir: se establecieron los coeficientes teniendo en cuenta la titulación exigida a cada cuerpo: después, los famosos complementos e incentivos, de los que se dijo que venían a aliviar la economía de los más modestos. Pero que, puestos a estudio sobre el tapete, se convirtieron en una especie de gacela cobrada, que una manada de leones se disputaron a zarpazos y dentelladas. Y a los modestos les dejaron las migajas, y las diferencias de sueldos se hicieron astronómicas. Un procurador en Cortes tuvo la valentía de denunciar en una sesión las desorbitadas cantidades que por este concepto cobraban algunos funcionarios -leones del festín- cuya cuantía se mantenía en secreto para no escandalizar a la opinión pública.

Magnífica ocasión, repito, para limpiar ahora esos borrones, que tan mal le irían a una España que camina hacia la democracia. No echemos de nuevo en nuestros surcos la semilla de futuros conflictos.

Y, en fin, no demos ocasión a que mañana tengamos que sonrojarnos de nuevo cuando otros niños nos pregunten sobre temas sociales o políticos.

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