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Tribuna:La sociedad, los partidos y el Estado / 3
Tribuna
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De la ética-política a la gestión social

Una cosa es la política teorizada y otra distinta la participación en actividades políticas que afectan prácticamente a millones de personas a través de las múltiples formas institucionales. En la oposición democrática ha abundado la teorización, si bien esto es un punto de vista muy generoso, sería más aproximado a la realidad decir que, de manera general, se han construido algunos esquemas teóricos sencillos que han producido buenos resultados en la lucha contra la dictadura. Y ello gracias, sobre todo a quienes han sabido enfrentarse sin desfallecimiento con los peligros represivos. Ha habido -por fortuna, sigue habiendo- extraordinarias voluntades, corazones que rebosan la mayor generosidad social, personas capaces de resistirlo todo por la democracia.Hoy, sin embargo, empezamos a estar en otra etapa de la acción en pro de la democracia. Algo parecido comentaba yo hace años con un dirigente de la revolución cubana: en la isla revolucionaria había sido necesario readaptar a algunos cuadros que habían sido buenos jefes guerrilleros, pero que no acababan de comprender que los métodos de trabajo son distintos cuando una sociedad ya construye el socialismo en paz.

Hoy, en España., no es momento de acentuar la protesta (salvo, claro está, si las transformaciones se interrumpen y los ultras siguen haciendo alguna de sus tropelías). En estos momentos es necesario acentuar la negociación hasta que las palabras se conviertan en hechos, hasta que la democracia que vivimos en la sociedad esté consolidada en el Estado.

Perfeccionar el sistema de partidos

En el artículo anterior empezaba a apuntar que, salvo la derecha, los partidos mostraban un ritmo bastante bueno de organización. Pero todavía no es el ritmo organizativo deseable. Es urgente superar la tendencia generalizada al fraccionamiento. En 1966 y en 1969 ya critiqué seriamente -con palabras francas en privado, en términos edulcorados al editar mis páginas de análisis- la propensión de diversas personas (demasiadas en todo caso) a preferir ser cabeza de «ratón» antes que estar en la cola del «león». Algunos se quejaron de mis críticas. Ahora debemos seguir criticando esa inclinación a que cada tres o cuatro amigos -a veces, tampoco muy avenidos- funden un partido. Quizá puede ser comprensible: ¿buscan el partido «ideal»? El partido ideal, como la mujer o el hombre «ideal», no existe, existen aproximaciones a nuestros sueños, pero hemos de ser conscientes, además, que tales sueños deben ser por otros miles de personas que sueñan con matices

Algunos autodefinidos como «partidos» tiene que dejar de ser proyectos, para el futuro y convertirse -integrándose en otros- en realidades del presente. La sociedad española no quiere seguir siendo espectadora de escisiones y fusiones y refraccionamientos sin fin. Los partidos tienen grandes funciones de las que tomar la plena. responsabilidad, entre ellas la de la plena representacíón social. No cumplen con ella todavía, no nos engañemos. Ni siquiera los partidos de izquierda han llegado a integrar en sus estructuras a todos los sectores sociales que a cada cual les corresponde representar.

Función promordial

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Esa es, a mi juicio, una función primordial que los partidos han de cumplir, y que cumplen en las sociedades democráticas: la organización política de la sociedad, organizándose a sí mismos. En marzo, recién llegado por primera vez a España después de más de siete años de ausencia, en unas declaraciones a «La Vanguardia»,de Barcelona, dije que el movimiento social en favor de la democracia me parecía más avanzado que los partidos; hasta cierto punto, los había desbordado, esto es, las masas habían pasado a ocupar el puesto de las vanguardias. Este es un fenómeno que comporta riesgos: el principal, la falta de dirección en la que pueden caer las masas, y quien dice falta de dirección, quiere decir asimismo que, por un lado, esas masas pueden deslizarse hacia tentaciones anárquicas, violentas, de destrucción simple que a nada conduce, y por otro lado, pueden estancarse en otro tipo de desorientación dominada por el escepticismo, el desánimo y el retorno desilusionado a la vida individual.

Los partidos tienen que ser las vanguardias políticas de la sociedad, como así son en otros países. En los partidos han de ordenarse las presiones sociales. En los partidos ha de producirse la síntesis de cada sector de voluntad mayoritaria. Contra la fantasía de ciertos utópicos, las transformaciones sociales no se hacen con masas informes, sino con grandes partidos o movimientos sociales organizados y sosteniendo objetivos claros. Sólo así, bajo la dirección de los partidos, puede establecerse una distribución racional del poder político dimanante de la sociedad, perfilar los pactos y negociar las rupturas necesarias con las instituciones del pasado. Una ebullición social como la que estamos viviendo en España, en plena crisis, en el intento de transición a la democracia, no puede resolverse positivamente más que a través de los auténticos mediadores de cada parte. Si en la negociación no se admite a alguna de las partes, lo negociado no podrá ser más que muy provisional, puesto que lo va a romper la presión social de los sectores que hayan quedado al margen de tal pacto. Las realidades sociales tampoco admiten las trampas. No se crea que por el simple deseo de dejar al margen a algunas fuerzas de la izquierda, esas corrientes van a dejar de tener una función social. Tales trampas no pueden ser más que elementos generadores de desórdenes sociales, de tensiones y de violencias que a nadie van a beneficiar.

De la negociación a la gestión del Estado

Las fuerzas democráticas no sólo están empezando a negociar la nueva legalidad, esto es, la serie de libertades públicas consideradas como legales en Francia, Italia, Inglaterra, etcétera. Con los antiguos representantes del franquismo que ahora forman el primer Gobierno de la Monarquía, la oposición negocia, explícita o implícitamente, mucho más. He empezado a sugerirlo en los anteriores textos. Los partidos democráticos negocian el contenido del Estado, de todas sus instituciones, incluso de las complementarias.

Estamos tratando de pasar de un Estado de excepción, en el que el aparato represivo era la institución predominante, a la edificación de un Estado democrático que resuma la libre y pacífica organización del consenso a través de los partidos. Que los sindicatos partidos quieran gozar de la más plena libertad para organizarse y manifestarse no significa que ello les baste y que luego vayan a quedarse en sus respectivas casas. Las fuerzas democráticas exigen un período constituyente, unas elecciones a través de las cuales aspiran ocupar la parte del poder que el pueblo les dé. Las fuerzas democráticas desean, en suma, responsabilizarse de la gestión del Estado. En este sentido yo estoy en condiciones de poder afirmar que existen los suficientes militantes demócratas, de unas v de otras tendencias, altamente capaces de llevar a buen término la administración de la cosa pública.

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