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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Iluminación de Moreno Villa

Si se piensa que han sido necesarios treinta y dos años para que se agote y reimprima la autobiografía de José Moreno Villa, Vida en claro, empieza a entenderse por qué libros de este tipo son poco frecuentes en la literatura española. En general, el celtíbero neto no parece muy interesado en entender la evolución espiritual e intelectual del escritor; algo más le interesan las memorias, sobre todo cuando, según suele ocurrir, lo anecdótico y pintoresco ocupa buena parte del texto, en perjuicio de lo propiamente confesional.Dícese que al español le resulta difícil exponer su intimidad, quizá por pudor, acaso por repulsión instintiva a un exhibicionismo que rara vez dejará de producirse en la presentación de una intimidad, adulterándola en cierta medida. No estoy seguro de que las razones sean las indicadas, pero entrar a discutirlas me llevaría más lejos de donde ahora puedo ir.

Vida en claro,

de José Moreno Villa. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 1976.

Fue Moreno Villa uno de los eslabones (perdido para muchos) de la cadena que une a los grandes de comienzos de siglo, Giner, Unamuno, Menéndez Pidal... y a los escritores que con tanta brillantez irrumpieron en los anos veinte, Guillén, Lorca, Alberti... Seis años más joven que Juan Ramón y que Ortega, coincidía con ellos en la voluntad de rechazar la facilidad y la chabacanería y en trabajar con obstinado rigor. Su poesía primera tiene el desenfado, la libertad y la gracia de la mejor vanguardia. Es una poesía de auténtico adelantado y por eso no sorprende comprobar que los jóvenes del grupo Guillén-Lorca le reconocieran como uno de los suyos.

Amenaza de la muerte

Los primeros capítulos de Vida en claro, dedicados a describir la casa familiar del autor en Málaga, o, mejor dicho, «la dinámica general» de la casa, en que espacio y figuras se compenetran con delicadeza suma, son excelentes. La casa vive y opera, como viven y operan padres y abuelos, entre la luz y la sombra, y más generalmente en un claroscuro tejido de silencio y tibieza maternal. La dinámica de la casa familiar estaba regida por la muerte, por la amenaza de la muerte según la sentía un enfermo cardíaco.El tránsito, en la primera jiuventud, de campo y puerto a «selva», entendida metafóricamente como mundo, extranjero en este caso (Suiza, primero, y Alemania, después, donde marchó a estudiar química), fue decisivo para la formación del futuro escritor. Pues la inmersión en la lengua y en la cultura alemanas le abrió puertas que permanecieron cerradas para muchos españoles de entonces. Abandonó las ciencias por las letras, su vocación genuina, y «de la mano de las musas» (y de Ortega, que lo llevó a Los lunes del Imparcial) inició una carrera literaria que le alcanzó la estimación de los mejores.

Fueron las musas, según dice, quienes le llevaron ante Francisco Giner, quien a su vez le orientó hacia Gómez Moreno y con él a los pueblos de España. En 1913 publicó Garba y, en 1914, El pasajero, precedido por extenso prólogo de Ortega, en que éste expuso con detalle sus ideas sobre el objeto estético, la metáfora y el estilo. Habla en ese prólogo de poesía pura, y debe de ser una de las primeras veces en que tal expresión se utilizó en español para referirse a un tipo de poema en que no hubiera sino poesía. Tal reducción a lo esencial bien podía lograrse cuando se trataba de la obra de un lírico para quien el tono era lo decisivo en la escritura del poema. A tanta distancia en tiempo y sensibilidad de Marshal McLuhan, y en contexto tan diferente, se adelantó Moreno a una conocida afirmación de éste cuando afirma que el tono es el mensaje.

Al publicarse El pasajero, Juan Ramón Jiménez dedicó un poema a Moreno Villa, y desde entonces fueron amigos. Cuando Jiménez marchó a América para casarse, le dejó su puesto en la editorial Calleja. Antonio Machado escribió sus Reflexiones sobre la lírica como un comentario al libro Colección (1924), señalando el equilibrio entre lo intuitivo y lo conceptual que en él advertía. Baroja, Unamuno, Ors, Azorín, Alfonso Reyes, Díez Canedo, Henríquez Ureña y muchos más le estimaron y estimularon. Ahora estos hombres figuran en la galería de sómbras vivas evocada por el autobiógrafo y, con ellos, el trabajo teórico, disciplinado y entusiasta en el Centro de Estudios Históricos, y la convivencia, durante veinte años, en la Residencia de Estudiantes con Jiménez Fraud y los jóvenes que en la década de los veinte iniciaron tan brillantes carreras en las letras, el cine o las artes plásticas.

Analista de emociones

Las mejores páginas de Vida en claro son, a mi juicio, las más personales, las que cuentan los amores con Jacinta, la norteamericana rubia, bonita y «admirablemente formada», a quien siguió Moreno a los Estados Unidos con la intención de casarse, sin que el matrimonio llegara a realizarse por la oposición sinuosa y resuelta de la familia de ella que, como muchas familias judías, no aceptaba la idea de que uno de los suyos se uniera con un gentil. El episodio pudo acabar en una explosión de pasión desesperada. No fue así: Jacinta la Pelirroja, libro de poemas en que la experiencia se recuerda sin sentimentalismo ni melancolía, sirvió de catarsis. Es como si el poeta quisiera explicar, de modo desenfadado, eliminando la evocación y cantando con su tiempo (el del jazz) en ritmos ligeros y muy libres, lo esencial de su aventura. Es curioso que en los primeros tres versos del volumen afirme el autor su propósito de bailar con Jacinta «al ritmo roto y negro del jazz».No menos singular (y, en el texto, más extraño) el capítulo dedicado a la relación, ya en México, entre Moreno, Genaro Estrada y su mujer, Consuelo, con quien, muerto aquél, casó el poeta, en un matrimonio no sólo dictado por el amor, sino, misteriosamente, por Estrada, que en el punto de la muerte agarró la mano de su mujer y la puso en el pecho del amigo, al tiempo que, con la palabra balbuceante y enigmática del moribundo, parecía encomendársela, y con ella, a su madre y a su hija.

Al describir momentos tales, el memorialista se alza a autobiógrato, a sutil analista de emociones harto complejas. El recuerdo adquiere entonces una plenitud de sentido, que aclara el incidente precisamente porque no le priva de la parte de sombra que envuelve las relaciones humanas, sombra que no es posible disipar sin reducir a esquema lo que es de suyo oscuro y misterioso como la vida misma, que nunca puede ponerse del todo en claro.

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