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Riesgos y oportunidades del neofranquismo

Buena parte de la prensa occidental ha interpretado la designación del señor Suárez al frente del Gobierno como un freno en el proceso democratizador abierto en España por la muerte de Franco y un retorno a la tendencia que ocupó el poder durante los años; 1969-73.Adolfo Suárez es, según esos observadores americanos o europeos, un producto bastante definido del sistema franquista. La política que pueda llevar a cabo no distará demasiado de lo que daría llamarse «el espíritu tecrático adaptado a las nuevas realidades». El Gobierno formado por el joven premier -afirman finalmente- ilustra de modo claro la aparición de un neofranquismo que Europa y USA ven nacer ahora con curiosidad y cierta inquietud.

Dificilmente podrían interpretarse estos análisis, escritos en la prensa más moderada de Occidente, como maniobras en favor o en contra del nuevo Gobierno español. No conviene hacer procesos de intención a la crítica informativa cuando, como en este caso, trata de contar lo que pasa a los lectores interesados por el proceso español. Esos grandes diarios -el New York Times, el frankfurter Allgemeine, los británicos Guardian y Times, o los muy conservadores Fígaro o Financial Times- han establecido un balance de la operación Suárez que podría resumirse así:

El joven presidente es un tecnócrata de gran simpatía personal, amplia y elogiable ambición política, viva inteligencia y escasa experiencia en los asuntos de Estado. Debe encuadrarse entre los simpatizantes del ala conservadora del Opus Dei, cuya cabeza visible es el señor López Rodó.

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El Gobierno formado, con dificultad conocida, por el señor Suárez, tiene dos características: la ausencia de figuras políticas de peso y la coloración «derecha católica» que le proporcionan las dos organizaciones confesionales presentes en él.

La designación del presidente del Gabinete encubren, no una crisis de Gobierno, sino una trascendental decisión sobre el rumbo del régimen.

Grandes fuerzas ideológicas o grupos de intereses tratarían de influir en un equipo ministerial de personalidad no muy marcada. Los comentaristas se refieren aquí a los sectores predominantes en los últimos años del franquismo que han visto su posición amenazada por la eventual democratización de las instituciones.

La actitud de las Fuerzas Armadas a lo largo de las últimas semanas es una incógnita. No han cambiado los, cuatro ministros militares presentes en el anterior Gabinete. La opinión pública tiene especial interés en conocer el pensamiento de los generales De Santiago, Vallespín, Vega y Gutiérrez Mellado.

Si el Gobierno no quiere ir a remolque de la realidad nacional, habrá de abrir inmediatamente el diálogo con las grandes zonas discrepantes de la sociedad: el mundo del trabajo, las regiones, la Universidad, las intelectuales y profesionales, y las áreas mayoritarias de la juventud proletaria, burguesa y eclesial.

Esta sería, en síntesis, la primera valoración de los sucesos españoles. La gran prensa,occidental termina por hacerse dos preguntas: en qué medida la dirección adoptada por Juan Carlos I aproximará o alejará a España del modelo político occidental. En qué medida esa dirección fomentará el. equilibrio o la inestabilidad en la Península Ibérica. Es pronto, para adentrarse en esos temas, pero sí convendría reunir algunos datos útiles a la prospectiva.

La personalidad del presidente

Tan importante como la composición del Gobierno es el perfil del presidente. En la biografia de Suárez hay dos únicas figuras políticas realmente determinantes: Herrero Tejedor y López Rodó, ambos vinculados al Opus Dei. Una tercera personalidad aparece también en la trayectoria de Suárez, que le nombra director general de TVE en 1969. Un periodista destacado, muy amigo de Suárez -Luis Angel de la Viuda-, comparte con él los trabajos de Televisión. Como Suárez, De la Viuda procede de las filas del falangismo juvenil; como Suárez, evoluciona desde la Falange hacia las áreas tecnocráticas, en alza al comenzar la década de los 60.

El nuevo presidente no es un ideólogo, su pragmatismo, negativo en algunos aspectos, ofrece a algunos analistas facetas muy positivas: ausencia de dogmatismo, reconocimiento de la realidad y un cierto sentido de la existencia del adversario. La filosofía del éxito podría así inspirar acciones audaces al nuevo ejecutivo, necesitado de mostrar, desde el primer momento, su capacidad de iniciativa.

La composición del Gobierno

Algunos comentarios han insistido en señalar, de un lado, la juventud de los nuevos ministros, y de otro, la homogeneidad -«jóvenes de la democracia cristiana»- casi completa del equipo. Ambas características requerirán alguna precisión. En primer lugar, porque el Gobierno no nace de una sola corriente, sino de dos: tecnócratas simpatizantes del Opus Dei, de una parte; propagandistas-tácitos de otra. Dos corrientes muy definidas de la derecha española, que algunos observadores han calificado de neofranquismo. Los miembros del Gobierno simpatizantes del Opus Dei serían cuatro, entre ellos el presidente, mientras los procedentes de ACN de P llegarían a siete. De estos últimos habría que destacar a Alfonso Osorio, único vicepresidente civil y verdadero articulador, según versiones competentes, del Gabinete. Osorio, procedente del tradicionalismo conservador -yerno de Iturmendi-, evolucionó hacia el grupo de Silva, con quien no parece tener una coincidencia total de criterios. El vicepresidente estuvo vinculado a un gran grupo empresarial, a través de la compañía ESSO, Petróleos Españoles, filial de la gran petrolera norteamericana. ESSO opera en la proximidad de Banesto: su presidente es Juan Herrera, consejero también del citado Banco.

Cambio de rumbo

El clima suscitado el martes, 6 de julio, ante el posible retorno al poder de los tecnócratas que gobernaron con el almirante Carrero, aconsejaría quizá limitar la participación visible de simpatizantes del Opus Dei. De ahí la negativa anticipada, previa a cualquier invitación, de hombres como Gregorio López Bravo. Ese mismo día se iniciarían las conversaciones con distintos grupos que, en principio, no se proyecto llamar.

Sin formación franquista oficial, el presidente Suárez apela a los grupos que operan en la política oficial española. Descartada la tecnocracia bancaria o administrativa (Valls, Fernández de la Mora, Meilán, Sánchez Pintado, Orbe Cano), ¿a quién recurrir?

Sólo el sector Tácito-ACNP ofrece una verdadera negociación. Los jóvenes católicos acuden, imponiendo, eso sí, condiciones duras. Obtienen, como se ha dicho, no menos de siete carteras. Es el premio a la perseverancia mantenida a lo largo de los años. Con un grupo muy reducido, posiblemente inferior a los 200 miembros, el grupo Tácito ha sabido obtener una extensa participación.

Sin embargo, no parece claro el apoyo de la Iglesia española a este Gobierno de jóvenes católicos. En los más altos niveles de la conferencia episcopal se ha detectado una cierta incomodidad ante el regreso al poder, en tiempos poco confesionales, de los equipos fundados por don José María Escrivá y don Fernando Martín Sánchez Juliá. La incomodidad viene acrecentada porla presencia activa en Madrid, en días pasados, de dos personalidades significativas: don Alvaro del Portillo y don Marcelo González.

Factores finales

La prensa y las cancillerías occidentales han considerado conjuntamente algunos fenómenos marginales, pero significativos, de la crisis:

- La ausencia de verdaderas figuras políticas en el nuevo Gobierno.

- La ausencia, no ya de los líderes de la oposición más o menos moderada, sino de cualquier persona que pudiera representarles.

- La ausencia de representantes de las generaciones nacidas después de la guerra -distantes en su mayoría de la España oficial-, así como de las regiones más alejadas del poder central.

El frente exterior, por último, se halla dominado por una doble preocupación: la crisis económica española y el proceso de integración -tras el largo aislamiento pasado- de la Península Ibérica en el Occidente neocapitalista y democrático. La imagen del señor Suárez, poco experto en materias económicas y en política internacional, no es un factor de seguridad para los gobiernos de Occidente. El Banco Mundial, la OCDE y la Comisión de la CEE aspiran a saber cuáles son los proyectos de España para hacer frente a su endeudamiento exterior y a su integración internacional. Pero, reacios a considerar sólo los problemas a corto plazo, se interesan todavía más por averiguar cómo se van a sentar las bases para hacer, en este país, un régimen de moderada participación democrática tras una larga etapa -autocracia y oligarquíad e características superpuestas. Esas instancias confían más en un nuevo equilibrio, en una redistribución del poder, que hubiera sustituido el predominio de un sector por la creación de cuatro o cinco grandes partidos representativos.

Aunque se hagan acoplamientos diversos, la readaptación de un sistema que sólo pudo funcionar con censura previa, descontrol del gasto público y supresión de las libertades, inquieta más a Occidente que una democracia gradual pero auténtica. El intento del señor Suárez, con su Gabinete de jóvenes tecnócratas, aparece hoy ante Europa y USA como una incógnita.

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