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La campaña electoral italiana, sin entusiasmo

Las elecciones del domingo próximo no interesan al pueblo italiano. Un testigo superficial de la escena política italiana tendría forzosamente que llegar a esta conclusión si se fia sólo de las apariencias. El juicio es, por supuesto, erróneo. Pero ésa es la primera impresión que se tiene. Quien ha visto las movilizaciones de masas que precedieron a consuItas electorales, no tan lejanas y quizá no tan trascentales como ésta del 20 de junio -el referéndum sobre el divorcio, por ejemplo- se sorprendería con la aparente pasividad popular de esta de ahora.Esta campaña electoral es distinta a las precedentes. Es una campaña sin octavillas lanzadas al aire desde un automóvil en marcha, sin vehículos provistos de altavoces que recorran las calles, sin apenas carteles en los muros y sin demasiados mítines multitudína rios. La primera explicación de este extraño fenómeno podría ser que hay miedo. Temor de que puedan repetirse sucesos de violencia política como los que han costado, la vida a un joven comunista en Sezze y a un fiscal de la República en Génova, o simplemente como el de la batalla campal iniciada hace pocos días porjóvenes fascistas en plena Fiazza Venezia. Puede ser eso o que, como me intentaban explicar ayer en el antespacho de un diputado socialista a nivel de secretaría que conoce bien los entresijos de la campaña y, por tanto, menos comprometida que su jefe para poder decir verdades dificiles de explicar. Simplemente que no hay dinero para quemarlo en salvas. Esto es, que el valor del papel moneda ha bajado tanto como para no malgastarlo en ensuciar de papeles las calles y los muros de Roma.

Es el problema angustioso, casi obsesivo, de la galopante desvalorización de la lira. Comprar un kilo de carne cuesta cerca de las mil pesetas. Ir a un restaurante, pagar lo mismo por la mitad de cantidad y, a veces, también por mucha menos calidad.

Un electorado maduro

Italia duda entre las tentaciones opusdeísticas del crepúsculo de las ideologías y la República giscardiana, a manos, por supuesto, de tecnócratas ilusoriamente asépticos, y las aspiraciones nacional-populares de una República que moralice los usos y costumbres públicos y que, de paso, sirva de ejemplo a una Europa vacilante. En la duda, no hay grandes mítines, ni calles alfombradas de propaganda, ni es una fiesta. Puede ser que por miedo, o porque no hay dinero, pero también porque estas elecciones no se libran en la calle, a nivel de masas fácilmente sugestionables, o enfervorizadas, sino a través de los grandes medios de comunicación, la televisión sobre todo, y paraun público que en los últimos comicios dio pruebas de madurez, de saber muy bien lo que quería.

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