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Jacques Monod: su filosofía científica

Ha sido Jacques Monod uno de los últimos representantes de un gremio dotado ya de una tradición peculiar: el de los científicos que en un momento determinado de su labor intelectual se sienten obligados a hacer filosofía. Y emprenden esta tarea no como complemento enriquecedor de su vida con una nueva actividad, sino como resultado y continuación de su propia práctica científica. Alumbrando la íntima concepción que ha animado su obra -al menos, tal como subjetivamente es percibida por su creador- y tratando de transmitir este mensaje a los demás. El que este fenómeno se haya producido en un biólogo, como antes fue el caso de numerosos físicos, es significativo de la problemática interna de esta ciencia en la actualidad y de su posición en nuestro vigente mundo cultural.El lugar del hombre en el universo y la determinación de los valores que pueden dar sentido a la existencia humana son los dos grandes núcleos de preocupación a que podemos referir las ideas filosóficas de Monod. La respuesta al primer orden de preocupaciones es la afirmación de la absoluta soledad del hombre, de su heterogeneidad radical y desconcertante respecto al cosmos. Nacido por mecanismos de puro azar, que se van organizando en las estructuras vivientes, desplazando todo finalismo evolucionista, toda concepción del mundo como, proyecto, resulta el hombre un ser foráneo, extranjero al cosmos, arrojado a él -podríamos decir jugando con el concepto heideggeriano- No dejan, en efecto, de resonar en la voz de Monod los términos de la visión existencialista y camusiana referentes al absurdo de la humana existencia recreados en su perspectiva científica. En una visión que quiere asumir sin contemplaciones la tragedia de nuestra condición e n un mundo inhumano y en el que hemos perdido la compañía de los dioses.

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De aquí su crítica y denuncia de todas las concepciones que quieren asumir la «antigua alianza», en la terminología de Monod, entre el hombre y la naturaleza. Que han pretendido, a través de la imagen de la evolución culminando en el hombre, volver a emplazarlo en el centro del cosmos. El recorrido polémico que en este sentido realiza Monod de las diferentes filosofías de la evolución y de la dialéctica de la naturaleza, con su compleja problemática, no deja de ser harto precipitado y profunda mente simplificador, unificando formas, distintas de pensamiento en una vision muy exterior. Especialmente endeble resulta su presentación del marxismo, percibido éste a través de la dialéctica de la naturaleza engelsiana, entendida, además, en sorprendente violación de su sentido, como una concepción animista de la naturaleza.

Entonces -prosiguiendo el comentario de las ideas de Monod se plantea ineluctablemente el apremio de reencontrar la ideología, el sistema de valores -sería para el científico francés ésta la tarea más propia de la filosofia- desde el cual el hombre confiera sentido a su propia existencia. Monod se pronuncia en términos expresamente socialistas, pero, según él, el socialismo ha de desprenderse totalmente de las concepciones marxistas, marcadas por una mentalidad precientífica, como antes se ha indicado. Ausente en Monod -como señaló Althuser en su crítica- el mundo de la historia de las y ciencias sociales, sólo puede determinarse, según sus afirmaciones, la ética humana basándose en la objetividad de la naturaleza y los Valores del conocimiento científico natural. El entusiasmo por la teoría, por la contemplación desinteresada, significa la clave de la ideología que él propone para orientar el futuro de la aventura humana. Pero, al igual que el cosmos, bajo el dominio. del azar, la historia humana es absolutamente impredictible. El hombre, dirá Monod, «puede escoger entre el reino y las tinieblas».

La exposición que Monod ha realizado de sus ideas es particularmente brillante, pero su originalidad filosófica es prácticamente nula. La concepción según la cual el orden del universo se explica a partir de una microestructura azarosa constituye un modelo que ha venido funcionando desde el pasado siglo en fisica y en biología y que organiza conceptualmente toda la obra de Darwin, recurriendo en este gran científico al mecanismo de la selección natural como factor del proceso demiúrgico, la aparición de la regularidad desde el desorden. La aportación de Monod radica en mostrar el rendimiento singular de este modelo, su potencia, desde las claves conceptuales de la moderna biología.

Más antigua aún es la ilusión según la cual el desarrollo de la actitud científica constituye el gran expediente salvador del hombre. Desde Descartes y Bacon -con otros matices podríamos rastrear esta, actitud ya en Sócrates y los atomistas- se ha formulado esta esperanza del conocimiento riguroso como clave liberadora. En la Ilustración encontró su máxima expresión significativa. Desgraciadamente, un examen, crítico del desarrollo de la ciencia actual y su manipulación por los grandes poderes de nuestro mundo nos muestra la inanidad de esta imagen excesivamente idealista que cree constituye la ciencia un reducto de pureza sustraída a los conflictos humanos. Es, por el contrario, la ciencia real -no la mera imagen que el científico sujetivamente se forja de ella- algo irremediablemente histórico, inserto en la dinámica de la sociedad y las luchas de clases.

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