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El pasado: quinta columna

Dé pronto a una persona de tez habitualmente pálida o rubicunda, se le vuelve la piel amarilla. Padece de ictericia. Es decir, la bilis tan oculta en su circulación regular ha obstruido, su curso en eI colédoco y por fuerza, se revuelve y derrama por los tejidos superficiales, y tiñe lo visible del cuerpo. Es patente que hoy España padece aguda ictericia política. Al haberse impedido y deformado la actividad política tan ineludible y benéfica en sus cauces adecuados también se filtra patológicamente al resto de la vida pública y la invade por entero. Y no ya las actuaciones, incluso los silencios u omisiones puntúan como gestos políticos. Yo hubiese preferido, al escribir desde este diario prometedor a un país que mira hacia el futuro, no reincidir en esas cuestiones, pero al menos en esta primera colaboración, voy a pagar el tributo para exonerarme de él. Conste, pues, que incluso en el tema a mi pesar. Es el mundo tan grande y diverso, tan admirable e imprevisto, que esa impuesta redención de horizonte me parece una penosa servidumbre. Como hablar a un enfermo, que siempre vuelve a lo que afecta a su dolencia. Empecinados de política, los españoles se aplican en una u otra dirección en busca de un camino deseable, unos a la derecha, otros a la izquierda, y algunos hacia el centro; lugar bastante misterioso pues como el Norte, no se halla en ningún lugar fijo. Y temo que esa obsesión hacia el entorno dificulta que la atención se lleve haciá donde más debiera escudriñar: que es el interior de cada cual. España es un presente histórico, cuya materia se compone de los españoles que hoy vivimos, o nos desvivimos, sobre su geografía. Y del ánálisis de la consistencia de ese presente -tiene que partir cualquier consideración que se cuide de no confundir, según el archifrecuente, los deseos con las realidades. Pues bien, temo que su más rigurosa definición es el decir que lo forma el resultado de cuarenta años de ininterrumpido franquismo. El pasado histórico es un legado que no puede recibirse a beneficio de inventario, sino del que somos forzosos herederos. Las consecuencias de esa «España de Franco», que es un largo capítulo de la historia de Españá, las «somos» los españoles actuales. Con diversidad de calidades, venidos a más o venidos a menos, marginados o aprovechados, todos los españoles somos, en tal sentido, «franquistas.», y la forzosa continuación de esas consecuencias.Esa definición es nada metafísica o sólo genérica, sino, harto precisable. Áunque no obstante, el ejemplo de la vida individual es el más próximo y expresivo para atender los hechos sociales.Como bien sabe cada cual, Ia materia humana de una vida consiste en tendencias, inclinaciones, hábitos, y a la vez, desvíos, rechazos, aversiones, en suma, costumbres. Cuándo se dijo que la costumbre es para el hombre una segunda naturaleza, se empezó a comprender que ésa es su naturaleza primera: se es lo que se hace, y lo que se hace es la costumbre. Y a su vez, la costumbre es pasado persistente y actuante. Somos pasado y por lo pronto, no tenemos otro ser propio sino lo que hemos sido hasta hoy. Cierto que el presente incluye futuro. Al cuerpo del pasado acompaña la figura, todavía irreal, de la expectativa. Pero perfil deseado también mana, afirmativa, o negativamente, de ese mismo presente histórico, y de él extrae su posible energía.

Recuérdese aquella tontería que se dijo en abril de 1931: «¡Qué quieren ustedes que les diga de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano! », para no incurrir en parejas simplezas o espejismos. La costumbre es un «producto» social, y su reforma tiene que iniciarse desde sus factores. Quien quiera reducir la inercia social del franquismo tiene que empezar por extirparselo de su ánima. Y esta cirujía es ardua, y sobre todo, ocurre que los enfermos no se reconocen.

Un grave espejismo que hoy aqueja a las mentes juveniles que se enfrentan con el franquismo es creerse ajenas a su influjo cuando en verdad actúan orientadas por sus huellas. Asi, por ejemplo, identifican al franquismo con la guerra civil y consideran que por haber nacido con posterioridad a la contienda no les afecta su planteamiento. Y, sin embargo, donde el peso de la era de Franco es más intenso es, precisamente, en quiénes han nacido y se han formado en una sociedad capitaneada, con el singularísimo estilo de su magistratura vitalicia. Y todavía más hondamente en los que han polarizado sus tendencias en la oposición a esa sociedad, pues la servidumbre de la hostilidad suele ser más profunda que la inspirada en la adhesión.

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En cambio, quienes por el «privilegio» de la edad asistimos a la instauración y al declive del sistema, desde fuera de él, hemos podido contemplarlo siempre como aIgo anómalo y perecedero, y por ello, estamos menos condicionados por su influjo. Su intervención en, nuestras vidas ha podido anularlas, pero no alcanzar la penetración lograda, sobre los jóvenes.

Por ejemplo, y por hacer con alusiones concretas. Yo creo que en los cuarenta años, de franquismo y de conformidad con la tradición de los regímenes personales, ni se ha reconocido públicamente un error, ni se ha juzgado a los posibles culpables. Y temo que la huella de esa ausencia, por así decirlo, produce defectos decisivos en las conciencias formadas en tales usos, pues se trata de una de las ejemplaridades capitales para la normalidad intelectual y la educación del ciudadano. Y otros abusos -la eliminación del diálogo, la insegura aplicación de las leyes, la ausencia de estímulos a la responsabilidad, el cultivo del secreto, el desprecio de Ia opinión ajena-, en cuanto afectan a la vida política han conducido, al conjunto de la nación, a un retroceso en el desarrollo político que roza el alfabetismo; o aun menos, pues el envilecimiento de las palabras, producido por la retórica vacua que ha prevalecido, llega a vaciarlas,de crédito, y de alcance preciso. El resultado es una carencia de Ideas y el predominio de simples actitudes o deseos elementales.

Un recuerdo de nuestra guerra civil es el término de «quinta columna». Además de las que por Ios, cuatro puntos cardinales pueden converger para asaltar una ciudad, sitiada, la defensa debe prevenir la irrupción de una quinta columna: la que puede emerger desde su propio interior y resultar la más grave e insidiosa. Hablando de política es obvio que lo primro es cambiar el Gobierno, y que lleguen al poder, en forma pacífica y de democrática unos políticos libremente elegidas por el pueblo. Pero si, mas en serio se habla de «otra» España, lo apremiante es Comenzar a estirpar ese pasado o quinta columna que habita en las conciencias, y para ello no basta reprimir los abusos, lo que importa es cambiar los usos. Hay que cambiar de chaqueta y no darle la vuelta y... conservarla.

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