_
_
_
_
_
Tribuna:Tribuna libre
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Confusión y propósitos de enmienda

En el momento presente reina en España no sólo don Juan Carlos I, sino otro monarca que no tiene rostro ni figura y que se llama confusión. La confusión produce indiscutiblemente inquietud, porque escapa a toda racionalidad, necesaria como premisa para cualquier proyecto de futuro y sin proyecto de futuro el porvenir se presenta azaroso. La angustia, un mal de nuestro tiempo, reside en un sentimiento de impotencia para abordar ese futuro. Cuando tenemos la seguridad de que poseemos los instrumentos, fórmulas, expedientes, o, en suma, las capacidades para poder enfrentarnos con las situaciones que más o menos se anuncian, la angustia deja paso a la serenidad. Luego podrá suceder que estos instrumentos nos fallen y que las cosas no se desenvuelvan como nosotros esperábamos o preveíamos. Pero esto es menos grave que esa angustia indeterminada que antes de tiempo paraliza nuestras facultades.

En el año 1963 las cosas no estaban confusas, estaban por el contrario y, por desgracia, demasiado claras. Era clara como la luz del día la división de dos Españas en conflicto radical, en violenta tensión, capaz de desencadenarse en catástrofe, como así fue. La diferencia de potencial entre el polo positivo y el negativo llegó al punto de que saltara la chispa que provocó el incendio.

Ni un español comedido

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Ningún español de entonces —en la medida que esto se puede asegurar sin excepciones— se sentía dubitativo y, en consecuencia, reservado y prudente. En aquellos años nuestro más alto poeta decía en un romance famoso, «la luz del entendimiento me hace ser muy comedido». Pero ese comedimiento guardado para la vida íntima brilló por su ausencia en la vida pública, donde no existió ningún español comedido y muy pocos españoles con entendimiento.

Nuestra hora presente es muy otra o, por lo menos, el que esto escribe lo piensa así. Por ninguna parte se percibe ese clima de violencia desaforada que lo anegaba todo en los años que preludiaron nuestra contienda civil. No es que hoy falten movimientos de rebeldía, manifestaciones, justa o injustamente, iracundas y, desgraciadamente, pérdidas irreparables de vidas humanas. Pero, incluso, aunque el conjunto de los hechos sangrientos sea, o pueda llegar ser, intranquilizador eso no obsta para que el clima general sea muy otro.

Contra la confusión

Confusión es una cosa, violencia es otra y un primer punto que no deja de ser alentador, es que la confusión no ha desembocado en desesperación. Creo, por lo tanto, que es misión de los políticos el luchar contra la confusión, aprovechando el relativo sosiego que todavía conserva nuestra sociedad, y no provocar el desajuste de un equilibrio que los extremistas de uno y otro signo no parecen estimar muy conveniente a sus fines.

Ya sé que las personas que no piensen de la misma manera opinarán que se trata de un falso equilibrio y de un sosiego aparente, basado, como antes se decía, «en la fuerza de las bayonetas».

Pero lo importante es saber qué hay de verdad en todo ello y no dejarnos llevar por el wishful thinking. Un intelectual como Julián Marías nos decía en su último Iibro, La España Real, que su misión durante más de 35 años había consistido en conocer la realidad y, costase lo que costase, decirlo, Creo que la misión del político por muy distintos cauces y con diversos objetivos no difiere mucho de aquélla. También el político debe saber en qué realidad se mueve y no inventarla a su gusto. Puede que esa objetividad perjudique su estrategia y sus propósitos a corto plazo pero a la larga desconocerla puede llevarle a cometer errores profundos e irreversibles.

¿Por qué es distinto el clima de 1931 a 1936 del que hoy creemos algunos percibir? La respuesta fácil, que casi todos tienen, es la de la elevación del nivel de vida. El que tiene automóvil, casa cómoda y hasta casita fin de semana, por fuerza se hace prudente e, incluso, timorato. Yo creo que ésta es una respuesta demasiado simplista y que las motivaciones sociales hay que buscarlas en sentimientos más profundos. En primer lugar, es posible que los menos comedidos sean los más privilegiados, los que por guardar estos privilegios, muchas veces usurpados, pierden todo comedimiento.

Una evolución contra el poder

Para mí, una cierta explicación reside en que se han borrado muchos antagonismos de una España bastante selvática de otros tiempos, no muy lejanos, por el hecho mismo de una evolución de la sociedad que se ha hecho al margen y más que al margen, en contra del poder político imperante. En pocas palabras, durante los años de Franco la sociedad española ha evolucionado precisamente como no le hubiera gustado a Franco que evolucionara, rompiendo todos los moldes que él y los suyos habían preparado sucesivamente, pues, rotos unos, preparaban otros que volvían a romperse. La Iglesia, el caso más notorio, ha evolucionado como no estaba previsto; el Ejército sigue siendo, así lo esperamos, un pilar del orden, pero de otro orden; la familia no tiene los prejuicios de otro tiempo; la mujer se ha liberado; el campo pide su revolución, no cruenta, pero sí tecnológica, etc. Estas y otras cosas que, seria muy largo enumerar, creo que son las motivaciones profundas que han hecho tan diferente el panorama de hoy del que conocimos los que ya vamos para viejos.

No presumo que unas masas enfebrecidas se dedicaran hoy a quemar conventos, por muy asperamente que defiendan sus convenios colectivos, y si no fuera así me llevaría una gran decepción.

Hace pocos días hemos visto retornar a su país a dos ilustres exiliados cuyas vidas honestas y limpias se han encontrado envueltas en los más violentos torbellinos históricos y no en situación de espectadores, sino de protagonistas. Ambos han pedido con frases casi desgarradoras por lo emotivas la concordia entre los españoles.

Cuando yo oía a don Claudio Sánchez Albornoz hablar ante la televisión con lágrimas en los ojos, sus palabras agitaban mis fibras más sensibles, pero a la vez me preguntaba si no sonaban a algo lejano, vacío, casi indiferente, como consejas de viejo, a los españoles de hoy y en el fondo pensaba que era lo mejor que podía pasar, que aquella voz, casi de ultratumba, no fuera la voz de hoy.

Sepamos vivir nuestra hora, sepamos vivir nuestra realidad, que es muy confusa, peligrosamente confusa, pero que no es una hora de sangre ni de revancha que es una hora de construcción hacia la libertad frente a todo tipo de extremismos intolerables.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_