Alcaraz revive ante Rublev y conserva el crédito en Turín
El español se sobrepone a su resfriado y vence por 6-3 y 7-6(8) al ruso, por lo que se jugará el pase a las semifinales maestras en el duelo del viernes frente a Zverev
Así es esto del territorio maestro, donde todo puede llegar a verse muy negro y, de repente, cambiar de dirección. Dedo a la oreja de Carlos Alcaraz, que sonríe, celebra y asevera después de batir al ruso Andrey Rublev por 6-3 y 7-6(8), en 1h 36m, victoria de agallas y arrestos; superada la prueba de madurez para seguir con vida en esta Copa de Maestros que se evaporaba para él y que ahora ofrece la luz que no existía: “Podría estar mejor, no voy a mentir, pero he estado pasándolo mal esta última semana, pensando en que estaba enfermo y en que no podía jugar bien, bla-bla-bla… Así que hoy quería que la gente se fuera feliz a casa, porque el primer día [contra Casper Ruud] sentí que no hice un buen tenis, pero hoy quería intentarlo y creo que lo he conseguido”.
Aguerrido, orgulloso y satisfecho por el trabajo bien hecho, el número tres, tirita fucsia sobre el tabique para contrarrestar el resfriado que arrastra, se mantiene en pie y se lo jugará todo el viernes (14.00, Movistar+), en la tercera y definitiva jornada de la fase de grupos. Será contra Alexander Zverev, todavía superior la prueba. Si supera al alemán (7-6(3) y 6-3 a Ruud), la casuística se simplificaría y la dependencia de los números sería mucho menor. No es el horizonte ideal ni el de Hamburgo un escollo nada sencillo, pero sí lo pretendido tras el derrapaje del lunes. “Mis opciones están ahí, así que vamos a pelear con todo”, dice sobre la pista; “me he sentido bien desde el fondo, corriendo. Tenía varias opciones en mi cabeza por si no me sentía bien moviéndome y corriendo, pero estoy feliz de que la opción A, de correr y hacer puntos desde el fondo, haya salido bien”, añade.
Antes de que empiece el reparto de zurriagazos, Alcaraz se palpa una y otra vez el rostro, intentando ajustarse la cinta adhesiva que, teóricamente, o así lo señalan los expertos, ensancha los orificios nasales para inhalar unas briznas extra de oxígeno. Tiene la nariz enrojecida, al igual que a primera hora de la mañana durante el calentamiento, cuando echaba mano de los pañuelos para sonarse una y otra vez, y se sucedían los estornudos. A estas horas del día, sin embargo, el chute eucalíptico y los fármacos parecen haberle dado al los menos el impulso suficiente como para competir de tú a tú a Rublev, quien, dicho sea de paso, no procede de la forma aparentemente más inteligente. El ruso no piensa, el ruso ejecuta.
En lugar de ralentizar la acción, incluso las visitas a la silla, tiene prisa por sacar, por golpear y porque todo acabe lo antes posible. Las ansias que fluyen por ahí dentro, seguramente. Así que el desarrollo va perjudicándole y el que gana terreno y el que cada vez se siente más cómodo y el que va encontrando el mejor sitio en el partido es Alcaraz, quien probablemente no esperase encontrar esa puerta abierta. De par en par, además. O tal vez sí. Rublev, bien dotado desde el punto de vista técnico, tiene unas cuantas taras estratégicas y desconoce qué es eso de la templanza, la lectura y el poso que requiere un juego de paciencia y tan psicológico como el tenis. Incide e incide en ello su preparador, Fernando Vicente, pero no hay manera.
‘Rublo’ y las líneas
Encajado un derechazo plano que besa la línea de un costado, el de Moscú gira el cuello hacia su banquillo y desaprueba. Es un saco de nervios. En cambio, Alcaraz continúa sintiéndose a gusto y empieza a gustarse, cada vez más entonado y confortable en un duelo que fluye exactamente por el cauce que más le interesa. Ya se ha adjudicado el primer set y el murciano hace malabarismos con la raqueta antes de restar, sin confiarse pero transmitiéndole al adversario el mensaje de que él va a estar ahí. Así que Rublev se marcha al vestuario e intenta templarse, no vaya a ser que estalle otra vez (tantas y tantas han sido…) y el desenlace sea prematuro, profundamente contrario a sus intereses: él también compite sobre el alambre.
Entretanto, la figura esbelta de Alcaraz va dibujando posiciones, escorzos y tiros estéticos y plásticamente perfectos, y el español continúa aplicándose en la defensa, creciéndose entre el barro; imbuido, tal vez, por ese espíritu Topuria que dice haberle inspirado como ninguno en este año tan prolífico y rociado de éxitos, lo mismo en California que en París, que en Wimbledon o en Pekín. No renuncia ahora a la investidura en Turín, a la gloria maestra negada para el tenis nacional masculino desde que Àlex Corretja la atrapara en el 98, Hannover, lejana ya la efeméride. Y ahí que aprieta, con el pecho cogido y la nariz obstruida por la moquera. En mala hora, decía Ferrero un día antes, pero no hay escapatoria y solo cabe vencer.
Se ajusta el flequillo —tic definitivamente incorporado— e intenta que la velocidad imprimida por Rublev no le quite el espacio ganado, sólido desde la línea de fondo y, esta vez sí, nada que ver con lo errático del primer día, fino con la dejada: cuatro de ellas dejan clavado al rival, que mira otra vez a los suyos y pide clemencia con el gesto: no-puede-ser. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué, amigos, por qué? Mientras, Alcaraz sirve de maravilla, se hidrata e intenta sacarle partido hasta la última gota de energía que ha ido salvaguardando desde el lunes, porque toda es poca para ese corpachón pulido a golpe nutrición, suplementos y cargas científicamente aplicadas. Cuando parecía que se iba, la bola bota mansamente sobre un ángulo y el bueno de Rublo, así le llaman desde el box, frunce el ceño y acata porque no le queda otra.
Su pie derecho traquetea contra el suelo como una perforadora, señal del crepitar que existe ahí dentro, y Bernardes pide desde lo alto de la silla al público que, por favor, desactive los flashes de los teléfonos porque molesta a los tenistas y el ruso, contenido pero efervescente, puede salir por cualquier lado. “You can’t control that”, le dicen a Rublev, quien, efectivamente, ni puede controlar ni tiene responsabilidad alguna sobre esos aterrizajes constantes y traicioneros de la pelota sobre la línea que desquician a cualquiera. Aun así, el pelirrojo mantiene el tipo y, en esta ocasión, no llega a estallar, pero el desenlace es el que apuntaba el transcurso del pulso, no sin un emocionante enredo final en el desempate del segundo set. Bajo esa circunstancia, la determinación de Alcaraz prevalece y lo que ayer se veía muy oscuro, exposición al ko, hoy ya no lo es tanto.
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