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La España de Craviotto enciende la máquina de cosechar medallas del piragüismo

La flotilla española de canoas y kayaks comienza las jornadas de finales del campeonato olímpico con un bronce en C-2 y otro en K-4

Saúl Craviotto, Carlos Arévalo, Marcus Cooper y Rodrigo Germade, durante la final.Foto: AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press) | Vídeo: EPV
Diego Torres

Saúl Craviotto emergió del canal de Vaires-sur Marne, este jueves de canícula en París, con el aplomo que le confiere su condición de gran sacerdote de la pala. Portaba la medalla que acababa de ganar, bronce en K-4, la sexta de su carrera, cifra que corresponde al medallista más productivo de la historia olímpica de España, y la que convertía al piragüismo, con 23 medallas, una más que la vela, en la máquina cosechadora por excelencia del deporte español en los Juegos. Pocas federaciones pueden presumir de mayor estabilidad y eficiencia en la procelosa constelación que alimenta el Consejo Superior de Deportes con menos gloria que sobresaltos.

“Las cosas se están haciendo muy bien en la federación y entre los entrenadores, y se está trabajando muy bien la base porque ves que salen chavales con mucha garra”, dijo Craviotto. “¡Ves chavales de 20 años sin miedo que salen a la final con el cuchillo entre los dientes a pelear por una medalla olímpica!”.

Craviotto dio su bendición a Joan Antoni Moreno y Diego Domínguez. El mallorquín de 21 años y el madrileño de 20 acababan de ganar el bronce en el esprint de 500 metros de canoa para dos tripulantes, el C-2, correspondiente a la primera final del campeonato de aguas tranquilas que se celebra en los Juegos. “¡Tío somos bronce!”, gritaba el madrileño al pasar por la meta. Sus alaridos le dejaron ronco. Acababan de remontar a los alemanes, los húngaros y los rusos bajo bandera neutral. Se subieron al palco por nueve centésimas de segundo. Fue tan inesperado que hasta hace un par de meses los elegidos para representar al C-2 en París eran Tano García y Pablo Martínez, los amigos sevillanos que ganaron el Mundial de 2022 y que ellos habían eliminado en una prueba selectiva de última hora. La clase de exhibición que se permite la federación que dirige Javier Herranz, en donde la competencia en la base es efervescente, como observó Diego Domínguez: “¡Sabía que daríamos un show! En España tenemos el mejor C-2 del mundo porque hay cuatro embarcaciones de nivel top. Nosotros llevamos entrenando para preparar el barco desde octubre del año pasado. No es tanto. Pero cuando hay potencia y calidad las cosas van bien. ¡Si veis los bíceps de Joan, seguramente eso ayude a entenderlo! Yo nada más dirijo el barco y poquito más”.

Joan, que palea delante de la canoa, fue el encargado de sortear el oleaje que se levantó en plena regata. Un obstáculo imprevisto y determinante en un deporte que se decide por fracciones de centímetro. “Cuando hay olas intentas poner las piernas duras”, explicó el motor de la nave, “intentas mantener el cuerpo más erguido, frenar un poco la cadencia buscando un poco el equilibrio y rezar para que no te tire”.

El agua es ambigua. Es dura y es fuente de inestabilidad. El arte del canotaje consiste en ablandar el agua y proyectarse sobre ella en línea recta del modo más enérgico y equilibrado posible hasta que la embarcación alcanza el roce mínimo, en la frontera entre las moléculas de líquido y aire. Hace falta el cerebro de un astronauta para gestionar un minuto y medio de carrera frenética sobre un kayak con forma de aguja en el que trajinan cuatro tripulantes. Saúl Craviotto es el administrador que estabilizó las emociones de sus compañeros, marcó el ritmo de palada, y orientó a los motores, el gigante Carlos Arévalo y el eficientísimo Marcus Cooper, los que meten fuerza en el arranque, y a Rodrigo Germade, el que hace las veces de timonel, el de mayor tacto, el que negocia los apoyos más difíciles porque él mete las cucharas en el agua que sus compañeros acaban de remover.

El kayak español voló en el arranque de la final. Craviotto y sus compañeros se pusieron primeros con diferencia en el paso por el hectómetro y cuando cortaron el meridiano solo les podían seguir Australia, que venía de batir el récord olímpico en las semifinales, y Alemania, triple campeón sucesivo desde 2012, el Deutschevier, una leyenda. “Nuestra baza era la salida”, explicó el entrenador del K-4, Miguel García. “Explotar ese primer 200 con fuerza, conservar la inercia y gestionarla. Lo que pasa es que cuando tienes viento en contra la regata se hace más dura. Sabíamos que teníamos que sufrir al final. Los australianos nos sorprendieron. Nos pasaron por una décima porque fueron más resistentes”.

El organismo de los españoles, sobre todo de Craviotto y Arévalo, está más preparado para la velocidad que para la resistencia. Cuando el ácido láctico se dispara, pasado el minuto de acción al cien por cien de potencia, los músculos de los palistas de España aguantan menos. Craviotto dijo que si se dobló sobre el barco al conocer el marcador final (bronce con 1m 20,05s, por detrás de Australia con 1m 19,84s y Alemania con 1m 19,80s), no fue por decepción sino por quemazón. “Estaba jodido”, dijo, “no por el color de la medalla, sino porque son 500 metros, y yo en el 400 ya iba picando pala. Mojando apenas. Sin meter fuerza. Iba muerto. Me dejé todas las energías. El alma. Para mí ha sido una final soñada. Hemos salido con determinación, como hay que salir a las finales, si sales a especular con estrategias se te complica”.

Craviotto estaba feliz. Aliviado, incluso. A sus 39 años la experiencia le dictó que el podio del K-4 corría peligro. “Después de la semifinal hemos ido al hangar cabizbajos, con dudas”, reconoció. “Nos hemos tenido que lanzar mensajes de ánimo: ‘Tranquilos, que esto no se ha acabado, tenemos una oportunidad más’. Teníamos dos horas entre la semi y la final y surgieron interrogantes. Corrimos muy bien la eliminatoria, pero en la semifinal pasaban cuatro, éramos cinco, y pasó lo típico, que te relajas un poquitín. No quisimos gastar energías y nos dieron un poquito para el pelo. Nos ganaron los australianos…. ¡y los serbios! Eso generó dudas: ‘¿Y si no estoy?’. Pero una final olímpica se gana con la cabeza. El físico es importante, pero lo determinante en el deporte es la lucha constante en tu cabeza. Puedes entrar en un bucle peligroso faltándote dos horas para la final. Así es que nos pasamos dos horas animándonos a nosotros mismos con mensajes. Si no, ¿quién nos va a animar?”

El equipo español formado por Saúl Craviotto, Carlos Arévalo, Marcus Cooper y Rodrigo Germade celebran en el podio su medalla de bronce.
El equipo español formado por Saúl Craviotto, Carlos Arévalo, Marcus Cooper y Rodrigo Germade celebran en el podio su medalla de bronce.Albert Garcia

“El momento crítico”

En un deporte que gravita sobre la capacidad de sincronización, porque lo contrario a la sincronía ofrece resistencia al agua y es un desperdicio de energía, en donde los palistas deben acoplarse con caderas y brazos para actuar como un solo hombre, cualquier tipo de ansiedad en uno de los tripulantes puede alterar la armonía imprescindible. No es en la carrera cuando esto sucede, sino en las horas previas. “El momento crítico es 20 minutos antes de la competición”, explica Miguel García, “cuando vas a salir a calentar. Ahí es cuando las dudas te pueden hacer perder una medalla. Ahí los directores son Saúl y Cooper porque controlan muy bien las emociones. No solo las externas sino las propias. Sabe focalizar y encauzar todos los estímulos de forma positiva en el momento clave. Y donde hay motivos para dudar, ellos encuentran razones para ir a por todo”.

Los cormoranes y los gansos volaban sobre el inmenso canal, semejante a un lago, en el norte de París. El público enloquecía. El deporte náutico arrastra multitudes bulliciosas y amigables, especialmente de Europa central. “Lo importante es que dimos espectáculo”, observó el veterano. “Que los amantes del piragüismo se pongan de pie y disfruten. Una medalla de bronce me sabe a gloria”.

A sus 39 años y con la sexta medalla conquistada, Craviotto habló con la serenidad del que ha traspasado todas las fronteras. Cuando le preguntaron por la dimensión de su obra se encogió de hombros. “No quiero que me recuerden como un tío que ganó seis medallas”, dijo. “Más que las medallas, lo que más valoro de mi carrera es haber estado en Pekín, Londres, Tokio y París. Son muchos años entre ciclo y ciclo, y estar arriba, arriba, arriba… Nunca le he dado importancia al número de medallas. Hay deportistas que aspiran a tres, cuatro o cinco medallas en unos Juegos. Y hay deportes como el taekwondo o la halterofilia en los que solo aspiras a una. ¿Quién es mejor deportista? Los rankings nunca me han gustado. Me gustaría que mi legado fuera el de la lucha y la constancia. Ya está”.

El gran sacerdote del piragüismo guardó la pala y se fue de vacaciones con sus hijas y sus padres. Dijo que empleará el descanso para pensar en su futuro. “Igual decido aguantar un año más”, anticipó, “o igual cuando vuelva de vacaciones me subo a la piragua y digo: ¡se acabó!”.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.
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