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FÚTBOL
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Real Madrid o las reglas del juego

El 0-4 del sábado en el Santiago Bernabéu se expresa también como un tratado genético de la historia de ambos equipos: la apuesta por entrenadores contra el imperio de las estrellas

Hanski Flick
Hanski Flick, entrenador del Barça, durante el partido contra el Real Madrid.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)
Daniel Verdú

El partido del sábado en el Santiago Bernabéu se expresa como un tratado genético de la historia de ambos equipos. Un club que siempre priorizó al colectivo y al entrenador, frente a una institución que apostó principalmente por los jugadores y las estrellas al servicio de la leyenda espiritual del escudo. La historia culé habla del Barça de Helenio Herrera, de Cruyff, de Guardiola, de Rinus Michels. La de su rival, repasa su gloria invocando al Madrid de Di Stéfano, de Cristiano Ronaldo, el de la quinta del Buitre y Hugo Sánchez mientras suenan los trombones de Wagner. El estilo, muy definido, es la heroica, galopar prácticamente sin mirar a la caseta. Y cuando alguien ha querido tocar eso (15 Champions, cuidado), ha arruinado el invento más exitoso de la historia del fútbol.

El 0-4, sin embargo, muestra también de forma cruel la apuesta por la estrategia y el entrenamiento frente a la confianza ciega en el talento de los jugadores. Los 12 fueras de juego —el último equipo que perpetró algo así en el Bernabéu fue el Milan de Arrigo Sacchi, donde jugaba el propio Ancelotti— son un retrato del trabajo, pero también de cómo rentabilizar al máximo una tecnología a veces denostada como el VAR, que permite jugar al límite sin correr riesgos humanos. En 1989 el fútbol revolucionario de Sacchi derrotó al Real Madrid de la Quinta del Buitre, pero también se cargó las propias reglas del juego poniendo la primera piedra para la abolición del viejo fuera de juego posicional. No sería extraño que después de lo del domingo a alguien le dé por prohibir el VAR.

Las buenas noticias en Barcelona, empeñado en autodestruirse, se llaman Hans-Dieter Flick. Cuentan que Deco y Bojan se fueron a Londres a entrevistarle y a la salida de la reunión llamaron al presidente Laporta y le resumieron el encuentro: “Hemos hablado con un entrenador”. No es poca cosa. Pero Flick, que al día siguiente del partido del Bernabéu puso al equipo a entrenar con lluvia por la mañana y luego se fue al estadio Johan Cruyff a ver al Barça Atlètic, no es solo eso. Es un currante. Al entrenador de Heidelberg le das la panadería de tu barrio y la convierte en un obrador de repostería francesa. Eso es lo que ha hecho con Raphinha, Íñigo Martínez, Iñaki Peña o Lewandowski, que parecían descartados para el fútbol el año pasado. O con De Jong, cuya entrada en el campo contra el Bayern y el Madrid liquidó definitivamente el encuentro.

La calma y el sosiego de Flick, quizá en eso también pensó Laporta a golpe de corazonada, le convierten en el entrenador perfecto para un club abocado al harakiri colectivo. Puede incluso que le ayude no hablar español para aislarse del tóxico entorno culé. Y es también la antítesis ideal para un presidente en permanente estado de combustión que, si sabe de algo, es de entrenadores. Laporta, en el ojo del huracán por su gestión impulsiva, personalista y algo errática, supo siempre dar confianza a sus técnicos. Lo hizo con Rijkaard, a quien protegió cuando las cosas no fueron bien el primer año, con Guardiola e incluso con Xavi en los malos momentos.

El partido apuntó detalles hasta el descuento. Y en los minutos finales, Gavi le recordó a Vinicius que le habían metido cuatro. El brasileño, según contaron algunos medios, le respondió aludiendo a su estatura y le anunció, como si el partido fuera para él y su equipo lo de menos, que al día siguiente se iría a por el Balón de Oro. El último fuera de juego de la noche.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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