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Todo el poder para el Jumbo en el Tourmalet, donde se evapora Evenepoel

Vingegaard gana la etapa reina de la Vuelta a España, y ya es tercero en la general que sigue liderando su compañero Kuss y en la que Roglic es segundo

Carlos Arribas
Vuelta a España
Vingegaard besa su anillo al ganar en el Tourmalet.Manuel Bruque (EFE)

Vingegaard, el ganador del Tour gana en el Tourmalet. El titular que desea la Vuelta. Los Jumbos se exhiben, otra vez. En la alta montaña, Evenepoel se evapora. Los titulares que no quiere la Vuelta ni casi nadie: el ciclismo es un combate entre iguales; al ciclismo le salva la pelea. Al ciclismo le matan las victorias por aplastamiento.

Tras el danés llega Kuss; tras el líder, llega Roglic. Los tres colegas, Kuss (primero), Roglic (a 1m 37s), Vingegaard (a 1.44), son los tres primeros de la general. Los demás, los ídolos españoles, lloran. Cuarto Ayuso, (2m 37s), quinto, Mas (3m 6s).

Al Tourmalet llega el pelotón de la Vuelta por la puerta trasera, a través del Aubisque, el descenso del Soulor, y el Spandelles, un puerto nuevo en la cultura de los Pirineos, pero el orden oficial, la relación mítica desde la primera vez, ya en 1910, en que el Tour, el ciclismo, se atrevió a echarle una pelea a los Pirineos, exige dejar el Aubisque para el postre y acercarse al gigante Tourmalet, el padre de todos, empezando por el Peyresourde y subiendo después el pastoril Aspin, y en los prados de su cima el viernes, mientras la Vuelta y sus afanes sudan lejos, la vida es tan lenta como cualquier otro día, un camión carga gigantescos troncos de pinos talados, observado con curiosidad por un rebaño de vacas hermosas que sestean tumbadas. Serán premiadas por un poema bucólico-cursi, seguramente, no como los ciclistas, que antes de salir, en rebaño también, se agrupan por colores junto a sus autobuses en el parking de Formigal y ruedan parados sobre rodillos, pista de despegue para ascender hasta el techo de la Vuelta, 2.115m.

Para ellos, trabajadores del pedal y de las emociones, de la soledad y el miedo, un poema heroico, un cantar de gesta, un Mío Cid escolar para Vingegaard, para Mas, para Landa.

Un Rey Lear musical para Roglic, para Kuss de rojo, los Jumbos envidiosos. Para Vingegaard, quien, como Carlos Sastre en el Alpe d’Huez de 2008 cuando le ganó el Tour a sus compañeros de equipo, los hermanos Schleck, es el primero del equipo que ataca, y paraliza a sus compañeros-rivales, Acelera a ocho kilómetros de la cima, pasado Barèges. Mas le sigue un poco, luego se lo piensa, luego espera que llegue Ayuso, y los dos, remoloneando un poco, tiran, condenados, de Roglic y Kuss. Una paradoja: el cuarto y el quinto ayudan al segundo y al tercero a perseguir a su amigo. Shakespeare convirtió la contradicción en tragedia. La Vuelta puede hacer de ello una comedia de enredo, de celos. “No, no”, promete Vingegaard, que besa el anillo de casado cuando cruza la meta y dedica la etapa a su hija Frida, que cumple años, como si solo la familia le emocionara. Y, luciendo el maillot de rey de la montaña, consecuencia de su victoria, y ajeno a la desazón que despierta, propone un silogismo casi: “No voy a luchar contra mis compañeros. Voy a luchar para ganar la Vuelta”. Más empático, Kuss, que atacó a dos kilómetros, una golondrina sobre el asfalto, y con dos pedaladas redujo a la mitad el minuto de ventaja que llevaba Vingegaard, entiende a los que lamentan el espectáculo, grande, del Tourmalet. “Para el espectáculo es quizás agridulce ver a un equipo tan fuerte dominar así la general”, dice el norteamericano, que cada día tiene más fe en su victoria. “Pero creo que nuestro estilo atacante hace bonitas las etapas”.

Una elegía, un cantar triste para Remco Evenepoel, que sufre en el Aubisque ya, tan pronto, el primer hors catégorie de la Vuelta, y también para la memoria de Almeida, solidaria con su primer año profesional, cuando debutó con Remco, y lamentaba tener que estar siempre a su servicio. Y, enfermo, antibióticos, en el Aubisque se queda con él.

Remco pierde 27 minutos, pero mantiene la dignidad. Llega detrás de Bernal, de Luis León, de los heridos.

La etapa, la gran etapa –”etapa corta, puertos míticos”, resume Mikel Landa, rey de la precisión en el esfuerzo y en la palabra—de los Pirineos, comienza en subida, tres kilómetros por el Portalet soleado hasta la frontera. El sol, tan tonto en septiembre, y el calor, lo aplana todo, destruye el misterio que los días duros de Pirineos que todos los ciclistas recuerdan, se esconde bajo las nieblas, las sombras, los túneles y las paraavalanchas oscuros en los que los días de nubes bajas se refugia el ganado, caballos percherones, vacas, ovejas en trashumancia, desorientado en la bruma. El sol del Bearn desnuda a Remco, el ganador de la Vuelta pasada, cocinado a fuego vivo por el ciclismo el primer día de su carrera en el que desafía a un gran col pirenaico. Está enfermo, seguro, no puede ser que se quede así, desfallecido, susurran, intentan consolarse entre ellos, los desilusionados periodistas belgas, la gran peregrinación incrédula, mirada oscura, observando el cortejo oscuro del Soudal, cinco amigos consolando al maillot blanco pálido como su faz de Remco, arrastrándose sobre el asfalto áspero de Spandelles, poco más que un sendero empinadísimo, donde los Jumbos vuelan en fila india, donde Landa siente ya hormigas en las piernas y se mueve al unísono con Vingegaard. Solo entonces está el ciclismo a la altura del paisaje, que quita la respiración, las montañas, los bosques. Es un espejismo. Inmediatamente Gesink incansable y Kelderman ponen en marcha el rodillo Jumbo.

Aplanan la Vuelta. Bailan sus líderes una danza que podrán repetir el sábado en Larrau terrible y Belagua, el segundo capítulo de los Pirineos. Y en la pantalla gigante del podio les espera una película hermosa en blanco y negro. Bahamontes, el Águila de Toledo, Dios del Tourmalet, pedalea. Kuss, empapado de ciclismo, de historia, de España, se emociona y se lo dice a Vingegaard, a su lado: “Algún día quizás llegarás a ser como Bahamontes, una leyenda para siempre, un escalador legendario”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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