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Evenepoel gana la Clásica de San Sebastián por aplastamiento

El ciclista belga consigue su segundo triunfo en San Sebastián después de un ataque demoledor a 44 kilómetros de la meta

Evenepoel Clásica de San Sebastián
Remco Evenepoel celebra con rabia su victoria en San Sebastián.Alvaro Barrientos (AP)
Jon Rivas

Los aficionados al ciclismo son promiscuos. Se pasean los miembros del club de fans de Alessandro Covi, con pancartas del Puma de Taino, con pelucas tricolor, y como están allí y su ciclista no corre la Clásica, se hacen fotos con cualquier corredor italiano que pasa por delante después del control de firmas. Que si Nibali, que les dice que va a ganar, que si Cataldo. Hasta algún portugués, como Rui Costa, se para y se fotografía en medio del Boulevard, plagado de turistas que arrastran maletas, y donostiarras que tratan de sortear los inconvenientes de un evento de multitudes.

Pasea por allí José Miguel Echavarri, algo más viejo que cuando dirigía un imperio ciclista que alcanzó su cénit con Indurain, aunque igual de sabio, y le escolta, dos pasos por detrás, como quien sabe cuál es su sitio, Francis Lafargue, el vasco de Biarritz La Negresse, junto a la estación de ferrocarril, que le acompañó durante décadas en la aventura. Pasan desapercibidos, porque el ciclismo está ahora en manos más jóvenes, como eran ellos en sus tiempos de gloria, y pocos reconocen tampoco a Raúl Alcalá, ganador en 1992 bajo el aguacero y los faros de los coches, el día que Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió, debutaba como profesional, y pensaba, en su arrogancia, que iba a ganar. Acabó último.

La gente conoce más a los jóvenes, y grita “¡Remco, Remco!”, cuando Evenepoel baja por la gran avenida, o sube por ella, camino de su autobús primero, de la salida después, en la que saluda a Valverde, que recibe un homenaje. Más tarde, cinco horas y media después, será él quien pida a los aficionados que se agolpan tras las vallas, que coreen su nombre. Les jalea con los brazos, se echa la mano al oído para escucharlo y después, en su despliegue gestual, levanta dos dedos y señala el asfalto: “Dos veces aquí”, en San Sebastián, alfa y omega; el escenario de su primera gran victoria, el de la última, a la que, probablemente, seguirán muchas más.

Un triunfo por aplastamiento, sin paliativos para sus rivales, si es que los tuvo; brutal, espectacular Evenepoel, a 45 kilómetros de la meta, cuando el pelotón ascendía Erlaitz, y en el grupo ya no estaba Tadej Pogacar, mentalmente desconectado de la carrera cuando el grupo subía Jaizkibel, el tradicional fielato de la Clásica. Allí se quedó a charlar con el coche de su equipo, mientras dejaba hacer al Quick Step, que le preparaba la carrera, vuelta y vuelta, como le gusta al fenómeno belga al que sólo Simon Yates pudo seguir, pero menos de un kilómetro, porque cuando Evenepoel llegó a la cima, el británico ya le había perdido de vista y el belga había ganado la Clásica.

Más de medio minuto en Erlaitz, 1,01m en Rentería. A patadas con los pedales, ritmo demoledor, Evenepoel no cedía ni un milímetro en el llano, y cada vez que la carretera se ponía cuesta arriba, aumentaba la diferencia sobre Sivakov y Carlos Rodríguez, el campeón de España, el dúo del Ineos que trataba de cerrar la brecha, cada vez más grande.

En el alto de Miracruz, con los comensales de Arzak, que cumple 80 años el domingo, haciendo una pausa de la sobremesa, asomados a la puerta, la diferencia se mantenía estable: también al toque de campana en el Boulevard donostiarra, y aumentó cuando se estrechó la carretera en el desvío hacia Igeldo por su vertiente escarpada.

Sólo quedaba por saber quién sería segundo, quién acompañaría al fenómeno con los premios de consolación, porque se llevó Evenepoel también el de la montaña, el de los esprints especiales y, por supuesto, el de mejor joven, que ganará todavía durante unos años más.

Cedió Rodríguez en las últimas rampas, y le pasó el testigo a Sivakov, a más de dos minutos en la cima de Murgil Tontorra, abarrotada como el Kapelmuur del Tour de Flandes, como la Redoute en Lieja; por detrás, Benoot adelantó al español; también Mollema lo haría en la meta. Para entonces, Evenepoel descendía prudente hacia la playa de Ondarreta, camino de la llegada, del baño de masas en el Boulevard, donde, como en Lieja, pudo festejar a gusto su victoria por aplastamiento. Luego, después de 44 kilómetros en solitario, se bajó de la bici, apagó el pulsómetro y sonrió. “Ahora soy un corredor más completo que hace tres años, peso dos kilos menos pero soy igual de explosivo. Y ahora correré Burgos y después de tomaré 15 días para hacer unas cuantas barbacoas”.

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