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“¡Esta generación de piragüistas nos da envidia, son la leche!”

Los pioneros del piragüismo español analizan la edad de oro de este deporte que empezó sin instalaciones y con concentraciones en Rumania y ahora tiene que hacer cribas para elegir las mejores embarcaciones

Eleonora Giovio
Craviotto, Toro, Cooper y Germade en la final europea del K4-500 donde ganaron el oro.
Craviotto, Toro, Cooper y Germade en la final europea del K4-500 donde ganaron el oro. TAMAS KOVACS (EFE)

“Me pongo verde de la envidia cuando los veo”, dice José María Esteban Celorrio, Chema para todos, que ganó la primera medalla mundial (oro en Belgrado en 1975) y también la primera medalla olímpica del piragüismo español. Corría el año 1976, eran los Juegos de Montreal. Sus compañeros de aventura –plata en el K4-1000- eran José Ramón Díaz Flor, Herminio Menéndez y Luis Gregorio Ramos Misioné. Herminio estudiaba en la escuela de aprendices de 8 a 14 y se levantaba a las 5.30 para poder ir a entrenar al Pantano de San Juan antes de ir a clase. Misioné se gastó sus ahorros (500 pesetas de entonces; lo salarios eran 1.000) para arreglar una piragua y subirse a ella hasta proclamarse campeón infantil de España.

Menéndez, Misioné, Díaz-Flor y Celorrio (D) en la final de los Juegos del 76.
Menéndez, Misioné, Díaz-Flor y Celorrio (D) en la final de los Juegos del 76.FEDERACIÓN DE PIRAGÜISMO

Eran tiempos en los que el deporte español no era profesional. Las piraguas pesaban seis kilos más que ahora. No había centros de tecnificación, ni instalaciones como las de hora. Tampoco residencias para atletas olímpicos como la Blume que se inauguró en mayo de 1975. Ellos se concentraban en el Hotel Florida o en un colegio chino de la capital. Fueron los pioneros de este deporte. Llegaron a la elite tras haber mamado en la cuna del piragüismo de entonces, Rumania. Pasaron temporadas allí, en el Lago Snagov, a 40 kilómetros de Bucarest donde tenía un palacete Nicolae Ceausescu. “Allí empezamos a vivir el piragüismo de alta competición, el nivel de los rumanos era espectacular y nos hizo mejorar sustancialmente. Nos entrenábamos tres veces al día”, recuerda Chema. Las habitaciones eran de 6-14 y 22 camas y el baño estaba separado con una cortina.

“Pasábamos hambre –la comida estaba racionada por el Estado-. Saltábamos la valla de la finca en la que se alojaba Ceausescu y le robábamos melocotones y cerezas y en numerosas ocasiones nos perseguían los guardias”, contaba Díaz Flor a este periódico que juntó a los cuatro piragüistas en mayo de 2016, antes de los Juegos de Río.

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Cuando Chema dice que se pone verde de envidia se refiere a la generación actual de piragüistas que a partir de este viernes en Montemor-o-Velho (Portugal) intentarán mejorar el botín de medallas (siete) conseguidas en el Europeo de junio en Belgrado. “Da envidia porque estos chicos con la leche y es para quitarse el sombrero. Saúl [Craviotto] tiene cuatro medallas olímpicas. Marcus [Cooper] ganó con 21 años el oro en Río en la prueba reina del piragüismo, el K1-1000. Con Toro y Germade han hecho un K4-500 que es un mísil”, explica Chema.

“Cualquiera de nosotros cuatro se muere de envidia. Ni soñábamos con esto, se ha alcanzado tal nivel que ahora se va a los mundiales sabiendo que, como mínimo, sacas medalla”, añade Díaz Flor que es el responsable de la Blume y que ya está en Portugal para seguir a sus chicos. De las 7 medallas de oro en los Juegos de Río, tres se consiguieron en piragüismo. Son 31 metales en los Europeos (16 en los últimos ocho años) y 31 en los Mundiales (tres en 2017, 13 en los últimos nueve años).

El nivel es tal que hasta ha habido que hacer trials como los que se hacen en Estados Unidos, potencia mundial del deporte. Para elegir las embarcaciones que compitieron en el pasado Europeo y en este Mundial (el K4-1000, por ejemplo) se han hecho preselecciones. El K4-500, que consiguió el oro en Belgrado en junio, echó a andar a primeros de mayo, con la vista puesta en Tokio 2020, después de una criba con otros tres barcos. El domingo peleará por el triunfo, igual que Garrote en el K1-200. El viernes lo harán Toro y Craviotto en el K2-200; por las medallas lucharán también el viernes Iñigo Peña y Francisco Cubelos en el K2-1000 Ambos, además, doblarán en el K4-1000 (la final es el sábado) junto a Pelayo Roza y a Rubén Millán. Roi Rodriguez, oro en la Copa del Mundo de Hungría en mayo, buscará medalla en el K1-1000 el sábado. Sergio Vallejo y Adrián Sieiro, bronce en el europeo de junio, quieren medalla en la final del viernes del C2-M-1000.

“En nuestra época ni soñábamos con cribas. Esto es cosa de los últimos años, antes un barco era el mismo para todo el ciclo olímpico”, cuenta Díaz Flor. “Es un nivel sorprendente el que tenemos ahora. Hemos conseguido ser el número uno en el kayak masculino. Cada embarcación que se hace, opta a una medalla. En nuestra época era otra vida, otra España, estábamos fuera del mundo en cuanto a preparación, alimentación y planificación”, apunta Herminio.

Los tres coinciden en que se ha trabajado muy bien desde abajo, en los centros de tecnificación (hay uno por cada Comunidad Autónoma). “Hay gente tan buena que está tapando a las posibles promesas… bendito problema, pero sí lo hay porque los más jóvenes, los que tienen 18 años ahora, no pueden competir con ellos. Tienen que tirarse unos años a tope para superarlos y eso es un desgaste físico y anímico porque no tienen recompensa”, apunta Chema. “Hay 3-4 chavales que han sido campeones del mundo sub-23 que lo han ido dejando. No tienen beca porque no las hay para todos ya que van en función de los resultados y se han visto tapados y sin recursos”, añade Díaz Flor.

 

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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