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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Navarro o cómo maltratar a un mito

El Barça niega al jugador más importante de su historia la posibilidad de seguir en el equipo

Navarro saluda al público en un partido de 2017.
Navarro saluda al público en un partido de 2017.ALEJANDRO GARCÍA (EFE)

El FC Barcelona ha decidido que en su equipo de baloncesto ya no hay sitio para Juan Carlos Navarro. En su derecho está. El jugador, de 38 años, tenía la intención de continuar una temporada más vestido de corto, a lo que el club se ha negado. Navarro continuará en el organigrama de la sección, y a sueldo de ella, pero vestido de calle, haciendo las siempre agradecidas labores de asesor, adjunto, ayudante o consejero del correspondiente, y sin duda experto, superior. Por si algún lector anda despistadillo por aquello de la canícula, no está de más explicar que Juan Carlos Navarro es al equipo de baloncesto del Barça lo que Messi al de fútbol. Dicho de otro modo, que después del escudo y la afición vienen ellos.

Vayamos con los hechos, que son los que son. El 19 de septiembre de 2017 Navarro y el Barça firmaron un contrato por el que el jugador seguiría ligado a la entidad azulgrana durante los 10 años venideros. Lo haría en condición de jugador durante una temporada y a partir de ahí ambas partes decidirían en armonioso consenso. Pero llegado el día, la armonía y el consenso saltaron por los aires. Navarro, que lleva 20 años en el club, anunció su deseo de continuar un curso más y el Barça le dijo aquello de 20 años no es nada y aquí tiene usted su despacho para lo que guste mandar. Nada tenía que ver el dinero en este asunto. De hecho, en aquella última negociación contractual el jugador aceptó dejar su sueldo en 600.000 euros anuales, una cantidad inferior a la de una buena parte de sus, por entonces, compañeros.

Llegados a este punto no está de más detenerse en los datos, que en este caso, lejos de ser fríos, son incendiarios. En sus casi 92 años de vida, el equipo de baloncesto del FC Barcelona ha ganado 55 títulos. De ellos, 32 fueron conquistados antes de 1997, el año en el que Navarro debutó con el primer equipo. Desde que él llegó conquistó 23, entre ellos dos Copas de Europa, un torneo hasta entonces prohibido. Números en mano, no hay que ser Einstein para comprobar que los éxitos del Barça, esos que le han convertido en una de las referencias del basket europeo, se han multiplicado desde que Navarro viste la camiseta con el número 11, ese que si la directiva tiene dos dedos de frente, incluso uno, nadie heredará.

Podría el Barça argüir motivos de rendimiento para justificar su decisión de borrar del mapa al Navarro jugador. Ya se sabe, la edad, las lesiones… Razones son, sin duda. Pero sucede que tras el último partido de la pasada temporada, en el que el Barça cayó ante el Baskonia y fue eliminado de la Liga, el jugador expresó su deseo de no retirarse así, con el recuerdo de esa derrota. Esa petición la hacía un individuo sin cuya presencia el Barça ni estaría donde está ni sería quien es. Pero una o varias eminencias superiores, cuya contribución al baloncesto es menor que la que había hecho Navarro de cadete, decidieron que tan alta institución no estaba para hacer favores a nadie, confundiendo el favor con el agradecimiento, por no decir con la justicia. Y ahí queda Navarro, jubilado por mor de una directiva de la que no se puede decir que no sepa cuidar a sus mitos en la hora del adiós, como demuestra el caso de Iniesta, cuya voluntad de abandonar el Barça fue aceptada por el club, que se volcó en el reconocimiento a una trayectoria formidable.

No ha ocurrido lo mismo con Navarro, cuyo adiós recuerda lo que hizo el Real Madrid con Raúl y Casillas, a quienes a punto estuvo de hacer fregar los vomitorios del Bernabéu antes de abrirles la puerta de salida. Son las cosas que, a veces, tienen los clubes grandes. El Barça ha prescindido del jugador más importante de su historia e, insistimos, en su derecho está. Pero no habría estado de más que le hubiera permitido despedirse con un balón en las manos, incluso recibiendo el homenaje de las aficiones contrarias, al modo en que lo hizo Kobe Bryant en la NBA. Porque eso es lo que se hace con los mitos. Es una cuestión de respeto y de agradecimiento. Pero el respeto y el agradecimiento no se pueden meter en una escueta carta de 137 palabras, que esas son las que tiene el comunicado hecho público por el Barça para anunciar su despido. Al menos tuvieron el detalle de no mandarle a un motorista.

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