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La zurda de Griezmann gana el Mundial

El francés ha sido decisivo en la estrategia del balón parado y ha marcado sus tres penaltis

Ladislao J. Moñino
Griezmann celebra su gol en la final ante Croacia.
Griezmann celebra su gol en la final ante Croacia.MAXIM SHEMETOV (REUTERS)

Mientras Ronaldinho encendía y removía las gradas del estadio Luzhniki aporreando los timbales, Antoine Griezmann adoptaba su particular cara de finalista. Había miradas fijas como las de Giroud, Mandzukic o Rakitic sonrisas nerviosas como las de Mbappé cuando el alemán Philippe Lahm descubrió la Copa del Mundo y la situó en el pedestal. La ansiedad seca la boca, e instalado en el último lugar de la fila de los internacionales franceses Griezmann parecía querer combatir la escasez de saliva silbando.

Cuando la organización dio el visto bueno para que los protagonistas aparecieran en el terreno de juego, ninguno osó tocar la estatuilla de oro macizo por esa cábala que circula entre los jugadores. Griezmann, ni la miró y se alejó rápidamente para formar y escuchar La Marsellesa.

Su inicio del partido fue contemplativo, acorde con la Francia agazapada que asistía muy segura de sí misma a los arrebatos iniciales de Croacia. No tocó un baló en el primer cuarto de hora Griezmann, pero el primero que le llegó fue para provocar la falta del primer gol. Su rosca cerrada tuvo el mismo veneno que las que le puso a Varane y a Umtiti en los cuartos (Uruguay) y en semifinales (Bélgica). Fue la coronilla de Mandzukic la que envió la pelota a la red de Subasic. En este Mundial donde el balón parado se ha convertido en una panacea, la pierna izquierda de Griezmann ha sido decisiva para que Francia alce el título.

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Quince minutos más tarde, su pierna izquierda volvió a ser puesta a prueba cuando el VAR avisó al argentino Pitana de la mano de Perisic. El propio Griezmann había ejecutado el saque de esquina, otra vez cerrado, tocado y dañino. Giroud le abrazó antes de lanzarlo y Vrasljko, su compañero en el Atlético, trató de distraerle. También Subasic, al que pareció lanzar pequeños besitos. Esta vez no ejecutó la pena máxima con la violencia con la que golpeó el que aún le martillea la memoria: el de la final de la Champions de Milán en 2016. Su toque suave a su izquierda, justo cuando Subasic se había vencido a su derecha, fue magistral. Su cuarto gol en el campeonato, el tercero de penalti. El otro fue aquel latigazo que Muslera no pudo domar por el efecto extraño que le hizo la pelota.

También intervino, en el tercer gol de Pogba. Francia ya estaba entregada a la contra y alas galopadas de Mbappé. En una de ellas, Griezmann controló el pase y tras varios toques sin dejar caer la pelota, esta fue rechazada por un defensa croata en la frontal. Allí apareció su amigo Pogba para empotrar a Subasic. Con el tanto de Mbappé todo ya apuntaba a un paseo de Francia, pero el error de Lloris revivió algo el duelo. Y entonces, de nuevo, tuvo que emerger el Griezmann que mejor ejemplifica a esta Francia de Deschamps: su estrella corriendo hacia atrás.

Cuando Pitana señaló el final del encuentro, sus compañeros se fueron directamente a por Griezmann, que quedó sepultado. Tardó en emocionarse, solo cuando se vio sin compañía, comenzó a llorar. Fue elegido el mejor jugador de la final. Su pierna izquierda ha logrado enterrar la doble decepción de 2016: la Champions y la Eurocopa de Francia.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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