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El llanto del diablo

El Toluca pierde la final de la Liga MX frente a Santos Laguna en su propio campo, el del Nemesio Díez

Sambueza es consolado por García.
Sambueza es consolado por García.R. Blackwell (AP)
Diego Mancera

Los de Toluca han tocado el olimpo dos veces y han caído con bruto estrépito. En dos meses disputaron el mismo número de finales y las perdieron. Los diablos, como apodan al equipo, perdieron la Copa MX y este domingo la Liga MX. Entre los hinchas no logran entender cómo su a equipo, orientado por el seis veces campeón Hernán Cristante, se les esfumó la gloria.

El estadio Nemesio Díez, cueva del Toluca, daba por un hecho que sus futbolistas vestidos de un impoluto rojo escarlata podían revertir un 2-1 frente a Santos Laguna. Por las calles de la ciudad las familias se acercaban a comprar peluches de diablos caricaturizados e incluso había tiras carmesí que se esforzaban en parecer chorizo, el embutido insigne. Los camiones, las bardas, todo estaba sonrojado. Cualquier camiseta del Bayern Múnich podía ser adaptada. No había espacio para la cromática verdiblanca del visitante.

Cada que juega el Toluca significa que del Mictlán-el infierno en la cosmovisión de los mexicas - los diablos pueden salir a pasearse, a comer un choripan, a cantar "¡queremos una copa!". Cualquier forma que remita a Lucifer era bien recibida en las tribunas del Nemesio Díez. Por allí deambulaban las máscaras más grotescas para apoyar a los locales.

El hincha de Toluca le pedía a su plantel que dejara atrás la Copa MX que perdieron de forma inaudita frente al Necaxa: un gol en propia a minutos agónicos. Eso se lo podían perdonar y podía estar compensado con esa Liga MX frente a Santos Laguna, equipo al que ya le había ganado dos veces una final (2000 y 2010). Necesitaban hacer dos goles para gozar de lo lindo, pero les anotaron un gol antes de los 10 minutos. Cualquier tipo de estrategia de Cristante se colapsó.

La gente se mantuvo estoica. Del estadio se consumió toda un arsenal de pólvora y fuegos artificiales. Si no era eso, eran los tambores o las bufandas ondeantes. La perra brava, su grupo de animación principal,hizo lo que parece rutina en cada partido: quitarse la camiseta para, de alguna forma, gritar más cómodos. Cualquier práctica esotérica era válida, incluso rezar.

Los locales se aferraban a un partido de épica en la que su diablos necesitaban hacer dos goles para irse a la prórroga. Consiguieron uno y nada más. El impulso se ahogó en el silbatazo final. Los hinchas escarlatas se mantuvieron en las gradas, sus jugadores tomaron rumbo a los vestuarios, sin ver la celebración del rival. Dejaron ir la oportunidad para hacer válido su primer lugar en el torneo regular, para hacer efectiva la grandeza de Cristante. Fue la ‘vendetta’ de Santos Laguna con Robert Siboldi, un entrenador con apenas 32 partidos en Primera División. Fue su redención; para los de Toluca, la peor penitencia.

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Sobre la firma

Diego Mancera
Es coordinador de las portadas web de la edición América en EL PAÍS. Empezó a trabajar en la edición mexicana desde 2016 escribiendo historias deportivas. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y Periodismo por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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