El sonado regreso de Lángara
El jugador vasco volvió al Oviedo en 1946, tras 10 años fuera de España por la Guerra Civil
El regreso de Torres al Atlético trae a la memoria uno de los sucesos del fútbol de la posguerra: el de Lángara, el formidable goleador, al Oviedo. Fue en el verano de 1946. Para entonces él tenía ya 34 años. Llevaba diez fuera de España y una novia le esperaba.
Lángara es el goleador más formidable que ha tenido nuestro fútbol. Nacido en Pasajes (Gipuzkoa), el 15 de mayo de 1912, se mudó de chaval a Andoain y rompió como jugador en el Tolosa. Hasta allí llegó para ficharle un enviado del Atlético de Madrid, Ángel Romo, con instrucciones inconcretas. Le dijeron que se trajera “al delantero centro, al precio que sea”. Pero ese día Lángara no jugó de delantero centro, sino de interior. Romo fichó a José María Arteche, que fue el delantero centro esa vez. Un buen jugador, pero con un defecto: tenía una pierna más corta que otra.
Estaba en Francia cuando Euskadi fue tomado por Franco. Decidió emigrar a América
El siguiente en interesarse por Lángara fue el Oviedo, entonces en Segunda División. Era la temporada 30-31. Para la 32-33 ya estaban en Primera y Lángara era el terror de todas las defensas. Su poderío le hizo imprescindible en la Selección. Para cuando llegó la Guerra, en verano del 36, era, con 24 años, una gloria del fútbol español. Máximo goleador de la Liga en los tres últimos años y bandera de la Selección Nacional, para la que hizo 17 goles en 12 partidos. Barrió a Portugal en los choques de clasificación para el Mundial de 1934.
La Guerra Civil le pilló en Andoain, de vacaciones. En principio fue encarcelado, porque había participado como soldado de reemplazo en las operaciones contra la Revolución de Asturias, en 1934. Pero su popularidad y la evidencia de que su responsabilidad era mínima provocaron su liberación. Cuando se formó una selección vasca para hacer jugar por Europa a fin de recabar fondos y hacer propaganda del Gobierno vasco, contaron con él, como no podía ser menos, junto a los Blasco, Zubieta, Cilaurren, Regueiro, Iraragorri, Gorostiza y demás. Aquel equipo hizo una sonada gira por Europa: Francia, Checoslovaquia, Polonia, URSS, Finlandia, Dinamarca y Noruega. De regreso a Francia, tras ser rechazados en Inglaterra, se replantearon el futuro. El País Vasco ya había sido tomado por Franco. Algunos (Gorostiza entre ellos) regresaron a España. Los más viajaron a América. En México jugaron el campeonato con su nombre, el Euzkadi. Luego, la creciente presión de la FIFA, que reconoció a la nueva Federación de la España de Franco, les fue cerrando la posibilidad de contratar partidos y condujo a la disolución del equipo.
Habló con Santiado Bernabéu para jugar en el Madrid, pero acababan de fichar a Molowny
La mayoría se quedó a jugar allá. Lángara fichó, como Iraragorri, Zubieta y Emilín Alonso, por el San Lorenzo de Almagro. Su debut fue célebre, con cuatro goles al River Plate el mismo día que desembarcó en Buenos Aires. Fue uno de los primeros partidos que de la mano de su padre presenció Di Stéfano, hincha de Ríver, con 12 años. Di Stéfano siempre me aseguró que era capaz de reconocerse en una de las fotos de los goles, detrás de la portería en que marcó Lángara los cuatro goles. El Vasco, como le apodaron, jugó allí cuatro temporadas, dejando 110 goles en 121 partidos. Tras una gira de San Lorenzo por México, en la que hizo 23 goles en 10 partidos, fue contratado allí por el Real Club España, con vistas a la creación de una Liga Profesional mexicana. Siguió marcando goles en cantidad.
Avanzando 1946, le pudo la nostalgia de España. Llevaba diez años fuera. Al final de la guerra, se había emitido un Decreto Ley sobre Responsabilidades Políticas que perseguía a quienes habiéndoles pillado la guerra en zona republicana y habiendo conseguido salir al extranjero no se hubieran presentado en Zona Nacional. En el caso de los deportistas, una circular del Consejo Nacional de Deportes fijaba suspensión de seis años, extensible a doce por agravantes o reducible a uno por atenuantes.
Su fichaje por el Oviedo tuvo una repercusión tremenda y costó un dineral a los asturianos
Lángara llevaba nueve años largos fuera. Le pesaban. Se le cruzó un amor imposible, que le hizo difícil la estancia en México. Y aún le roía el recuerdo de su novia de Oviedo, de nombre Nieves. Su hermano Jesús le animaba al regreso. Habló con el Madrid, pero Bernabéu estaba en la construcción del nuevo estadio y además acababa de fichar a Molowny, un prometedor joven canario. No le quedaba dinero ni para planteárselo. La mejor opción fue el Oviedo, cuyo presidente, Carlos Tartiere, valoró el golpe de efecto que supondría. Le animó especialmente un directivo, Calixto Marqués. Para el Oviedo fue una seria inversión: 100.000 pesetas de ficha anual, más 1.250 de sueldo mensual. Era el contrato más alto del club.
Con Lángara se animó a regresar Iraragorri, al Athletic, donde aún jugaría un par de temporadas, hasta pasar a ser entrenador. Ninguno de los dos fue molestado, más bien el Régimen utilizó sus regresos como aval de normalidad.
Viajaron en barco hasta Bilbao, donde se quedó Iraragorri. Allí, Lángara cogió tren hacia Oviedo. Llegó el 20 de agosto del 46. La noticia había corrido como la pólvora por la ciudad. Para regatear a la multitud, se apeó en Colloto, a diez kilómetros de Oviedo, donde le esperaban entre otros Calixto Marqués, el entrenador Manolo Meana, el jugador Herrerita, compañero de antes de la guerra que seguía en activo, y dos célebres periodistas locales, Ramón Martínez, Moncho, y Serafín Martínez González, Segoma. Pese al disimulo, muchos aficionados se avivaron y en Colloto hubo gran tumulto. Le costó salir de allí. Fueron en coche a casa de Carlos Tartiere, donde firmaron los contratos y, el mismo día, a entrenar.
Para su presentación se organizó el 15 de septiembre, una semana antes de que empezara la Liga, un partido contra el Racing de Santander. El lleno fue total. Ganó el Oviedo 6-1 y Lángara marcó cuatro. La gente, que le había visto por la calle con cierto aire de señor mayor, cargado de peso y grandes entradas, se quedó feliz.
El debut real, una semana más tarde, no fue tan brillante. El rival fue el Madrid, que visitó Oviedo. Fue sin su nueva estrella, Molowny, jugó descaradamente atrás, marcó muy encima a Lángara y el partido acabó sin goles.
Con todo, el primer año de Lángara fue bueno. Marcó 18 goles en 20 partidos. Fue cuarto goleador de la tabla, que encabezó Zarra. Incluso fue seleccionado una vez, bien que como suplente de Zarra. No estaba mal para sus 34 años, pero las expectativas que levantaron aquellos cuatro goles al Racing no se confirmaron.
Tampoco lo sentimental salió como él hubiera esperado. Habían pasado diez años, con una guerra. “No te ha guardado ausencia”, le decían las malas lenguas. La novia de Lángara se convirtió en una especie de espectro, sobra la que todos hablaban cuando pasaba: “Mira, ahí va… Es la novia de Lángara…”
Su segunda temporada fue la última. Nueve partidos y siete goles. Esteban Echeverría, del que hemos vuelto a saber ahora cuando el récord de partidos seguidos de Cristiano marcando, estaba en mejor forma. Le relegó.
Se marchó discretamente. Luego hizo vida como técnico en México, Chile y Argentina. Terminado el fútbol, trabajó en una factoría propiedad de Luis Regueiro. Viajó frecuentemente a España. Madrid, Oviedo, Andoain. Siempre el mismo recorrido. Cuando le atacó el Alzheimer, ya en 1990, se estableció en Andoain, en casa de su sobrina María Jesús, hija de su hermano Jesús, fallecido antes. Allí falleció, el 21 de agosto de 1992. Murió soltero.
Era otra España. Ya nadie recordaba guerras ni exilios ni ausencias por guardar. Sólo se hablaba de los Juegos Olímpicos recién celebrados y de un futuro esperanzador a construir entre todos.
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