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Aceleración de Froome

El corredor inglés quiere impresionar a los rivales con un mínimo ataque antes de que Bakelants ganara en Ajaccio

Carlos Arribas
Froome y su compañero Kiryienka encabezan el pelotón.
Froome y su compañero Kiryienka encabezan el pelotón. c. ena (AP)

Cuando la montaña era eso, montaña, una dentadura gris de las de antes de la ortodoncia que corta como una sierra la isla en norte y sur, atacó Thomas Voeckler con su aire de perrito Milú y sus malas pulgas, y su exageración gestual habitual. Era un puerto de tercera (la montaña la tenía un poco a su derecha), un paso entre dos valles, y sus gritos, que los daba mientras ascendía, sus invectivas (no tan feroces como los insultos que se autoinfligía el viejo loco Ferdi Kubler, que asustaba), se transformaban en el aire en olor a maquis, al monte bajo bajo los pinos y abetos, romero, brezo y lavanda que aman las abejas, y en humo de los méchouis que los paisanos ardían al paso de la carrera. Era un tercera y Voeckler, el más amado, lo ascendía como si fuera un col de los Pirineos, allí en el continente. Una manera de subir que animó la carrera y las rivalidades francesas allí donde pueden, permitió más tarde a su compañero Rolland coronar el primero el primer segunda del Tour, el col de Vizzavona, tras esprintar poseído y ponerse líder de la montaña, y condenó a la hipersudoración al Kittel de los enormes muslos de esprínter y su maillot amarillo, que empezó a perder minutos.

CLASIFICACIONES

ETAPA

Bastia-Ajaccio: 156 km.

Velocidad media: 45,6 Km/h.

1. Jan Bakelants (Radioshack) 3h 43m 11s

2. Peter Sagan (Cannondale) a 1s

3. Michal Kwiatkowski (QuikStep) a 1s

17. J. Izaguirre Insausti (Euskaltel) a 1s

GENERAL

1. Jan Bakelants (Radioshack) 8h 40m 03s

2. David Millar (Garmin) a 1s

3. Julien Simon (Sojasun) a 1s

14. Alejandro Valverde (Movistar) a 1s

PRÓXIMA ETAPA

Ajaccio-Calvi: 145,5 km.

Cuando la montaña se hizo mar, ya en Ajaccio, donde Napoleón tocaba el tambor, y el olor a maquis fue olor a salazón y a calles viejas salpicadas por la espuma que levantan los yates en el puerto, voló Froome, ave zancuda. Voló como una cigüeña, con una aceleración fulgurante sobre los pedales al final de la calle del Salario, donde la cuesta ya era llana y Flecha, que había atacado al comienzo de la subida para divertirse ya echaba el bofe. Fue un acto gratuito y por eso importante, cargado de sentido, una representación a la que los rivales asistieron desde primera fila, como niños que por la noche tendrán pesadillas y no dormirán pensando en el coco que les asusta con su aleteo y su ruido. “Es bueno tener siempre a los rivales en estado de alerta”, dijo Froome el africano después para explicar el valor estratégico de las cuatro pedaladas con las que ganó una decena de metros y algo más antes de levantar el pie mediado el descenso y dejarse coger. “Ya le vi a Froome, pero sabía que no podía ir a ninguna parte”, dijo Contador, poco impresionable el doble ganador de Tour, que no movió ni una ceja. “Tenía al equipo conmigo y no hubo ningún problema”. Y Valverde, que también estaba cerca, dijo, con desprecio a los intangibles de la carrera, a los matices: “Si quiere gastar fuerzas, que lo haga, ya las echará de menos”.

Pero otros ciclistas que también estaban cerca y no serán rivales, ciclistas que saben interpretar cualquier gesto técnico, se quedaron impresionados por la explosión enérgica de Froome, uno al que no se le suponía tal chispa.

Si quiere gastar fuerzas, que lo haga. Ya las echaré de menos” Alejandro Valverde

Lo dijo Flecha entre otros, quien persistió hacia meta junto a otros por la vía de las Sanguinarias, más allá de los barrios de pescadores y por donde los ricos van a la playa y donde la cuesta se hizo recta y el viento soplaba de lado hasta el fin de la carretera abrupto en la punta Parata, donde la isla se acaba y a pocos metros en el mar emergen las islas Sanguinarias, no de sangre sino de sanguina, del color que adquieren al crepúsculo sus rocas desnudas. Con Chavanel e Izagirre y también con un belga duro llamado Jan Bakelants y un danés, Fuglsang, y el italiano Mori, el grupo mantuvo unos segundos feroces durante media docena de kilómetros. A dos de la meta, cuando sus compañeros miraban atrás esperando la llegada del tren del terrible Sagan rendidos, Bakelants, que tiene clase y fe —no es un cualquiera el belga, de 27 años, capaz de ganar hace cinco años gracias a una fuga de media montaña un Tour del Porvenir que incluía la subida a Guzet Neige, en los Pirineos, y a gente que ya brilla como Costa, Amador, Taaramäe o Van Garderen jovencísimo como rivales—, apretó más los dientes, como quien quiere destrozar todas las fundas, y resistió. Llegó con 1s. Ganó la etapa y se vistió de amarillo, y el azul cursi y pastel de su Trek inundó la tarde. “Se ven viene estas bicis, ¿eh?”, dijo feliz su compañero Haimar Zubeldia, no tan feliz sin embargo como otro compañero, Markel Irizar, quien cruzó la meta cuatro minutos más tarde dando alaridos de alegría por su Bakelants.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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