Cruz de Tejeda (Las Palmas)

El lugar de Gran Canaria en el que nadie se acuerda del mar

La caldera de Tejeda, en el centro de la isla, ofrece una alternativa al turismo de sol y playa apoyada en productos locales, pueblos escarpados en la montaña y el parador de Cruz de Tejeda, desde donde parten rutas de senderismo interpretativo que recorren esta zona volcánica

Mariano Ahijado

Se cuece mucho en la caldera de Tejeda, una formación volcánica de 17 kilómetros de diámetro en el centro de Gran Canaria. Esta cuenca, desbordada por roques y riscos y vaciada por barrancos y degolladas, atrapa a paseantes y senderistas, que se olvidan de la playa –hay quien solo ve el mar por la ventanilla del avión–. La isla cuenta con 1.250 kilómetros de senderos, 300 de ellos caminos reales, destinados antes al transporte de mercancías y habitantes entre pueblos, algunos escarpados en la montaña. Muchas de estas rutas parten del parador de Cruz de Tejeda, un hotel inaugurado en 1945, cuando todavía se cultivaba más el tomate que el turismo, y que hoy plantea una alternativa al sol y la playa. El sol está pero no se toma; sirve para entender por qué los primeros asentamientos humanos hallados en la localidad de Artenara se ubicaron en la más cálida ladera sur, en cuevas, a 1.270 metros de altitud, y sirve para iluminar el sector primario, garante de la autenticidad del lugar, lo que buscan los visitantes más considerados. La playa sigue en su sitio.

Dentro del parador

Un baño caliente a la intemperie

Una clienta alemana residente en Las Palmas de Gran Canaria se relaja en la zona exterior del spa del parador. Desde esta última etapa del circuito se contempla la caldera de Tejeda, una formación volcánica, y la isla de Tenerife cuando el cielo está despejado. La mitad de los clientes son europeos. El 35% corresponde a habitantes de la isla y el 15% restante, peninsulares y de otras procedencias.

Artesanía dotada de carácter artístico

El restaurante del parador acoge una exposición permanente formada por 158 piezas de cerámica popular de toda la geografía española hasta mediados de los años ochenta del siglo XX, una donación del editor Gustavo Gili Torra. La mayoría de las ánforas, los botijos, las huchas o las grilleras pertenecen a alfares ya desparecidos. Se distribuyen en dos estanterías construidas ad hoc para esta muestra.

Vista general del parador

Este hotel se ubica en la región más céntrica de la isla, conocida como la Cumbre. Forma parte del paisaje del Risco Caído y las Montañas Sagradas, nombrado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 2019. El hotel cuenta con 43 habitaciones y salones para albergar eventos de empresa y celebraciones (este año han dado 30 bodas). La carta del comedor ofrece guisos locales, como el potaje de berros, y pescados de sus mares, como el cherne.

Un parque abierto al público

El parador de Cruz de Tejada, obra del arquitecto local Miguel Martín-Fernández de la Torre, se terminó de construir en 1938, como un albergue de carretera, pero no se inauguró hasta 1945. Las arcadas, en las que descansan dos visitantes, se diseñaron para ejercer de miradores al paisaje volcánico que se despliega delante del hotel y que atrae a visitantes todo el año.

Hogar en altura

El salón, una zona común abierta a clientes alojados y no alojados, cuenta con una chimenea diseñada por Néstor Martín-Fernández de la Torre, un pintor canario muy reconocido, hermano de Miguel, el arquitecto del hotel. El parador se encuentra a 1.560 metros de altitud, por lo que la temperatura en invierno es más baja que en la costa. A los grancanarios les gusta subir al parador cuando hay tormenta o nieva, a sentir el frío por un rato.

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Toda esta zona interior de altura, donde se ubica el parador, se conoce como la Cumbre –se tarda una hora en coche desde Las Palmas de Gran Canaria; un paseo para los de fuera, una excursión para los canarios–. Es la cima de la isla, una cima hundida por una erupción violenta hace 14 millones de años que es lo que la convierte en una caldera −o una cuenca, pues tiene salida al mar−. La terraza del parador, un punto de encuentro, ejerce como un mirador, una forma de ver con perspectiva lo que más tarde se descubrirá sobre el terreno.

El leonés Gonzalo Alejo es su director desde hace 10 años. Delante de un plato de quesos de cabra y de oveja, un producto identitario de la zona, enumera algunos fenómenos que van a aparecer en el carrete de fotos de noruegos y peninsulares, alemanes e ingleses, y grancanarios, porque el 35% de los clientes proceden de la isla: “El mar de nubes que se forma, el cielo de tonos rojizos, la puesta de sol, las cascadas de los barrancos, el roque Nublo, los riscos…”. Alejo se lamenta por el día nublado que ha salido, incómodo para la contemplación: “¡Ay!, el Teide debería verse al fondo. Y La Gomera se ve en algunas ocasiones”. Atisbar las islas vecinas, una simpática y divertida obsesión de los habitantes del archipiélago.

Actividades para todos en un entorno natural

Visitas culturales, turismo sostenible, dinamización de la zona...
Cómo sacarle el máximo partido a la zona en la que se ubica el parador de Cruz de Tejeda

Existen senderistas solventes que caminan por su cuenta, como José Blanco, un gallego jubilado que está completando una ruta de 25 kilómetros en ocho horas con tres amigos. “Para conocer bien la isla hay que caminarla”, afirma en la Degollada de las Palomas, un balcón desde el que observar casi todos los accidentes geográficos que un día se estudiaron en el colegio. “Gran Canaria es un pequeño continente. Es abrupta, llana, seca, frondosa, tiene costa, montañas…”, enumera, protegido por un sombrero técnico de ala ancha.

Senderismo etnográfico

Para los menos conocedores del lugar están los guías oficiales como Rafa Molina, que comanda rutas interpretativas por esta zona declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco en 2019. Él lo llama senderismo etnográfico y consiste en disfrutar de la belleza natural como en cualquier caminata e incorporar explicaciones sobre la forma de vida de los pobladores prehispánicos y de los habitantes de ahora. “Cultura rural”, resume este diplomado en Empresas y Actividades Turísticas.

El senderista José Blanco camina delante de sus tres amigos, en las inmediaciones de la Degollada de las Palomas. QUIQUE CURBELO
El senderista José Blanco camina delante de sus tres amigos, en las inmediaciones de la Degollada de las Palomas. QUIQUE CURBELO

Molina otorga relevancia al sector primario, o sea, a los agricultores, los apicultores, los pastores, los pescadores…, “lo que nos hace diferentes. Ellos son los que logran que no se pierda la identidad”, detalla en un discurso optimista, más emocional que con tintes comerciales. “Hemos llegado a tiempo de dar a conocer todo esto y conservarlo”, añade. El escaso vino es único porque se elabora a partir de variedades autóctonas en suelo volcánico. La miel se obtiene de la abeja negra canaria. El bienmesabe es un postre elaborado con almendras de la zona… “Me vienen buscando por el queso, el producto estrella”, destaca. Todos estos alimentos se pueden probar en el parador, junto con pescados canarios, como el cherne, o el potaje de berros con gofio y queso tierno. El hotel funciona como cruce de caminos, como una venta, una referencia para los canarios y los recién llegados.

Yasmina, Rayco y Nisamar recomiendan

A media hora a pie del parador se encuentra el Charco de las Palomas, que en invierno se llena con el agua procedente de unas cascadas que se ven enfrente. De camino se pasa por un centro de plantas medicinales, en Tejeda, y por el barranco de casas de la huerta.

Yasmina Rodríguez

Gobernanta 15 años en Paradores

A Valleseco, un municipio muy frondoso que cuenta con un pequeño bosque de laurisilva, se llega caminando desde el parador en una hora. Es una zona muy verde, hace frío y llueve. No tiene nada que ver con otras partes de la isla. Un buen lugar para ir a coger frío.

Rayco Suárez

Cocinero 8 años en Paradores

Preparo un pícnic y voy con mi pareja a ver el atardecer desde el Pico de las Nieves, el punto más alto de la isla. Ahora con la llegada del invierno son espectaculares, el cielo está más rosado y todo está más verde. Desde el parador se llega en 15 minutos.

Nisamar Pérez

Ayudante de camarera 3 años en Paradores

Dice Molina que esta búsqueda de lo que hace singular a un territorio en forma de productos locales, de especies endémicas (existen 70) y de forma de vida genera un turismo más considerado y curioso que aporta valor: “Se necesita personal cualificado para atender a estos visitantes, gente con idiomas, titulaciones, que conozca bien la tierra… Y eso hay que pagarlo”, asegura para referirse a que la mayor formación deviene en salarios más altos. “La Palma y La Gomera son destinos consolidados para ir a caminar. En Gran Canaria se quedan asombrados, no se lo esperan”, afirma Molina. “Aquí pueden venir una semana a hacer senderismo y no encontrarse a nadie. No está masificado”, añade.

El naturalista Daniel González, en Artenara, su pueblo. QUIQUE CURBELO
El naturalista Daniel González, en Artenara, su pueblo. QUIQUE CURBELO

Daniel González, biólogo y naturalista, profundiza en la labor de los pastores. Las denominadas ovejas bombero se comen la maleza (“un combustible”) en partes estratégicas del monte, como en los cambios de vertientes. “Si hay un incendio y el fuego atraviesa estos puntos críticos se vuelve más peligroso”. El Cabildo paga a los pastores para que realicen esta función, afirma Molina, que no se olvida de los pescadores, a quienes la administración anima a que se adapten para que los visitantes puedan acompañarlos cuando salen a faenar. El mismo González, experto en ornitología, destina un terrenito familiar a plantar avellanos, cerezos, cítricos, frutos rojos y nogales en Artenara, un pueblo troglodita, donde todavía muchos de sus habitantes viven en cuevas. “Ahora tenemos que lograr venderlo caro. Mira cómo en la Ribeira Sacra lo han sabido hacer, con la viticultura heroica”, afirma mientras ofrece un puñado de frutos secos de su cosecha y crema solar, camino de Artenara, donde visitar la iglesia de San Matías, cuyo artesonado de tea recubre todo el techo, o el restaurante La Majada, para entender qué es el gofio y saber que a los antiguos colmados se les llamaba una tiendita de aceite y vinagre.

La única de zona de la UE en la que se cultiva café

Por razones gastronómicas y por convicción, Santiago Lugo vende caro el café que cultiva en el valle de Agaete, en el norte de la isla. Este antiguo trabajador de una óptica en Las Palmas volvió a su tierra para convertir los cuatro cafetos que desde hace un siglo cultivaba la familia para consumo propio en un cafetal de 600 ejemplares que produce 1.300 kilos de café al año. Café Platinium, “porque está por encima del oro”, afirma con una seriedad burlona, se vende a 30 euros el paquete de 250 gramos (diez veces más que uno convencional). “Cuando empecé a comercializarlo hace seis años [existen siete empresas en la isla], el café de Agaete estaba a 60 euros el kilo; yo lo subí a 100″, dice. Ahora está a 120. La empresa no tiene web, solo un blog y apenas mil seguidores en Instagram. “Yo no exporto, hago envíos. Voy a Correos y mando un paquete si alguien de fuera me lo pide”, explica mientras tuesta unos granos en un recipiente de barro, para que el visitante aprenda cómo se hacía antes. Su cosecha la lleva a un tostador industrial para obtener el mejor producto.

Santiago Lugo, en el cafetal que ha desarrollado en una finca de su familia en el valle de Agaete. QUIQUE CURBELO
Santiago Lugo, en el cafetal que ha desarrollado en una finca de su familia en el valle de Agaete. QUIQUE CURBELO

El discurso de Lugo rompe con el hastío de los que cambian la ciudad por el campo, tampoco se aproxima al predicado de un nuevo emprendedor. A Lugo, de 56 años, le sigue encantando ir a la ciudad a que le pasen cosas y se define como un agricultor. “Cafetero yo no soy. Claro que tomaba un cortado con los compañeros, pero no soy estudioso del café. A mí lo que me gusta es la fruta”, afirma mientras señala la flor de un maracuyá. Tiene 40 frutales plantados.

“Yo no estoy aquí por el dinero, sino para vender Agaete”, asegura. Al visitante no se le va a hablar de notas de cata (conste que este untuoso café sabe a frutos secos) ni se va a comparar la variedad arábica típica que cultiva con la existente en Brasil o Etiopía. El de fuera, al que atiende por orden de llegada (“aquí no vienen guaguas de turoperadores, esto lo gestiono a mi manera”, aclara), va a visitar el único lugar de la Unión Europea donde se cultiva café y va a salir sabiendo que en el valle de Agaete se sube al monte en la fiesta de las Ramas en un rito ancestral para atraer la lluvia y se regala aceite, fruta o azúcar a los familiares de un difunto en lo que se conoce como “la visita”... De aquí, la playa sí que está cerca, pero se ha hecho tarde.

Canarias, en 5 paradores

CRÉDITOS:

Redacción y guion: Mariano Ahijado
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Quique Curbelo
Diseño: Juan Mayordomo
Desarrollo y coordinación de diseño: Rodolfo Mata
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