La Calahorra de siempre, más viva que nunca

Esta ciudad fértil de La Rioja Oriental se apoya en una excelente huerta, en su pasado romano y en las actividades socioculturales que suceden en la comarca para, con la ayuda del parador, dejar de ser solo una zona de paso o de negocios y convertirse en un lugar de visita

Mariano Ahijado

Verduras y circo. El entretenimiento que ofrece Calahorra (La Rioja) lo determina su historia. Esta ciudad bimilenaria ubicada a orillas del Cidacos siempre ha contado con una huerta prolífica, que se ve reflejada en sus bares de pinchos y en su industria conservera, y con un pasado romano, que permanece enterrado en las calles pero no en la memoria. En la Antigüedad existió un circo a escala del Máximo de Roma del que se conservan vestigios cerca del parador y del que se dan detalles en el Museo de la Romanización de la ciudad. No es el único centro expositivo, pues cuenta con el Museo de la Verdura, donde se subliman el espárrago o el pimiento tanto como en la mesa.

La huerta y lo romano se completan con las visitas a la catedral, la judería y el convento de las Carmelitas, que alberga una espectacular talla en madera de Cristo flagelado de 1625, obra del escultor castellano Gregorio Fernández. La ciudad, hasta ahora de paso por su situación geográfica, se afana en que los clientes de empresa que se reúnen en los salones del parador o los que realizan un alto en el camino vuelvan un fin de semana y con su familia.

EL PARADOR Y SU COMARCA

Calahorra y los alrededores son un hermoso jardín infantil. Los mencionados museos, interactivos y didácticos, resultan entretenidos para los niños. El enoturismo, tan presente en La Rioja, se adapta a los menores al ofrecerles actividades y catas apropiadas para su edad. La senda de los dinosaurios de Enciso, a 40 kilómetros de la localidad, muestra recreaciones y huellas de esta especie extinguida. Tierra Rapaz lleva a cabo exhibiciones de águilas, buitres, búhos…

Todo esto llevaba ya un tiempo ahí, pero pasaba más desapercibido. Julia Navarro, directora del parador de Calahorra desde hace 13 años, reconoce que antes en la ciudad se daba más importancia a los servicios que al turismo. Hoy esto ha cambiado, y el parador estaba preparado para ello (“Siempre colaboramos, nos adaptamos a lo que se haga en la ciudad”, afirma Navarro). A los numerosos entretenimientos disponibles en la comarca se le suman conciertos al aire libre, teatro o ferias gastronómicas, en las que participa el hotel –este fin de semana se celebran las Jornadas de la Cazuelilla y la Feria de la Golmajería, orientada a los dulces de la zona–. El Ayuntamiento ha puesto en marcha un servicio de visitas guiadas gratuitas a cargo de vecinos con tanto conocimiento como pasión.

Carlos Fuertes, propietario del colmado Fuertes Gourmet, recurre a una frase motivacional para explicar el empujón definitivo que necesita la ciudad: “Hay que creérselo”. Fuertes valora la creciente atención que se le da al patrimonio, reconoce el liderazgo del parador, “que tira del carro”, y de la gente joven que se ha incorporado a los organismos oficiales.

Carlos Fuertes y su mujer al fondo, en la tienda de productos autóctonos y vinoteca Fuertes Gourmet.
Carlos Fuertes y su mujer al fondo, en la tienda de productos autóctonos y vinoteca Fuertes Gourmet.Toni Galán

Este comerciante de 58 años aboga por llevar a los visitantes al campo, en esa reconexión con la naturaleza tan de ahora, hablarles de las verduras y explicarles el funcionamiento de la industria conservera, que provocó el desarrollo de sectores como el envasado o el embalaje. Fuertes tiene un acuerdo con el parador, que no es más que juntarse un día a tomar un vino con su directora y entenderse, para que los clientes que le compren un tarro de pimientos de cristal o unos garbanzos no tengan que cargar con la mercancía mientras se adentran en el claustro gótico renacentista de la catedral. Fuertes les acerca la compra al hotel. Entre semana también recibe trabajadores de empresa que se alojan en él y quieren despejarse y tomar un vino con una conserva.

DENTRO DEL PARADOR

Una de las voluntarias que enseñan la ciudad es Araceli del Puente. Esta jubilada de 66 años habla con entusiasmo de Marco Fabio Quintiliano, uno de los mejores profesores de Retórica del mundo antiguo nacido en Calahorra hacia el 35 d. C. La eminencia se trasladó a Roma en el 68, donde impartió clases de oratoria y acabó siendo cónsul. Una estatua de Quintiliano a petición popular se erige enfrente del Ayuntamiento desde 1970. Este monumento nació como un homenaje de los vecinos a su ciudadano egregio y hoy sirve a los visitantes para orientarse y saber que la ciudad en la que se encuentran tiene más peso de lo que aparenta.

PARADORES RECOMIENDA

Del Puente señala las casas de los Baroja y la de Pasaje Díaz, ubicadas en la calle de los Mártires, que se construyeron a principios del XX en estilo modernista. Empresarios que hicieron dinero en la industria conservera. En los años 30 del siglo pasado llegó a haber 70 fábricas de este tipo en Calahorra. Hoy se cuentan con los dedos de una mano.

Una de ellas es Conservas Serrano, que se halla inmersa en la campaña del pimiento del piquillo. David Serrano, cuarta generación, cuenta que muchos agricultores que plantaban hortalizas se pasaron al vino porque daba más beneficios económicos. La fábrica de Serrano, proveedor del parador, se mantiene. Se especializan en melocotón en almíbar, legumbres, espárragos, alcachofas y los mencionados pimientos, que una veintena de mujeres limpian a mano en un trabajo que desafía la imparable automatización. Tras asarlos en un horno, las trabajadoras les quitan la piel y el rabo. “Si este proceso se hiciera con agua a presión, el pimiento perdería sabor y olor”, explica Serrano. En una ensalada su valor es indiscutible, pero antes, en la tienda, la calidad se deduce gracias a los restos de piel quemada y las pepitas que pueden quedar en el tarro. La imperfección es un sello de garantía.

ENTRE CONSERVAS, RAPACES Y ORATORIA

En la plaza del Raso, centro del casco antiguo de Calahorra, se congregan cada jueves una decena de hortelanos que venden lo que esté de temporada. Todavía se sirven de básculas antiguas para pesar las borrajas o las pochas (una alubia blanca que se consume antes de que madure). Sus grandes y baqueteadas manos confirman que no se tratan de intermediarios.

Muy cerca se encuentra la judería, que mantiene el trazado de sus calles. Alrededor de ella se disponen varios miradores a la vega del río, una forma de contemplar una llanura fértil con el Moncayo al fondo, y de reverenciar al sector primario, una gran fuente de riqueza de la zona. Al atravesar el barrio judío se llega a la catedral, que cuenta con 16 capillas con retablos de diferentes estilos, una pila bautismal gótica de dos metros de diámetro y un coro tallado en madera de roble de 1526. El convento de las Carmelitas está a cinco minutos a pie. Se llama al timbre y una monja de clausura presta la llave que da acceso a la iglesia donde se encuentra el cristo de Gregorio Fernández.

–¡Cómo que no hay nada que ver!

La directora del parador, nacida en Sádaba (Aragón), es la primera defensora de Calahorra, ciudad de tamaño considerable como Lorca, Jaén o Talavera de la Reina a las que poco a poco les llega su momento en el reparto del turismo. Cada vez más interesados por su patrimonio y cultura, sus habitantes se han dado cuenta de que hay que conocer para vender.

3 SALIDAS SIN SALIR DE LA REGIÓN

Los que llevan tiempo recibiendo visitas son las bodegas Marqués de Reinosa, en Autol, a 15 kilómetros de Calahorra. Jesús Ariznavarreta, su gerente, recomienda no hacerse el importante, reducir las descripciones y salir al campo con los visitantes. “Si no saben a qué huele el jazmín, ¿para qué les vas a contar que un vino tiene notas de esa planta?”, pone como ejemplo. Julia Sáenz, la encargada del enoturismo en la bodega, convierte la visita en una aventura gastronómica. Ofrece maridajes con productos de la zona como setas, queso camero o conservas. Reciben visitas de colegios y de familias con niños que se hospedan en el parador. Les enseñan a beber agua de un porrón y les sirven una copa de mosto. Les permiten oler el vino para que lo asocien a alimentos que conocen, como el plátano o la fresa. Son visitas amables y ligeras en las que bajan a la tierra un mundo sofisticado.

Otro lugar entretenido es Tierra Rapaz, un parque de aves rapaces dedicado a la educación ambiental, la investigación y la demostración de vuelo: 27 biólogos, ornitólogos y naturalistas se emplean en sus instalaciones. Reciben águilas reales, águilas imperiales, búhos o buitres irrecuperables para la naturaleza por haber sufrido algún accidente. Luis Lezana, doctor en Ciencias Biológicas, fundó este parque junto con su mujer hace siete años: “Gaspar fue tiroteado”, cuenta con seriedad ante un alimoche que apenas puede volar. Las aves tienen nombres de personas, pero no las humanizan. Recrean en sus demostraciones de vuelos y en los aviarios en los que están guardados la vida en el exterior: “No se puede conservar lo que no se conoce”, resume. Lo saben en Tierra Rapaz y en toda la comarca de Calahorra.

LA RIOJA, EN 3 PARADORES

CRÉDITOS:

Redacción y guion: Mariano Ahijado
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Toni Galán
Diseño y desarrollo:  Juan Sánchez y Rodolfo Mata
Coordinación diseño:  Adolfo Domenech
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