La Tacha, bailaora: “Menospausa’ es un homenaje a mis ovarios”
La copropietaria del tablao Las Carboneras estrena su primera obra en solitario a los 56 años en la Suma Flamenca de Madrid
Cuando Antonio Canales la llamó para que se uniera a la gira que iba a hacer por Canadá, Natalia González, conocida como La Tacha (Elche, 56 años), estaba lavando su vestido de baile a mano en una bañera. “Era 1993, acababa de volver de México, alquilé una buhardilla en Madrid con mi novio y no tenía pá más”, recuerda riendo. Hoy y desde hace 24 años es copropietaria de Las Carboneras, uno de los tablaos flamencos capitalinos con más solera. En él, entre pregunta y pregunta, se abre la camisa para apaciguar los sofocos y habla de Menospausa, un show que forma parte de la Suma Flamenca de Madrid y que La Tacha presenta el 20 de octubre en el Centro Cultural Pilar Miró.
Pregunta. Tiene 56 años, 38 de carrera, pero Menospausa es su primera obra en solitario. Y es probable que sea la última… ¿Cómo es eso?
Respuesta. He estado nueve meses rehabilitándome de una rotura de peroné. Y yo ya tuve una compañía, Arrieritos, así que sé lo que son las producciones. Acabé muy cansada. Hoy, a mi edad, llevando el tablao, bailando cada día tres y cuatro veces, no es plan de ponerme a pedir subvenciones. Como no me salga un mánager que se encargue de todo... Pero con eso me pasa como con los novios: si sale uno bueno, genial, pero no lo busco.
P. ¿Y cómo llegó entonces Menospausa?
R. Fue un cúmulo de casualidades. Una amiga me propuso hacer un ciclo de solos en el Centro Cultural Las Clarisas de Elche con Cesc Gelabert y Sol Picó. Solo tenía un mes y medio para coreografiar casi 60 minutos, y mi amiga quería saber ya en ese momento hasta cómo se llamaría la pieza. Y yo estaba justo como ahora: de sofoco en sofoco, pero sin parar, de arriba a abajo, así que le dije “menospausa”. Y aquí estamos.
P. Ese “sin parar” es textual, porque es usted también palmera. Y por lo que he hablado con algunos de sus compañeros, muy valorada.
R. ¡Me encanta! Para mí es que es una profesión y no es fácil. Yo además te puedo hablar con mucha experiencia porque por el tablao pasan miles de bailaores y no todo el mundo sirve para tocar bien las palmas. Tienes que estar siempre atenta, escuchando, con los sentidos abiertos y tener intuición y dar energía. Además, en ese rol, yo me considero un músico más.
P. Volvamos a Menospausa. La estrenó en Elche, pero tuvo un estreno internacional en el Festival Flamenco de Alburquerque, en Nuevo México, Estados Unidos. ¿Qué reacción hubo?
R. Pues sobre todo de mujeres que me dieron las gracias. Yo bailo en la obra varias etapas de mi vida, pero esta es la mía ahora. Y aunque yo me preparé lo mejor que pude física y anímicamente para afrontarla para todas no es así. Hay mucho humor en la obra y ningún tabú.
P. La cantaora Ángeles Toledano le dedica un romance a la regla en su primer disco, tema que la bailaora Rocío Molina ya tocó en Caída del cielo, y ahora aborda usted la menopausia. ¿Están las flamencas recuperando el relato de sus cuerpos?
R. Y de lo que nos pasa por ser mujeres. En un inicio, yo hice Menospausa para mí, pero al final, he acabado homenajeando a todas las compañeras que pasados los 50, a no ser que sean una figura, solo las llaman para dar alguna clase. Y eso es muy duro en general, pero en el caso de las bailaoras la exigencia es mayor porque la forma física es importante, trabajamos con el cuerpo y el cuerpo cambia.
P. ¿Y cómo ha sido ese cambio para usted, que vive sobre un escenario?
R. Físicamente, complicado. Yo me he mareado bailando por culpa de los sofocos y había noches que, en directo, sentía que me quemaba la piel. Por suerte, a nivel emocional lo he llevado mejor porque ya en la premenopausia me puse las pilas y miré de frente a esta etapa. Sé que cada caso es distinto, pero en el mío, decidí seguir una dieta acorde a mis necesidades porque tengo tendencia a engordar y a mí el sobrepeso me dificulta el baile. Y por supuesto, una atención psicológica porque el cambio, al menos en mi caso, ha sido bestial. Por eso digo que esta obra es un homenaje a mis ovarios y a los de todas mis compañeras.
P. Hablando de ovarios, en la obra también aborda su maternidad en solitario...
R. Sí, porque me hizo y me hace feliz, pero no fue fácil. Hacía giras largas, bailaba casi cada día, trasnochaba, dirigía una compañía, dedicaba horas a pedir subvenciones y no para hacerme rica, porque encima estaba siempre sin un duro, porque yo no tenía familia a mano para dejar a mi hijo, así que he gastado dinerales en canguros.
P. ¿Culpa?
R. Mucha.
P. ¿La tenían sus compañeros de gira?
R. Qué va. La tenían mis compañeras. He tenido y tengo compañeros que adoran a sus hijos, pero lo de fustigarse y culparse por estar fuera de casa trabajando, lo he visto solo en nosotras. Por suerte, la gente joven con la que trabajo ahora empieza a ser responsable de otra manera.
P. Y hablando de responsabilidad, aquella compañía que tanto trabajó le dio, Arrieritos, tuvo un éxito notable con las 13 rosas, con la que ganaron dos Premios Max en 2007. El flamenco es un género que mira atrás en muchos aspectos, pero dígame, ¿cree usted que tiene tanta conciencia como memoria?
R. [Ríe] Yo creo que hay creadores que la tienen. Por ejemplo, Marco Flores, que siempre señala alguna injusticia en sus obras, o Manuel Liñán, que ha ido ahondando en lo trans en sus últimos espectáculos. Pero en general, al flamenco actual le falta conciencia social y a la vez, tengo que decir que es difícil, no todos saben hacerlo, porque el flamenco tiene sus códigos y a veces también veo espectáculos donde la idea inicial está muy bien, pero mal ejecutada o el artista se hace un lío con lo que quiere contar y como espectadora acabas pensando: “Baila, hijo mío, baila”.
P. ¿Tuvo ese miedo con Menospausa? Porque el tema se las trae para ponerlo en escena…
R. No porque me puse en buenas manos, que delegar también hay que saber hacerlo. Yo, gracias a Dios, vengo de una familia de artistas y me ha dirigido mi hermana, Sonia González, que fue ayudante de dirección de Sol Pico y su sustituta cuando ella faltaba. Es una gran bailarina de contemporáneo y ha nacido para dirigir y es ella quien me ha dado los clics que necesita toda obra que quiera contar algo. Yo lo tenía claro, pero es ella quien ha encontrado las claves para ir al grano, para contar sin aburrir, para que luzca el baile también. Suyo es ese ajuste.
P. Nombró a Liñán, uno de los muchos bailaores con los que ha trabajado, y por cierto, muy distinto de los primeros con los que trabajó: El Güito, Manolete… ¿Qué ha cambiado de aquel baile llamado “de hombre” al baile queer de su querido Liñán?
R. ¡Pues ha cambiado el mundo! Recuerdo perfectamente la primera vez que Manuel bailó en Jerez con bata de cola… El teatro se vino abajo. Y desde entonces, no se ha quitado el vestido y el flamenco no se ha derrumbado.
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