La ambiciosa producción del musical ‘Gypsy’ conquista Málaga
El cuarto montaje de Antonio Banderas en el Teatro del Soho recupera la legendaria obra estrenada en Broadway en 1959, con Marta Ribera en el papel de Rose
Convertido sin ambages en uno de los directores escénicos más brillantes de nuestro país, Antonio Banderas (Málaga, 64 años) se descolgó el jueves con Gypsy, su cuarto montaje de teatro musical, que una vez más nace en el Teatro del Soho, de Málaga, espacio recuperado por el actor español más internacional. Él insiste poniendo en pie, con todo mimo, cuidado, grandes presupuestos y un equipo excepcional, espectáculos que conllevan muchas dificultades y mucho trabajo, como ocurre con este proyecto del que muchos expertos piensan que es el mejor musical estadounidense de todos los tiempos. Cada vez Banderas sube más peldaños y esta vez se ha valido de Marta Ribera, una actriz, bailarina y cantante mítica y multipremiada en este género en nuestro país, que arrasó en el estreno hasta el punto de poner a todo el público en pie aplaudiendo rabiosamente en un número suyo antes de que la función hubiera concluido. Algo que se ve muy poco, y sobre todo en un escenario teatral.
Pero es que Ribera es una crack y la obra, especialmente marcada por lo que reconocemos como teatro de texto, es un bello libreto de Arthur Laurents, basado en una historia real que Gypsy Rose Lee, artista de striptease del periodo de entreguerras, dejó escrita en sus memorias y en la que cobra especial protagonismo Rose, su madre, cuyo personaje, una excesiva y fagocitadora madre de la artista, es la que encarna Ribera. Desde 1959, año del estreno de este musical, han interpretado este papel numerosas y afamadas actrices, ya que estamos ante un musical legendario puesto en pie en numerosas ocasiones, no solo en Broadway y el West End, sino en otros escenarios internacionales, sin olvidar la versión cinematográfica de Mervyn LeRoy. Siempre con éxito asegurado entre otras cosas por la música de Jule Styne y las letras del gran Stephen Sondheim (que ha traducido al español Roser Batalla), como ha ocurrido en su primera incursión en España y seguramente ocurrirá de nuevo en un próximo estreno previsto en diciembre en Broadway.
Todos recibieron calurosos aplausos en Málaga la noche de estreno, donde Banderas agradeció la labor de la orquesta de 26 músicos en directo bajo la batuta de Arturo Díez Boscovich; de los 30 actores entre los que se encontraban Lydia Fairé, Carlos Seguí, Laia Prats, Chemari Bello, Aaron Cobos, y de actrices veteranas como Carmen Conesa, Marta Valverde y Lorena Calero (trío hilarante); del escenógrafo Alejandro Andújar y de los figurinistas Antonio Belart y Rafael Garrigós. Agradeció también la coreografía de Borja Rueda (aunque se ven tres piezas del original de Jerome Robbins) y la brillante iluminación de Juan Gómez Cornejo.
En sus reflexiones sobre la dirección de escena, asegura Banderas que los comienzos son difíciles: “Creas un equipo al que has de enamorar con tu propuesta, de la misma manera que lo estás tú del espectáculo que quieres poner sobre las sagradas y mágicas tablas de un teatro. Para todo ello tienes que negociar, escuchar, renunciar, imponer, desechar, defender, esperar, atacar, resistir, mendigar y aprender a llorar en silencio cuando, en algunos momentos, llegas a pensar que la función que inicialmente tenías en mente se aleja de ti. También te convertirás en contestador automático, en coordinador de energías, en un tirano, en un psicólogo, en padre, en hermano, en un gigante creador, en un idiota detrás de una luz verde, o en una esterilla en la que alguien se limpia los pies. Las preguntas llegan por todas partes, y en medio de esas batallas creativas comienzas a cuestionar muchas de tus propias decisiones”, apunta. “Y en ese momento es donde comprendes que dirigir es también ser humilde, dirigir es oír y ver lo que pasa a tu alrededor para que consideres otras posibilidades, es también salir de tu propio discurso porque entiendes que no solo hay un camino para llegar al mismo lugar”, concluye.
Para el director malagueño, que no solo ha participado en musicales en su teatro, sino también en otros en las carteleras estadounidenses, la verdadera magia llega cuando comienza a saber usar la energía y la sabiduría de los colaboradores: “Cuando te das la mano con ellos, cuando tan solo una mirada basta, cuando sientes que viajáis en el mismo barco y os dirigís al mismo puerto. Entonces termina por producirse un milagro, pues tu obra regresa a ti”, señala. Algo parecido le ocurre cuando observa en medio de una representación que tanto él, como los que están en el escenario, como el público que está en el patio de butacas entran, aunque solo sean unos segundos, en una extraña comunión colectiva y se dice “ahora estamos todos juntos en el mismo viaje”. Afirma que por esos escasos momentos hace teatro. Y también porque tiene claro que solo en el teatro está la verdad.
Banderas tiene claro que esta obra está especialmente engarzada con los tiempos actuales. “El personaje de Rose busca el éxito a cualquier precio y si observamos el fenómeno de las redes sociales también están envueltas en la patología del éxito, es el reinado de la egolatría, del narcisismo, del foco a costa de lo que sea…”, y añade, “hemos convertido el planeta en un gran escenario donde todo el mundo actúa, donde todo el mundo se retoca el cuerpo, la cara, los dientes… donde lo único prioritario es triunfar, como quiere Rose, pero su hija le pone los pies en el suelo y triunfa en el lugar más insólito”.
Lo cierto es que tanto Banderas como todo su equipo afrontan el reto de poner en pie una obra a todas luces complicadísima: “Así es, tanto desde el punto de vista técnico como artístico, pero consiguen que cuando el público lo ve todo parezca fácil y ligero”. El actor y director, contento de haber estrenado, se lanza a nuevos proyectos, al sueño de poner en marcha Sweeney Todd, de Sondheim, y a la aventura de protagonizar algún clásico, quizá Cyrano de Bergerac, de Rostand. Lo cierto es que esta aventura de Banderas sale a pérdidas. Pero no se lamenta. “Esto viene a costar 180.000 euros semanales. Por eso hago películas... pero si me voy a morir y no me puedo llevar nada, es una manera de darme satisfacciones en vida”.
Babelia
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