El contrabandista frustrado Josep Pla
La biografía del escritor ‘Un corazón furtivo’ cuenta su obsesión por el barco el ‘Mestral’ que lo llevó a recorrer media Europa
Era el 3 de agosto, pero de 1947. Josep Pla, que ese año ha cumplido medio siglo, empieza el primer y último viaje con su barco: el Mestral. A las cuatro y 20 de la madrugada, según consta en el cuaderno de bitácora, salen del puerto de Cadaqués. Si en sus primeros años como periodista Pla se había recorrido media Europa, de París a Moscú o de Roma a Estocolmo, tras el final de la Guerra Civil lleva siete prácticamente sin moverse de su Empordà. Hasta ese día. Todo está contado en la monumental biografía Un corazón furtivo (Destino), recién publicada por el profesor Xavier Pla.
El mar y sus hombres, los pueblos de costa y el pescado son elementos nucleares de la civilización literaria que construyó Josep Pla. Dos décadas antes de salir de Cadaqués en dirección a Génova, en una carta redactada en Berlín, ya había confesado a un amigo una fantasía que conectaba la navegación por el Mediterráneo con la consecuencia de la plenitud vital. Para ello necesitaba su barco. Es una idea que lo obsesiona durante un tiempo, es una historia que, al decir de su biógrafo, “acabará más bien mal”. En 1942 había publicado Las ciudades del mar, recopilación de crónicas que llevaban al lector de Estambul y los Balcanes hasta Sicilia o Mallorca.
Durante la década de los cuarenta, Pla vivió temporadas largas en pueblos de la Costa Brava: la playa de Fornells en Begur, L’Escala, Cadaqués. Escribe y pesca, se baña desnudo con sus parejas, orbita en torno a las redes del espionaje aliado y frecuenta bares de pescadores que también son contrabandistas. Es el clima moral de la posguerra y es la proximidad a una frontera oficialmente cerrada. En septiembre de 1944, el veterano carpintero de ribera Salvador Sala, especializado en la construcción artesanal de barcas de madera, empieza a construir aquel laúd en l’Escala. Sabemos incluso las medidas. “11 de metros de eslora, 3′94 de manga, 2 de puntal”. Los trabajos y los días para que acabe surcando las aguas fueron una odisea.
Una semana después de partir, ya de regreso, la gendarmería hizo una revisión del barco y requisó la mercancía que habían comprado en Italia. No sería el último problema administrativo provocado por el barco, pero tampoco era el primero. Porque la mala fortuna empezó pronto, por culpa del motor. Desde muy pronto, Pla quería para su embarcación un diésel de gran potencia de la marca inglesa Kelvin, pero conseguir importarlo era más enrevesado que los 12 trabajos de Hércules. Llegó incluso a poner en juego el tráfico de influencias para que el ministro de Industria y Comercio, cuyos trapicheos eran de sobra conocidos, facilitase la tramitación. Hizo esa y mil gestiones. Se conservan todas las cartas. En marzo de 1947 el motor, por fin, el motor llegó al taller.
Durante los primeros meses, Pla realiza diversas travesías por la Costa Brava. Hay problemas. Hay una vía de agua y, por cada hora de navegación, deben sacarse uno o dos cubos de agua. También quiere que se instale una vela y no hay manera. “No es que haya que pensar que el motor vaya a averiarse, pero si algún día sucediera y no tuviéramos vela, nos veríamos en un trance”. El 31 de julo la colocan. El 2 de agosto obtienen la preceptiva “patente de sanidad” en el puerto de Roses. Al cabo de pocas horas zarpan en dirección a Génova. El timón lo lleva el capitán y la tripulación la integran cuatro personas, dos hermanos de Cadaqués y los dos hermanos Pla (Pere y Josep). Tras 52 horas de navegación, a las ocho y 37 del día 5, atracan en Génova.
El periodista aprovechará las cosas vistas durante cuatro días para escribir columnas y reportajes que publica en el semanario Destino. Compara la ciudad que conoció hacía 20 años y la actual y elogia la evolución de la nueva República italiana gracias a la ayuda norteamericana. Y no deja de subrayar algo que contrasta con la España del estraperlo y que se reproduce en la biografía. “Los víveres y la ropa americana se venden en las calles de Génova con una abundancia que me dejó atónito. Se vende de todo con la más absoluta libertad, de manera que no puede hablarse en Italia de mercado negro; el mercado negro, cuando es tolerado y desaparece del mismo la idea de riesgo, se convierte en un mercado perfectamente blanco”.
Pero Josep Pla no se limitó a mirar la ciudad para escribir artículos. También compró. Un amigo diría que piezas de recambios de motores de coche y otras piezas para maquinaria. Sus compañeros de viaje recordarían que adquirieron sacarinas, bombillas de neón y termómetros de farmacia. Por lo que se habían dicho en cartas previas, parece claro que los hermanos Pla querían jugar a contrabandistas para vender aquellos productos en el mercado negro.
El 9 de agosto el capitán del puerto de Génova firma el certificado de vuelta. En el documento consta que se dirigían a Tánger, lo que más bien parece una coartada porque el día después navegaron en dirección al Empordà. Lo que sí es seguro es que durante el regreso hubo una jornada de mal tiempo y se vieron forzados a atracar en un puerto francés. La versión más plausible ―para decirlo con un adjetivo clásico del diccionario Pla― es que, a la hora de pasar la aduana, hubo un control. La gendarmería francesa les requiso la mercancía. Durante las semanas posteriores, ya en tierra, no paraban de llegar facturas y citaciones oficiales. El sueño del Mestral se tornó en una pesadilla doméstica hasta que lo abandonó e intentó revender el motor.
Lector de escritores del mar como Joaquim Ruyra, Pío Baroja y Joseph Conrad, Pla fue un humanista del Mediterráneo. Podrían citarse los recuerdos culinarios de Lo que hemos comido, pero nada más relevador que las narraciones marineras que escribió poco después de esta aventura y que pueden leerse en La ceniza de la vida. Es verdad que la historia del Mestral y el contrabando acabó mal. Es verdad también que esa experiencia le llevó a escribir páginas memorables sobre el hombre y el mar.
Babelia
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