La alucinante mansión que retrata las luces y sombras del poeta Gabriele D’Annunzio
El Vittoriale degli Italiani, la exuberante mansión que habitó el escritor, aventurero y militar italiano, es un retrato de la complejidad cultural y los claroscuros que acompañaron el ascenso y la caída del fascismo
El poeta estaba muerto cuando llegó el médico. Gabriele D’Annunzio se había desplomado sobre el escritorio donde esos días solía cenar, recluido en la antecámara de su dormitorio, para que las visitas no vieran cómo apenas podía masticar con las encías desnudas. Más allá de la pérdida de los dientes y de la decadencia física, los últimos años habían sido crueles con el viejo seductor, aquejado de varias enfermedades y con una adicción galopante a la cocaína. Cuando le encontró inconsciente su secretario, de hecho, se apresuró a vaciar las cajitas de oro con los restos de aquella sustancia que le había acompañado religiosamente desde que empezó a tomarla en sus aventuras militares con sus legionarios. La vida del autor se encontraba en una pendiente, pero ya entonces, y pese a las luces y sombras que su biografía y sus escarceos con el fascismo habían alumbrado, era uno de los personajes más fascinantes de la Italia moderna. Su alucinante mansión, a orillas del lago Garda, convertida hoy en el museo de la Fundación Vittoriale degli Italiani, es hoy el mejor testigo de aquella descomunal empresa.
Gabriele D’Annunzio era ya un mito nacional cuando quedó prendado de la casa en aquella colina. Apodado Il Vate (el profeta) por su capacidad de liderar a las masas, fue la coctelera donde mezclaron las pasiones, angustias, hambre de horizontes y nuevas certidumbres de la Italia que incubó al monstruo del fascismo. Escritor y poeta, piloto de avionetas que quedó tuerto en un amerizaje y sobrevoló Viena en tiempos de la Gran Guerra para cubrirla de octavillas exigiendo su rendición, se había puesto poco antes al frente de un grupo de hombres con “sed de viento y tormenta”. Quería recuperar las tierras irredentas bajo el dominio austrohúngaro: Trentino, Venezia Giulia y la costa oriental del Adriático, donde se encontraban la Dalmazia y Fiume, donde proclamó su república. Las vanguardias en Italia se manifestaban ya de forma agresiva a través del futurismo de Filippo Tommaso Marinetti ―a él le parecía solo “un idiota fosforescente”― y encontraban en esa pasión por la guerra una intersección con las pulsiones nacionalistas de Enrico Corradini. El agotamiento que constituyó aquello, también la gloria, merecían un reposo en la casa de Gardone Riviera que compró a un crítico literario alemán, cuya reforma encargó al arquitecto, amigo y luego secretario Giancarlo Maroni.
El presidente de la Fundación, Giordano Bruno Guerri, enorme intelectual y uno de los mayores expertos sobre D’Annunzio, cree que el poeta fue “un personaje del renacimiento caído a mitad de camino entre el siglo XIX y el XX”. “Fue un modernizador y un innovador. No miraba hacia atrás. Desgraciadamente, la identificación con el fascismo le restó reconocimiento en su momento. Pero hoy queda poco de ese estigma. Era un nacionalista que se complacía de la duración del fascismo, pero detestaba los mismos aspectos que nos molestan a nosotros. Era un libertario. Era el típico italiano anárquico en el sentido de alguien que no sigue reglas, incapaz de hacerlo. Y a alguien así, a quien podemos definir como genio, es imposible atribuir una ideología”.
La fuerza del autor, precisamente, se entiende antes de su llegada al actual Vittoriale degli Italiani, en el costado lombardo del lago. En 1914, D’Annunzio tenía 51 años y ya era uno de los italianos más célebres del mundo. Había publicado novelas apreciadas por Robert Musil, Marcel Proust o Henry James. Escribía en periódicos —especialmente en Il Corriere della Sera— sobre cualquier argumento con una prosa punzante y ya gran parte de su obra poética había visto la luz. Obsesionado con las mujeres y el sexo, ciego de un ojo y con solo 1,64 metros de altura, se adentró en el mundo de la aristocracia de la mano de notables representantes femeninas que ya jamás abandonó. En 1915, cuando en Italia pocos sabían quién era Mussolini, D’Annunzio era ya un mito. Pero sus tensiones con el dictador le mantuvieron alejado de Roma. La tensa relación con Mussolini, de hecho, puede verse desde el comienzo del recorrido por la casa, en la denominada habitación del constructor de máscaras. Un verso de D’Annunzio interpela directamente al dictador: “¿Llevas contigo el espejo de Narciso? / Esto es vidrio plomado, oh fabricante de máscaras. / Ajusta tus máscaras a tu rostro, / pero recuerda que eres vidrio contra acero”.
La villa, que en realidad había sido expropiada, le costó entonces 120.000 liras y consta hoy de un teatro al aire libre, un cementerio, calles, plazas, un río, un hangar y la cubierta de una fragata colocada en lo alto de los jardines apuntando con la proa hacia el lago de Garda. A pocos kilómetros de Saló, donde Mussolini se refugiaría instaurando una década más tarde la República Social Italiana, debía ser el lugar donde se retiraría el poeta y aventurero para llevar una vida alejada de los focos y de los salones de poder. Eso era lo que quería el dictador, amenazado por la fama y el magnetismo del escritor. Cuanto más lejos ―a 600 kilómetros de Roma― y más contento ―con una estupenda mansión rodeado de libros―, mejor. Por eso contribuyó a que el poeta recibiera el equivalente actual a tres millones de euros por la publicación de sus obras completas, un dinero que pudo destinar a reformar aquella especie de fortaleza cultural y emocional de nueve hectáreas y convertirla en una especie de testigo de la exuberante personalidad del poeta, pero también de la complejidad cultural que acompañó el ascenso y la caída del fascismo.
La relación entre ambos era cordial en ese momento. Se tuteaban. D’Annunzio recibía grandes beneficios del fascismo para mantener ese sosiego, como la fragata militar Puglia, desmontada pieza a pieza y transportada hasta el jardín de su casa (a expensas del Estado). O una lancha militar equipada con ametralladoras y misiles con la que se paseaba por el lago aterrorizando a los vecinos. O el honor de ser el presidente de la Academia de Italia y recibir el título el poeta más importante del país. Todo eran agasajos destinados a tener la fiesta en paz. El rey Vittorio Emanuele II le otorgó también el título de Príncipe de Montenevoso a sugerencia de Mussolini. Pero aun así, la tensión era latente. En 1922, D’Annunzio cayó misteriosamente por una ventana de la mansión y estuvo en coma algunos días. Hubo dos versiones. Una señalaba a la novia de la época, Luisa Baccara, furiosa porque el poeta intentaba ligarse a su hermana. Otra apunta a que fue un acto político para excluirlo de una reunión crucial a las puertas de octubre del 1922, cuando se produjo la Marcha sobre Roma, coronación de Mussolini.
El recorrido por la casa se realiza en estricta penumbra. El poeta, aquejado de una molesta fotofobia debido a los accidentes sufridos, solo permitía la entrada de luz natural en una de las salas que utilizaba para la lectura. Ahí, como en otras habitaciones, se encuentran inscripciones y constantes referencias a Dante, a quien consideraba su maestro ideal, su precursor. “La literatura italiana comienza con 200 versos de Dante y después de muchos siglos continúa conmigo”, dejó escrito sin falsas modestias y subrayando nada menos que 700 años de vacío literario.
El dormitorio era sencillo, austero en comodidades. Dormir no era una de sus tareas preferidas. Cama francesa. Solo para él. Porque el lugar donde recibía a sus amantes, seleccionadas a menudo entre las mujeres del pueblo por la gobernanta de la casa, se encontraba en el ala donde vivía su pareja. Una perversa proximidad que generaba en el poeta un aumento de la libido cuando encaraba esos encuentros sexuales con desconocidas. “Esta casa nos habla también del amor por la belleza y por la admiración que los italianos tienen por sí mismos. Porque esta casa es una celebración de la fuerza italiana, de la victoria en la guerra, del gusto por la naturaleza, del triunfo de la arquitectura… También del culto por el pasado. Fíjese, el mausoleo, por ejemplo, está hecho sobre el modelo de los emperadores romanos. El anfiteatro está hecho imitando los teatros grecorromanos. Este lugar es también una glorificación de toda la historia italiana vista a través de sus ojos”, observa Giordano Bruno Guerra.
D’Annunzio dejó todo atado antes de morir. Su cuerpo fue enterrado en un mausoleo en lo alto de los jardines de la mansión, junto a algunos de sus amigos, también viejos legionarios que le acompañaron en la conquista de Fiume. El poeta había creado también una Fundación que debía encargarse del mantenimiento de la casa. Pero su cercanía con el fascismo hizo peligrar durante un tiempo que el monumento permaneciese intacto y no fuese destruido por quienes había sufrido el régimen. En 1975, tras años siendo solo visitada de forma privada, se abrió al público.
Babelia
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