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CAFÉ PEREC
Columna
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Salvar a Sebald

Nada en el autor fue alguna vez retroceso o avance en el tiempo, sino lucidez y espanto de verse encuadrado en el discurso de la modernidad

El escritor alemán WG Sebald. GETTY
El escritor alemán W. G. Sebald.
Enrique Vila-Matas

De lo que quiero hablarles es de una conversación entre dos brillantes ensayistas y narradores españoles que profundizan sobre la obra de W. G. Sebald y la vigencia de su pensamiento literario. De un diálogo construido como una inmensa, magnífica miniatura en forma de libro, titulado Prosa del mundo, poesía de lo pertinente. Un libro que parece “conversado” en los oscuros confines de dos conciencias. Dialogan Ricardo Menéndez Salmón y Cristian Crusat dedicándose a salvaguardar la obra de Sebald y, como se dice en un momento del libro, a salvaguardar la literatura de la práctica prostituida y absolutamente mecánica hacia la que hoy deriva.

Aun sabiendo que puede ser debatible, Menéndez Salmón no duda en llamar “maestro” a Sebald por pertenecer, dice, a esa fecunda trayectoria que en Alemania se mantiene viva, la del intelectual que enseña a pensar. De hecho, Sebald significa para Menéndez Salmón “la apertura de la narración al logos ensayístico y a una cierta dimensión forense, la voluntad ética de la literatura y la noción de responsabilidad”.

Por su parte, Cristian Crusat, que también considera que el discurso literario de Sebald continúa siendo crucial, defiende la obra de este de todos aquellos que delatan no haberle leído al considerarle “nostálgico de tiempos mejores” cuando precisamente él detestaba “cualquier atisbo de misticismo de la naturaleza, primitivismo o ensalzamiento del terruño, cuya sola evocación llegaba a ser fuente de angustia y repulsión: la pútrida patria de cuño romántico…”.

Y es que nada en Sebald, el autor de Pútrida patria, fue alguna vez retroceso o avance en el tiempo, sino lucidez y espanto de verse encuadrado en el discurso de la modernidad, tan peligroso, como él mismo vio, al encerrar “un rasgo terrible: nunca regresamos”. Para Crusat, Sebald fue también un auténtico maestro y habla de “regresarlo” en unos tiempos en los que, como puede observarse, ya no vuelven muchos de los grandes de la narrativa europea de fin de siglo, en muchos casos por esa prisa demente de las novedades que en ocasiones rompe la antes razonable continuidad de las mejores ideas.

En Sebald hay un sabio a la hora de unir ficción y pensamiento y un escritor hábil a la hora de, por ejemplo, colocar un objeto como centro de la acción y lograr que este arroje una extraña luz sobre algún episodio histórico. Su obra se decantó en todo momento por su predilección por la miniatura en el arte, una toma de posición de la que se desprendía una ética: la de aborrecer todo lo que existe a gran escala. Vemos, pues, que no solo en su condición de “paseante solitario” conectaba Sebald con Robert Walser, sino también en su menos explorado y conmovedor afecto por lo pequeño: pasión que a Walser le llevó a escribir, por ejemplo, su célebre discurso a un botón.

De esa concentración intensa en la materia tratada y de la belleza de la miniatura y la brevedad parece surgir este libro-conversación tan insólito por estos parajes que fascinará a los amantes de los libros de verdad.

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