_
_
_
_

Sofia Coppola: “No quería convertir a Elvis en un villano”

La cineasta más joven de la historia en optar a un Oscar a la mejor dirección filma la vida de la esposa de Elvis Presley en ‘Priscilla’ y repasa las enseñanzas de su familia y su propia lucha por la independencia

Sofia Coppola posa durante el estreno de 'Priscilla' en Alemania, el pasado 13 de diciembre.Foto: CHRISTOPH SOEDER (DPA/PICTURE ALLIANCE/GETTY IMAGES) | Vídeo: EPV
Tommaso Koch

Hay quien sueña toda la vida con llegar al cine. Sofia Coppola, al revés, nació en el séptimo arte. Cuando se estrenó ante la cámara de una película no tenía ni 10 meses: antes de hablar y caminar, aprendió a actuar. Algo sencillo, eso sí: debía aguantar que le cayera un poco de agua encima. Hacía de Michael Francis Rizzi, el bebé bautizado hacia el final de El padrino. Alguna vez contó que su primer recuerdo de infancia es “la jungla de Filipinas, durante el rodaje de Apocalypse Now”. Y que, de pequeña, solía visitar la casa de Akira Kurosawa. Con tres años, en El padrino 2, interpretó a una niña a bordo de un barco. Y ya mayor de edad, en la tercera entrega, encarnó a Mary Corleone. Siempre ha dicho que la mejor enseñanza de papá Francis Ford y mamá Eleanor, directores ambos, es “una vida de creatividad”. Aunque, en su curso intensivo, descubrió pronto también el lado más oscuro del sueño: en una reciente entrevista aún recordaba la portada de una revista que acompañó su joven cara con el titular “¿Ella arruinó El padrino?”.

Una chica de 18 años colocada bajo la lupa. Criticada. Intimidada por un mundo poderoso y masculino. Cuando hace un tiempo Coppola leyó Elvis y yo, la autobiografía de Priscilla Beaulieu editada en 1985, encontró un lugar familiar. Iba a ser una placentera lectura de verano. Se convirtió en su nueva película. “Es la historia de una mujer fuerte y su búsqueda de autonomía”, apuntaba la cineasta (Nueva York, 51 años) ante un grupo de periodistas internacionales en el pasado festival de Venecia, donde Priscilla debutó.

Puede que la pelea por la independencia sea otro punto de contacto entre ambas. Coppola se volcó en la película después de que Apple renunciara a financiar su adaptación a serie de la novela Las costumbres nacionales (Alba), de Edith Wharton. Pero, antes, dejó a la plataforma un recado público: “La idea de una mujer que no agrade no les interesaba”. Igual que no tuvo reparos en ponerle freno a su padre cuando visitó el primer rodaje de la hija. 1999. Las vírgenes suicidas —otro libro que, por cierto, la enamoró hasta el punto de filmarlo—. El mito recomendó a la debutante: “Deberías decir ‘Acción’ más alto, desde el diafragma”. Ella, como recoge la web especializada Imdb, pensó: “Ok. Ya te puedes marchar”.

Priscilla
Jacob Elordi y Cailee Spaeny en 'Priscilla', de Sofia Coppola.

Tal vez hoy las cosas se hayan dado la vuelta. Y a Francis le pregunten por Sofia más que al revés. Se trata, al fin y al cabo, de la más joven cineasta de la historia —y la primera estadounidense— en optar al Oscar a la mejor dirección (por Lost in Translation, 2003). De una artista fascinada por fotografía y revistas de moda, sin miedo a reivindicar que se puede “ser sustanciales y estar interesados en frivolidades”. De un símbolo que inspira el imaginario de los adolescentes o firma autógrafos a chicas llamadas Sofia por ella. De una creadora capaz de construir, de María Antonieta a La seducción, pasando por Somewhere, su propio universo personal, siempre como ha querido y al margen de lo “mainstream”, según ha destacado ella misma. Una fórmula que regresa en Priscilla. Junto con la misión de iluminar a otra mujer oculta bajo la sombra de un mito.

“Está todo en el libro, no inventé nada. Quería que se narrara a través de su punto de vista, que se viera con sus ojos”, señalaba Coppola en Venecia. Es decir, una niña que tiene 14 años cuando un cantante y soldado de 24, dotado ya de cierta fama además de un atractivo irresistible, empieza a interesarse por ella. Casi no hay películas ni conciertos en Priscilla. Entre otras cosas, porque el fondo que gestiona los derechos de Elvis prohibió usar sus temas. Otro indicio del enfoque distinto de Coppola. Se trata de contar al ser humano que vivía, se alegraba y sufría justo al lado, durante 15 años de relación. Un relato a medias entre idilio y terror. Aunque Priscilla Beaulieu, en el festival de Venecia, reiteró que Elvis fue el amor de su vida.

La propia leyenda, aquí, pasa por el filtro de su esposa y se vuelve hombre. A ratos ególatra, inseguro, rabioso, hasta patético. “Ciertamente, la película no le deja en un pedestal. Fue interesante ver la realidad detrás del mito. Y descubrir cuánto le frustraba no ser tomado en serio como actor. Entiendo esa lucha. No quería juzgarle o convertirle en un villano, sino acercarme con sensibilidad y empatizar con él. Esta es la historia de ella”, describía Coppola.

Bill Murray, Scarlett Johansson
Bill Murray y Scarlett Johansson en un fotograma de 'Lost in Translation'.

La cineasta describió la sensación inédita de que el sujeto de su filme estuviera viva, presente, y a tan solo una llamada de distancia. “Uno de los mayores desafíos fue hallar un equilibrio entre el respeto hacia ella, que le gustara y se sintiera representada, y lo que quería hacer como directora”, explicaba Coppola. Y añadía: “Me conmueven las historias de gente que intenta entender quién es”.

El veto al uso de las canciones apenas le importó: cree que terminó por venirle bien al filme. Ella, además, de joven era más de escuchar a otro Elvis, Costello. Tampoco le preocupó el hecho de que, casi a la vez, Baz Luhrmann estuviera rodando y estrenando el biopic Elvis: al revés, considera que el renovado interés podía beneficiar a su largo. Pero, en comparación con esa superproducción, el presupuesto de Coppola sumaba menos de una cuarta parte. Y, poco antes de empezar a filmar, perdió algún millón más. De ahí que se viera obligada a contener todo el rodaje en un solo mes. “Es una de las cosas más difíciles que he hecho jamás”, ha asegurado la directora. Aunque Priscilla Beaulieu le reconoció que había hecho “un trabajo fantástico”.

En Venecia, además, la protagonista, Cailee Spaeny, obtuvo la Copa Volpi a la mejor actriz. Lo que también reconocía el meticuloso casting de Coppola y Kirsten Dunst, su colaboradora habitual. La diferencia de tamaño entre la diminuta Spaeny y el enorme Jacob Elordi, el Elvis de la pantalla, sirvió de metáfora añadida. Igual que el ruido y el caos en las secuencias con el músico, frente a la intimidad, a ratos claustrofóbica, cuando la joven se queda sola. Y, luego, Coppola desplegó su tradicional atención milimétrica a la puesta en escena, desde la paleta melancólica para retratar la estancia de Priscilla en Alemania, frente a la explosión de colores cuando visita a su adorado en EE UU, hasta el momento en que saca de la maleta un cepillo de dientes: “Adoro todos esos detalles. Son lo que hace real un filme. Cuando empiezas, parte del proceso se centra en cómo se ve y se siente”.

Sofía, Roman, Eleanor, Francis Ford Coppola
De izquierda a derecha: Roman, Eleanor, Francis Ford Coppola y Sofia, en un estreno en Roma en 2007.Getty Images

“Hacer una película ocupa tanto tiempo y energía que debes amarla de verdad. Lo único con lo que tengo cuidado es evitar algo en lo que no pueda meterme con todo mi corazón”, apuntaba Coppola. A estas alturas, la cineasta sostiene que no piensa en el público, sino que persigue filmar lo que a ella misma le gustaría. Y se dio cuenta de que Priscilla le hablaba también por otro aspecto. “Todavía veo a mujeres en relaciones donde dejan que los hombres tomen todas las decisiones. Fue estimulante mirar a la generación de mi madre y ver qué ha cambiado y qué no. Y, a la vez, hablar con mis dos hijas que ante ciertas cosas respondían: ‘Jamás le permitiría a un hombre decirme qué debo hacer”.

Ella tampoco quiere indicarles el camino a Romy y Cosima —ambas fruto de su unión con el músico Thomas Mars—. Aunque la primera, de 17 años, se hizo viral hace unos meses con un celebrado vídeo en la red social TikTok. ¿Madera de cineasta? A saber. De momento, la saga continúa también gracias al más mayor. El abuelo Francis Ford prepara al fin su esperada película Megalópolis, con la que lleva soñando cuatro décadas. A sus 84 años, se dispone a sujetar la cámara otra vez. Como en tantas obras maestras. Aunque ninguna como el vídeo casero que filmó el 14 de marzo de 1971: Eleanor se puso de parto; Francis Ford le dio al botón de “grabar”; Sofia vino al mundo. Y al cine.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_