Dj Floro: “Tengo la cara demasiado seria y, por eso, me quito muchos patosos que me piden canciones”
El veterano pinchadiscos pone fin a su serie discográfica dedicada al ‘afrobeat’ y publica un libro de fotografía
Dj Floro (Alar del Rey, Palencia, 70 años) llega con un gorro de lana y una camisa de estampado calidoscópico, que encaja a la perfección en una de esas sesiones incendiarias con las que calienta la noche madrileña desde hace décadas. También en la serie discográfica Republicafrobeat, que impulsa junto con Sagrario Luna y llega a su fin en un último volumen recién publicado. Además, este viernes presenta el libro de fotografía Frecuentes e irrepetibles (La mirada del cíclope), donde da rienda suelta a su pasión fotográfica y capta sus años en el centro de la movida madrileña. Justo cuando se pone a hablar, suena Violent Femmes en un bar de Lavapiés.
Pregunta. Un dj que no pincha electrónica. Muchas veces a la gente se olvida de que existen.
Respuesta. Sí, es cierto, pero cada día menos. De todas formas, la escena actual de los djs va en la dirección de la música disco actualizada. Se ha perdido el concepto de club, un sitio donde la gente iba a escuchar cosas no habituales y se podía hablar con el dj de esas cosas. Lugares como La Boca del Lobo y Suristán.
P. En ambos se hizo un nombre en la escena madrileña a finales de los noventa.
R. Sí, pero, antes que esa época, empecé pinchando casetes en diversos garitos. Tenía cintas y usaba doble pletina. Las ponía a cero y las cortaba hasta que llegaba al final de la canción que tenía controlada por las vueltas. Estuve varios años en la sala Universal, que montó gente del Rock-Ola. Compaginé mis sesiones de La Boca del Lobo con las de Suristán. En La Boca del Lobo, ponía música rock, derivados de la música negra y rock latino. En Suristán, pinchaba músicas mal llamadas “del mundo”, como si el rock and roll no fuera étnico. Lo de músicas del mundo es un invento de los ingleses.
P. Sus sesiones en Suristán eran algo muy distinto a todo.
R. Suristán era otro mundo. Hablamos de los noventa y principios de este siglo. Había muchos africanos. Algunos venían de Almería solo por la música, a pasar el fin de semana en la sala. Entonces, ponía muy poco afrobeat. Los africanos no lo bailan y, si lo ponías, se podía vaciar la pista. Suristán me pagaba viajes todos los años para ir a Londres, París o Lisboa y allí me compraba música de las antiguas colonias de cada uno de los sitios o de gente autóctona de cada país.
P. ¿Cómo hacía cuando se vaciaba la pista?
R. Un recurso que tenía era poner soukous (rumba congoleña). Los africanos se enganchaban de forma inmediata y ya toda la sala. También ponía música de Cabo Verde y Guinea Bissau. Otro recurso era tirar de mbalax (música bailable senegalesa), cuyo mayor representante es Youssou N’Dour. Cuando ponía mbalax, el escenario estaba lleno de senegaleses y era un espectáculo. Toda la gente se quedaba mirando a unos tíos que bailaban de puta madre.
P. Suristán cerró. La Boca del Lobo se transformó. ¿Quedan sitios así en Madrid?
R. El único que se puede parecer un poco es El Juglar, en Lavapiés. Sitios como sala Villanos o Café Berlín están más en la moda de revisión del house. Es otro concepto.
P. ¿La noche madrileña es lo que era?
R. Ha variado mucho. Antes había mucha más influencia de procedencia anglosajona, con mucha new-wave. Luego, varió hacia el auge de la música en español. Y, después, muchas salas tenían djs que se fijaban en la música negra en general, en plan soul, jazz, funk…
P. ¿Qué tiene que tener un buen dj?
R. Cultura musical. Hay mucha gente que se fija mucho en las playlists. También es verdad que hay otros que solo rebuscan a nivel un poco enfermo. Hay muchos djs que se miran demasiado el ombligo.
P. ¿A qué se refiere?
R. Ponen música solo para ellos. Al pinchar, hay que ser generoso y pensar en la pista. Eso no quiere decir que debes poner lo que te pidan. Yo no pincho nunca reguetón por mucho que me lo pidan.
P. ¿Un dj puede aceptar peticiones?
R. No. Jamás (risas). En mi época en La Boca del Lobo, tenía un cartel que ponía: “Un dj no es una jukebox”. Cuando me viene gente a pedirme algo, le digo: ‘Mira, yo estoy trabajando. Si eres enfermera o comercial, jamás iré a tu trabajo a decirte cómo tienes que hacerlo. Así que no te metas en mi trabajo’. Hay tíos que te llegan pidiendo música negra cuando llevas toda la noche poniéndola y no se han enterado. Luego, el típico que usa el truco del cumpleaños de la amiga. Paso. Tengo la suerte de que tengo la cara demasiada seria y con eso me quito muchos patosos. La sesión te gusta o no te gusta. Si te gusta, te quedas. Si no te gusta, te largas que hay muchos bares.
P. ¿Ha pinchado en bodas?
R. En bodas de amigos. Muy amigos y como un favor. Odio las bodas. El problema es que, luego, vienen los amigos de tus amigos y te lo piden también. Y no lo hago.
P. ¿Qué es lo mejor que le ha pasado como dj?
R. Pinchar en Senegal para niños de la calle.
P. ¿Y lo peor?
R. Pinchar en una fiesta de El Mundo. De esas de todos con corbatas.
P. ¿El streaming ha perjudicado al mundo del dj?
R. Sí, a la gente joven. No investigan ni compran. Tienen todo a mano y es más fácil pero no mejor. Me ha pasado que, un día, estaba pinchando un chico que estaba poniendo bazofia y, cuando pincho yo, me viene y me dice: ‘¡Qué bien suena lo tuyo!’. Tuve que explicarle que lo mío eran discos de verdad y no música bajada de una plataforma. Se la bajan creyendo que está a 320k, y, en realidad, no está ni a 128k. Está a mucho menos. Se nota. Tienes que comprar, si no es complicado que suene bien.
P. ¿Qué cree que será lo próximo que rompa en la música?
R. Vendrá de África. Seguro. Como decía un famoso blog de Chema Caballero, África no es un país. Son muchos países y cada uno tiene su nombre, como sus músicas.
P. ¿Una canción que siempre le emocione pincharla?
R. Kumbala, de Maldita Vecindad. Es para el relaje. Para bailar, estoy pinchando mucho a Mulatu Astatke.
P. Está detrás de la serie discográfica Republicafrobeat con la que se descubren artistas interesantes del mundo del afrobeat. Ahora, llega a su fin. ¿Por qué?
R. Por cansancio. Al menos, hemos contribuido a dar a conocer un género excitante que junta ritmos de música de Ghana y Nigeria con jazz y funk y con mucho contenido político. Por eso, a Fela Kuti, su máximo exponente, le metieron tanto en la cárcel.
P. ¿Considera que Fela Kuti debería estar tan valorado como artista como Bob Dylan, Frank Sinatra o The Beatles?
R. Sí, y más africanos como Hugh Masekela, Manu Dibango, Miriam Makeba, Salif Keïta o Cesária Évora.
P. Era un placer escuchar sus intervenciones en Sonideros, el extinto programa de Radio 3. ¿Echa de menos la radio?
R. Sí, la echo de menos, pero no en las circunstancias que teníamos con la dirección de Radio 3. Es una emisora que pagamos todos y debería tener posibilidad de que suenen todo tipo de músicas. A mí nunca me ha motivado el country, pero me parecía genial que hubiese un espacio dedicado al country como el de Manolo Fernández. La emisora apoya a grupos que ya apoyan emisoras más potentes. Es muy necesario que haya una emisora musical estatal que se parezca más a la BBC.
P. ¿Qué circunstancias?
R. Unas en las que atacaban a mucha gente. Con la pandemia, se sacaron la historia de quitarnos el carnet con el que entrábamos. Empezaron a controlarnos como si fuera un aeropuerto. Iban a por los contratados, que parecíamos intrusos cuando llevábamos años. Luego, nos metieron otra historia que lo llamaron “derechos de imagen”. Eso suponía que te quitaban la cuarta parte de lo que ganabas. Y, luego, estaba la historia de ver que quitaban programas a gente importante. En fin, estaba cansado ya. Realmente, la historia de la radio fue excitante y mucha gente me lo sigue recordando. Siempre me curraba mucho hacer el programa.
Babelia
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