Almanzor descansa en un convento de Soria desde hace mil años
Un informe publicado por el Instituto Egipcio de Estudios Islámicos sostiene que el caudillo andalusí fue enterrado en una alcazaba sobre la que se construyó el cenobio de Santa Clara en Medinaceli
Alfonso I El Batallador (1104–1134) y su mujer, doña Urraca (1109–1126), recibieron en el patio del castillo de Medinaceli (Soria), aposentados sobre la tumba del caudillo andalusí Almanzor, al embajador del sultán de Zaragoza con el fin de humillarlo. En 1367, Ibn al-Jatib, visir y cronista del sultán nazarí Muḥammad V, le pidió al rey de Castilla, Pedro I, que le informase del estado ...
Alfonso I El Batallador (1104–1134) y su mujer, doña Urraca (1109–1126), recibieron en el patio del castillo de Medinaceli (Soria), aposentados sobre la tumba del caudillo andalusí Almanzor, al embajador del sultán de Zaragoza con el fin de humillarlo. En 1367, Ibn al-Jatib, visir y cronista del sultán nazarí Muḥammad V, le pidió al rey de Castilla, Pedro I, que le informase del estado del enterramiento. La respuesta fue “una relación muy cumplida, donde se precisaba que, si bien era aún reconocible y el cipo [monumento] funerario se mantenía enhiesto, la inscripción grabada antaño sobre el mismo ya no existía”. Son las últimas noticias sobre la tumba del caudillo militar que protagonizó 57 campañas militares contra sus enemigos y que murió en agosto de 1002. Lo cuenta el historiador Gustavo Turienzo, en su estudio De la enfermedad, la última campaña y el lugar donde fue enterrado Al-Mansur Ibn Abi Amir. La búsqueda del sepulcro de Almanzor ha sido una constante desde hace siglos. Turienzo la sitúa en este artículo, publicado en la Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, en el patio del convento de Santa Isabel, en Medinaceli, construido sobre la alcazaba andalusí en 1528. Las monjas que habitan el cenobio en la actualidad, que solo hablan a través de una reja de hierro forjado negra, afirman que no saben nada. “Dicen que fue enterrado en las colinas que rodean Medinaceli. Ahora, en uno de nuestros claustros. Sinceramente, no lo sabemos”, añaden, mientras invitan a adquirir, con una sonrisa, lo que parecen unas deliciosas y delicadas pastas elaboradas por ellas que venden a través de un torno.
Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, Almanzor (el Victorioso), visir del débil califa Hisham II, alcanzó su cénit político en el año 997 cuando arrasó Santiago de Compostela. El obispo Lucas de Tuy, autor del Chronicon mundi (siglo XIII), sostiene que se llevó unas “campanas menores” de la catedral, que convirtió en lámparas para la mezquita de Córdoba. Beneficiado por una buena posición económica del califato, emprendió exitosas y numerosas campañas, pero su salud se resistió notablemente. “Sufría un formidable desgaste anímico que repercutía en su salud física”, lo que incluía pérdida de movimientos, inflamación de las articulaciones y achaques crónicos de gota. Tal era su deterioro, que se veía obligado a dirigir las operaciones militares desde una camilla. Eso sí, siempre vestido de rojo para que se le distinguiera.
Los restos mortuorios de Almanzor fueron cubiertos con una losa, un cipo funerario y una inscripción”
Almanzor emprendió la última de sus expediciones de castigo en 1002 contra su gran enemigo, el castellano Sancho García, con el fin de darle “muerte, el cautiverio o la humillación absoluta del conde”. Con un gran ejército, partió de Córdoba y se dirigió hacia el norte. Llegó a Grajal de Campos (León), donde se unió a las tropas de la familia Banū Gómez y recorrió las localidades de Clunia, Osma, San Esteban de Gormaz y Aranda de Duero, causando “muchos estragos y muchas víctimas”. Pero no logró enfrentarse con García porque tuvo que abandonar la expedición al sentirse gravemente enfermo. En una litera, llegó moribundo a Medinaceli, en ese momento un gran centro de poder militar omeya. En la primera semana de agosto de 1002, murió.
Almanzor fue un hombre muy bello, por lo que su cuerpo deformado y maloliente por la enfermedad no fue expuesto. Fue amortajado y enterrado sin tardanza en el patio del alcázar de Medinaceli. Sobre su tumba se erigió un cipo funerario sobre el que se grabaron dos versos que lo exaltaban. El sepulcro era una fosa muy estrecha de un metro de profundidad. Posiblemente, se cubrió con una losa.
“El emplazamiento exacto de la tumba de Almanzor constituye un enigma histórico que ha suscitado toda clase de especulaciones y numerosas conjeturas, si bien ninguna de ellas se basa en datos fehacientes”, sostiene el investigador. Según su teoría, el militar fue enterrado al noreste de la ciudad soriana, un sector donde “se concentraban los edificios y lugares de uso religioso, jurídico y político musulmanes, formando una unidad armónica: la mezquita aljama con sus baños, ―actualmente desaparecida―, el alcázar de gobierno ―en cuyo emplazamiento se alzan actualmente el convento de Santa Isabel y la iglesia de San Martín― y el Campo de San Nicolás, colindante con los dos últimos edificios citados.
En 1367, el rey de Castilla respondió al sultán nazarí Muḥammad V, que estaba interesado por la conservación del sepulcro, que este aún “era reconocible”
El investigador rechaza que fuera enterrado en el patio del actual castillo, en los límites del casco urbano, porque su estructura se remonta a principios del siglo XII y “no reemplazó en ningún momento al alcázar de gobierno de la localidad. Por tanto, es absurdo pensar que la tumba de Almanzor estuviera en su interior”. Además, si Alfonso I y su esposa recibieron al embajador del sultán en 1110, en la fortaleza actual no cabrían sus respectivas comitivas, ya que “es tan exigua como escasamente apta para albergar a la vez con propiedad a los embajadores del sultán zaragozano, a su séquito, al real matrimonio cristiano y a los personajes de su corte, por los cuales sin duda se hicieron acompañar en tan señalada ocasión”.
En tercer lugar, si hubieran estado en el patio de esta construcción de las afueras, “no se encontraría en un lugar eminente ni sería visible a simple vista y carecería de la necesaria finalidad religiosa, política y moralizante que todo sepulcro musulmán posee cuando se excava en un lugar crucial de las fronteras islámicas”. La tumba tampoco pudo estar en los alrededores de la población, extramuros, en algún cerro próximo. “Situar la tumba de Almanzor en ese lugar es un despropósito que carece de cualquier base documental o histórica”.
Los reyes cristianos recibían a los enviados andalusíes sobre la tumba del caudillo para humillarlos”
El investigador sostiene, en cambio, que la tumba, probablemente, “estuvo o está” en el patio del convento de Santa Isabel, que fue edificado en el siglo XVI sobre “la planta y los cimientos del alcázar de gobierno islámico”. “Así pues, el patio de la edificación actual ocuparía, prácticamente, el mismo lugar y la misma superficie que el patio del desaparecido alcázar”. De hecho, la sepultura, “relativamente protegida, fue reconocible durante un largo periodo de tiempo y se tornó inmediatamente en un enclave excepcional, pues no solo se hallaba en el corazón del dispositivo de gobierno islámico de toda la frontera media andalusí, sino que, perfectamente imbricada en el contexto de la idiosincrasia musulmana, también formaba parte esencial del sistema religioso, jurídico y político amirí, cuya pretensión suprema consistía en afirmar la legitimidad de las aspiraciones de esa familia al gobierno del Islam en su conjunto”.
Por su parte, los cristianos mantuvieron la integridad del monumento funerario para intimidar a los embajadores andalusíes. “Este emplazamiento, probablemente elegido antes de su muerte por el propio alhagib [caudillo], servía magistralmente a sus móviles religiosos y políticos, pues si bien conmovía o intimidaba alternativamente a los viandantes y visitantes, a tenor de su confesión religiosa, para todos ellos era obvio su valor simbólico”.
Una portavoz de la Oficina de Turismo del Ayuntamiento de Medinaceli afirma que “Almanzor fue enterrado en la zona más escarpada del municipio, lo que actualmente es el entorno del convento de Santa Isabel. Era la zona de más fácil de proteger y con un acceso más complicado”. “Lo hemos hablado muchas veces con Turienzo, un reputado investigador. Pero sería necesario hacer catas para encontrar estructuras que constatasen que allí pudo estar enterrado el alhagib. Se puede hacer con técnicas de georradar. Pero, por el momento, solo son conjeturas”, admite.
“Si nuestra conjetura respecto a la ubicación del sepulcro de Almanzor es correcta, estaríamos ante una finísima ironía de la Providencia. Si estamos en lo cierto, no habría sido el destino de los omeyas reposar en territorio cristiano, y esa suerte habría correspondido a quien, haciendo gala de una absoluta carencia de escrúpulos, despojó a esa dinastía califal de sus derechos y preparó la ruina de al-Ándalus” al declarase la fitna o guerra civil entre los descendientes del califa Hisham II y los de su hombre de confianza, el alhagib Almanzor, sostiene el investigador.
“¿Si sigue la tumba allí?”, se pregunta Turienzo, que tiene dudas sobre si continúa existiendo. “No lo sé, sinceramente. Quizás los múltiples enterramientos de monjas de los últimos 500 años hayan acabado con ella. Es una incógnita completa. Pero allí fue enterrado. De eso no hay duda alguna”.