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ÓPERA | CRÍTICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El foso y las voces salvan un fallido ‘Rigoletto’ contra el heteropatriarcado

Un sector del público abuchea el estreno de la polémica producción de Miguel del Arco, en el Teatro Real, que fue compensada por la dirección musical de Nicola Luisotti y el canto de Ludovic Tézier y Adela Zaharia

Javier Camarena, en el papel de duque de Mantua, en un ensayo de 'Rigoletto' rodeado de actores y bailarinas.
Javier Camarena, en el papel de duque de Mantua, en un ensayo de 'Rigoletto' rodeado de actores y bailarinas.Javier del Real (TEATRO REAL)

Rigoletto es una ópera con una fortaleza dramática profundamente shakesperiana. Lo dice Miguel del Arco, el director de escena de la nueva producción estrenada el pasado sábado, 2 de diciembre, en el Teatro Real. Pero también lo afirmó el propio Giuseppe Verdi en una carta, de mayo de 1850. El compositor trató de inspirar a su libretista, Francesco Maria Piave, al comienzo de su adaptación del drama El rey se divierte, de Victor Hugo, con esta rotunda afirmación: “¡Es una creación digna de Shakespeare!”.

Verdi se refería a la complejidad psicológica del rol protagonista. Lo aclara en otra carta, esta vez al director del Teatro La Fenice de Venecia, donde incide en ciertos matices irrenunciables ante la censura austriaca. Habla de un jorobado externamente deforme y ridículo, pero internamente apasionado y lleno de amor hacia su hija Gilda. En su producción, Del Arco opta por quitar la giba a Rigoletto y lo simplifica hasta convertirlo en un ser egoísta y malvado sin apenas conflictos.

El director y dramaturgo madrileño debuta como régisseur operístico (si exceptuamos su participación en Fuenteovejuna, de Jorge Muñiz) con un duro alegato feminista. Una propuesta que subraya el entorno machista y depravado del libertino Duque de Mantua, junto a su bufón Rigoletto, y que termina por convertir a Gilda en otra de sus víctimas. Pero que descuida esos matices irrenunciables para Verdi y no conecta con la música. Lo comprobamos, al inicio, cuando asistimos a una violación grupal mientras suena el breve e intenso preludio basado en el motivo de la maldición. Un pasaje que representa el dolor del protagonista en una ópera que inicialmente se tituló La maledizione.

Para Del Arco la verdadera maldición es el heteropatriarcado. Y la idea no es desacertada si tenemos en cuenta que Gilda es el único personaje que evoluciona psicológica y musicalmente dentro de la ópera. Rigoletto se desenvuelve siempre entre el recitativo y el canto fragmentado, y el Duque despliega un encanto y persuasión de tinte belcantista (pensemos en su famosísima La donna è mobile). Pero Gilda arranca desde el virtuosismo del melodrama tradicional (recordemos su aria Caro nome) y avanza, tras ser secuestrada y violada, hacia un canto más lírico y dramático (lo comprobamos en su bello cantabile del segundo acto, Tutte le feste al tempio, o en el sollozante canto spezzato que adopta en el tercero con el famoso cuarteto Bella figlia dell’amore).

Nada de esto se comprende en la producción del Teatro Real. Con una deficiente dirección actoral dominada por la abstracción escénica que se intentó compensar con un exagerado horror vacui. El drama no conecta con la plástica escenografía de Sven Jonke, con espectaculares transformaciones del telón y superficies abultadas en el inmenso espacio escénico desnudo del Teatro Real. La casa de Rigoletto pareció ubicada en la selva amazónica y la posada de Sparafucile en un campo de refugiados.

La iluminación de Juan Gómez-Cornejo subraya el tinte más lúgubre y el vestuario de Ana Garay resulta kitch. Ambos acertaron en momentos puntuales, como en el final del primer acto, con la aparición del coro enmascarado. Pero lo más problemático fueron las excesivas coreografías de Luz Arcas. Tan excesivas en el primer acto como ridículamente provocadoras en los otros dos, tapando incluso a los cantantes. En una ópera como Rigoletto, el canto y el gesto también son puesta en escena. Del Arco optó por terminar la ópera con una interesante licencia poética: un olimpo de mujeres asesinadas que comparecen desnudas para recoger a Gilda muerta.

Adela Zaharia, que interpreta a Gilda en el 'Rigoletto' de Miguel del Arco, rodeada de bailarines.
Adela Zaharia, que interpreta a Gilda en el 'Rigoletto' de Miguel del Arco, rodeada de bailarines.Javier del Real

El foso y las voces salvaron la fallida propuesta de Del Arco que fue duramente abucheada al final por un sector del público. El director italiano Nicola Luisotti volvió a desplegar su dirección intensa, colorista y flexible, al igual que hizo hace ocho años con la irrelevante producción de David McVicar. Una lectura modélica, al frente de la excelente Orquesta Titular del Teatro Real, que intensificó la modernidad dramática de Verdi con innovaciones incorporadas a partir de los melodramas de los teatros de boulevard parisinos. Lo comprobamos, en el segundo acto, en el aria, Cortigiani, vil razza dannata, con las turbulencias de la cuerda que se transforman, a continuación, en una súplica camerística, con el corno inglés y el violonchelo.

El barítono francés Ludovic Tézier recibió una enorme ovación al final de esa aria. Fue el gran triunfador de la noche con un robusto Rigoletto de voz imponente, que mejoró musicalmente en los dos últimos actos. La otra triunfadora fue la joven soprano rumana Adela Zaharia, una Gilda de exquisita técnica y musicalidad y con una buena progresión dramática. Recibió más aplausos por su mecánica interpretación del aria Caro nome, pero cantó mucho mejor el referido cantabile del segundo acto, Tutte le feste al tempio. El tenor mexicano Javier Camarena comenzó algo desubicado como Duque de Mantua, pero terminó colocando todos los sobreagudos no escritos por Verdi al final de La donna è mobile, aunque su mejor intervención la escuchamos en su escena que abre el segundo acto.

Entre los secundarios destacó la Maddalena de la suiza Marina Viotti, con una brillante intervención en el cuarteto Bella figlia dell’amore, que Del Arco realizó sin respetar la innovación del escenario dividido. El bajo Simon Lim fue un buen Sparafucile aunque poco idiomático, el bajo-barítono Jordan Shanahan resolvió con solvencia la difícil maldición del Conde Monterone y la soprano francesa Cassandre Berthon cumplió como Giovanna. Bien el resto de los papeles menores y una mención especial a la excelente sección masculina del Coro Titular del Teatro Real, en el coro burlesco Zitti, zitti.

El Teatro Real ha programado 22 funciones hasta el próximo 2 de enero con tres excelentes repartos que incluyen algunos cantantes españoles. Entre los Duque de Mantua destaca el tenor donostiarra Xabier Anduaga, entre las cantantes que darán vida a Gilda podrá escucharse a la zaragozana Ruth Iniesta y la segunda Giovanna será la guipuzcoana Marifé Nogales.

Rigoletto

Música de Giuseppe Verdi. Libreto de Francesco Maria Piave. Javier Camarena, tenor (Duque de Mantua), Ludovic Tézier, barítono (Rigoletto), Adela Zaharia, soprano (Gilda), Simon Lim, bajo (Sparafucile), Marina Viotti, mezzosoprano (Maddalena), Cassandre Berthon, soprano (Giovanna), Jordan Shanahan, bajo-barítono (Conde Monterone), entre otros. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Dirección musical: Nicola Luisotti. Dirección de escena: Miguel del Arco. Teatro Real, 2 de diciembre. Hasta el 2 de enero.

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