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Francia conjura el fantasma del declive cultural con un ambicioso museo de la lengua

La Ciudad Internacional de la Lengua Francesa, gran proyecto cultural de Macron, se inaugura en el pueblo natal de Dumas, hoy territorio de la extrema derecha

Emmanuel Macron, durante la inauguración de la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa, este lunes Villers-Cotterets.
Emmanuel Macron, durante la inauguración de la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa, este lunes Villers-Cotterets.CHRISTIAN HARTMANN / POOL (EFE)
Marc Bassets

No hay presidente francés que, como un faraón, no sueñe con dejar su huella con un monumento. Pompidou impulsó el centro cultural en el centro de París que lleva su nombre. Mitterrand, la pirámide del Louvre. Chirac, el museo del Quai Branly dedicado las artes y las culturas del mundo. Ni Sarkozy ni Hollande legaron nada significativo.

Emmanuel Macron, en cambio, tiene dos proyectos culturales de envergadura. Uno, forzado por las circunstancias: la reconstrucción de la catedral de Notre Dame tras el incendio de 2019. El otro es por elección propia: la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa, que este lunes ha inaugurado en Villers-Cotterêts, un pueblo de 10.000 habitantes cargado de simbolismo. Político y cultural. Porque Villers-Cotterêts, 80 kilómetros al nordeste de París, se encuentra en pleno territorio electoral del Reagrupamiento Nacional, el partido de extrema derecha que lidera Marine Le Pen. Y es allí donde, en 1539, el rey Francisco I firmó el decreto que imponía el uso el “lenguaje materno francés” para los documentos administrativos y judiciales de su reino. Es, además, el lugar de nacimiento, en 1802, de Alejandro Dumas, el autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo.

“La lengua francesa construye la unidad de la nación”, ha dicho Macron en el discurso inaugural. “Y la lengua francesa es una lengua de libertad y de universalismo”.

Situada en el viejo castillo de Francisco I, abandonado y semirruinoso hasta que hace tres años comenzaron las obras, la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa ha costado 210 millones de euros. En rigor no es un museo. El núcleo es una exposición sobre el francés: su influencia global, su capacidad para reinventarse, su carácter político como lengua de Estado. Pero acogerá también a artistas en residencia y pretende ser un espacio de diálogo e intercambio: una capital mundial del francés.

Macron, durante su visita al museo.
Macron, durante su visita al museo.CHRISTIAN HARTMANN / POOL (EFE)

Para entender el mensaje de este proyecto puramente macroniano, hay que tener en cuenta el lugar central de la lengua en la idea que históricamente Francia y la República se han hecho de sí mismas. Mientras la lengua construía la nación, como dice Macron, actuaba como un rodillo que debilitaba o directamente destruía las lenguas regionales. Es uno de los hilos conductores de la historia que se cuenta en Villers-Cotterêts.

La Ciudad Internacional de la Lengua Francesa refleja, al mismo tiempo, las inseguridades —algunas con base real; otras, imaginarias— que acechan la lengua, dentro y fuera del país. Dentro, por la penetración de los anglicismos y los debates recientes sobre el lenguaje inclusivo y los cambios ortográficos o gramaticales que este puede provocar. Fuera, por la pérdida acelerada de peso a escala internacional ante el inglés y también ante el español.

La sensación de declive inexorable, la convicción de que todo va a peor, es persistente en Francia desde hace al menos dos décadas. La extrema derecha agita la nostalgia por un pasado esplendoroso. Algunos comentaristas hablan de “angustia cultural”. Territorios como el norte de Francia y pueblos como Villers-Cotterêts, gobernado por el RN de Le Pen, son un campo fértil para que crezcan estas angustias. Es la Francia de las ciudades pequeñas y medianas donde hace cinco años estalló el movimiento de los chalecos amarillos, la Francia de los centros urbanos depauperados, la Francia que se sienten abandonada por las élites y por Macron.

Una de las salas de la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa.
Una de las salas de la Ciudad Internacional de la Lengua Francesa. YOAN VALAT (EFE)

“Será un lugar de intercambio abierto al exterior que se situará en la tradición universalista de Francia, y este enfoque universalista no es el del partido instalado en el Ayuntamiento de Villers-Cotterêts”, decía, en vísperas de la inauguración, un asesor de Macron que pidió anonimato. “Pienso también”, añadió, “que [el proyecto] es una manera de mostrar que, precisamente, el avance del territorio no pasa por el repliegue en sí mismo, sino más bien, y con más posibilidad de éxito, por la apertura.”

Todo empezó durante la campaña electoral de 2017, la que llevó a Macron al Elíseo. El candidato hizo escala en Villers-Cotterêts y descubrió el castillo abandonado y clausurado en el centro. Ese día tuvo la idea. Para cualquier visitante en aquella época era inevitable la incongruencia de aquel pueblo desangelado y decadente con tanta historia detrás.

Hoy el castillo de Francisco I reluce tras la restauración, como se pudo comprobar hace unos días durante una visita previa la inauguración. Los obreros ultimaban los detalles para tenerlo todo listo el día de la visita de Macron. El recorrido arranca con un panel que imita el de un aeropuerto con el nombre de 50 capitales en las que se habla francés. Es una celebración de la francofonía —herencia del colonialismo— y del francés como “la lengua-mundo”, en expresión de Xavier North, comisario principal de la exposición. Hay un equilibrio delicado entre la reivindicación de la lengua y su irradiación global —una forma de poder blando —, y la constatación de que ya no es lo que era y que su riqueza reside, precisamente, en su apertura a los demás.

“Si se considera que la importancia de una lengua es su literatura y su irradiación literaria, probablemente el francés esté en el segundo rango en el mundo”, dice North. “Si se tiene en cuenta la geopolítica, depende de los periodos. Pero si nos atenemos a la realidad objetiva, el español está muy muy arriba”. Y señala que, respecto al total de personas que hablan francés en el mundo, es bajo el número de aquellos que lo tienen como lengua materna en comparación con el español o el portugués.

En otra sala, se ven palabras en escritura inclusiva. ¿Toma partido la exposición en la polémica? “La cuestión se evoca al hablar del género y el cuestionamiento de algunas reglas ortográficas por parte de militantes feministas”, aclara North. “Pero no entramos en el debate”. Al final del recorrido, se ve un espejo en el que figura el artículo 2 de la Constitución: “La lengua de la República es el francés”. Y alrededor, una nube de anglicismos corrientes en Francia. ¿La constatación de un fracaso? “Juzgue usted”, responde.

En un artículo en Le Figaro, el académico Jean-Marie Rouart acusaba este lunes a Macron de tartufo, es decir, de hipócrita y falso, por “meter la lengua francesa en un museo” mientras “es culpable de lesionar[la]”. Lamentaba el uso de anglicismos en actos oficiales, como One planet summit, para una cumbre climática, o Choose France, para el foro anual en Versalles para atraer inversiones. Desde otra óptica, se ha criticado el abuso de Villers-Cotterêts como “mito fundador” de la lengua, cuando no está claro a qué se refería Francisco I con “el lenguaje materno francés” para los documentos oficiales. “Recordemos que al principio del siglo XX una minoría de gente hablaba francés en Francia y que hoy la gran mayoría de ciudadanos franceses en los departamentos y territorios de ultramar tienen otra lengua que el francés”, recordaba el sociolingüista Philippe Blanchet a la cadena France Culture.

En su discurso, Macron dijo que el francés “puede, debe cohabitar en armonía con [las] 72 lenguas regionales”. Y enumeró algunas: el bretón, el vasco, el bearnés, el gascón, el provenzal, el catalán, el corso, las hablas criollas, las lenguas kanak o polinesias. Pero precisó que la lengua francesa “es una e indivisible”. Y añadió: “Como la República, como nuestro pueblo, como su fundamento de valores”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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