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Abrasha Rotenberg, escritor, al cumplir los 97 años: “Este no es el triunfo del capitalismo, vivimos el fracaso de los sueños”

El economista, editor, periodista y escritor, padre de Ariel Rot y Cecilia Roth, habla sobre sus exilios, su vida atravesada por las guerras y las revoluciones que marcaron el siglo XX y su mirada al futuro

Abrasha Rotenberg
Abrasha Rotenberg posa para un retrato en su casa en Buenos Aires, Argentina el 22 de junio de 2023.Mariana Eliano
José Pablo Criales

Abrasha Rotenberg acaba de cumplir 97 años. Niño criado entre los campos de la Ucrania soviética y el fervor del Moscú estalinista, adolescente judío que creció en la Buenos Aires de los inmigrantes de entreguerras, economista educado entre Argentina e Israel, editor de periódicos exiliado por la Junta militar argentina, y padre de dos artistas definitivos, el cantante Ariel Rot y la actriz Cecilia Roth, Rotenberg pasó media vida yendo y viniendo entre Madrid y Buenos Aires. Instalado desde hace casi una década de vuelta en la capital argentina, empezó a explorar como escritor.

Rotenberg acaba de publicar en España El moscovita desesperado (Nagrela Editores), una colección de cuentos que atraviesa el siglo XX, sus ideologías y contradicciones, en un viaje desde Moscú hasta la convulsa Buenos Aires de los setenta. Es su segundo proyecto narrativo. Su primera novela, La amenaza (Obloshka 2020), publicada a sus 93 años, nació de una historia oculta detrás de los dos exilios que marcaron su vida: la de un joven nacido en la Unión Soviética que descubrió que era judío en una Argentina que coqueteaba con el fascismo, y la del editor de periódicos amenazado por los Gobiernos militares décadas después.

Pregunta. El personaje principal de su novela es un joven judío que se ve envuelto en un grupo de argentinos entusiastas del nazismo. ¿Pasó de verdad?

Respuesta. Es una historia real que me costó contar durante mucho tiempo. Les mentí y dije que era finlandés. La mentira me dolió durante mucho tiempo. Hace 80 años que ocurrió.

P. En un momento del libro, van en el coche escuchando sobre la batalla del Graf Spee, el buque nazi que se hundió en el río de La Plata en 1939.

R. Así fue. Estuve en el nido de la serpiente, de esos grupos nació la parte más de derecha y fascista que culminó en el golpe de Estado de 1943.

P. Uruguay estuvo a punto de fundir el águila nazi del buque para convertirla en una paloma de la paz, ¿qué opina?

R. Yo la pondría en un museo. ¿Por qué hay que anular la historia?

P. ¿Qué idioma se hablaba en su casa?

R. Nací en Teofipol, una aldea del oeste de Ucrania de unos 900 habitantes. En la escuela aprendíamos en ruso, aunque en mi casa, como en todas, se hablaba ucraniano. Ya era una época de conflictos con la identidad de los ucranianos: Stalin quería rusificar la Unión Soviética.

P. ¿Por qué se fue su familia de la Unión Soviética?

R. La revolución fue un problema. Los judíos como mi padre eran comerciantes, y la revolución trajo la era del obrero y el campesino. Mi padre no tenía lugar en esa sociedad, era un parásito. Uno de sus hermanos ya se había casado y se había ido a Argentina. Mi padre se fue cuando nací, lo conocí más tarde.

Agosto de 1976. España fue como respirar aire puro, era una época de mucha esperanza. Luego todo se complica

P. ¿Y su madre?

R. Mi mamá era una mujer que se atrevía con los desafíos. Su familia, en términos de hoy, podríamos decir que era militante e intelectual. En su casa se leía y se hablaba y se discutía. Cuando mi padre se fue, consiguió un trabajo en Magnitogorsk, donde vivimos un año, en una casa de chapa, con un frío espantoso, y la contaminación más grande que te podías imaginar. Ahí se forjaba el acero con una vida muy sacrificada. Pero el sacrificio de un año te permitía ser un privilegiado en Moscú. Después mi madre consiguió un puesto muy bueno y un lugar para vivir conmigo. Una casa colectiva frente a la Plaza Roja.

P. ¿Qué recuerda de Moscú?

R. Horas enteras sentado en la puerta de nuestra casa, mirando largas filas de gente. La extensa Unión Soviética haciendo filas durante días para entrar al mausoleo de Lenin y ver su tumba.

P. ¿Cómo se fueron?

R. Vivimos siete años sin mi padre en la Unión Soviética. Cuando por fin pudo conseguir la visa, salimos en un grupo que debía tomar el barco a Argentina en el puerto de Bremen. En noviembre de 1933, cuando yo tenía siete años, llegamos a Berlín y nos ocurrió una desgracia con mucha suerte. Un par de personas se contagiaron del tracoma en el barco y el Gobierno alemán los aisló, pero como éramos un grupo que viajaba en el mismo barco no podíamos dejarlos. Bajo Hitler, en la Alemania de 1933, el Gobierno nos pagó la estadía a los que no estábamos enfermos. Nos quedamos en Berlín unos dos meses. Y lo que vi ahí... [ríe] yo me volvía nazi. Las juventudes, esos chicos pulcros, hermosos, enérgicos, cantando en las calles y marchando. Yo venía de una Rusia triste, de un comunismo triste, y me contagió el optimismo. Yo soy un judío de un país comunista que fue mantenido en Berlín por Hitler.

P. ¿Cómo fue su llegada a Argentina?

R. Aquí me enteré de que era judío. Vivía en La Paternal, un barrio muy pobre de fábricas y calles de tierra, que también era multicultural. Ahí vivían italianos fascistas y antifascistas, españoles realistas y republicanos. Todos completamente enfrentados. La única unanimidad era el enorme prejuicio a los judíos.

P. ¿Esa división se veía en la política de entonces?

R. La Argentina de 1933 estaba muy dividida políticamente. Cuando estalló la guerra se acentuó. En el Luna Park [un gran teatro de la ciudad] hubo un evento con unas 20.000 personas a favor del partido nazi. La mayoría estaba a favor de los aliados, pero había una minoría muy poderosa, sobre todo en las Fuerzas Armadas, que tenía la tradición alemana en su educación y eran simpatizantes de los regímenes de Italia y Alemania. En 1943 hubo un golpe y subió esa personalidad, ese político de garra que era Juan Domingo Perón, cuya ideología era de una enorme admiración a Mussolini.

Abrasha Rotenberg
Abrasha Rotenberg en su casa en Buenos Aires, Argentina.Mariana Eliano

P. ¿Cómo se compara su llegada a Argentina con su exilio español?

R. Yo me siento muy argentino, pero a España le debo mis primeras pasiones respecto a la política. Cuando estalló la Guerra Civil yo tenía 13 años, y enseguida me puse del lado de los antifranquistas. Ahí empecé a entender la política, sin saber demasiado. En esa época hacíamos cosas como juntar el aluminio de las cajas de cigarrillos para enviar a a los republicanos que lo trituraban como pólvora.

P. Llegó en medio de la transición democrática.

R. Agosto de 1976. España fue como respirar aire puro, era una época de mucha esperanza. Luego todo se complica, porque entre los sueños y la manera de realizarlos la distancia es inconmensurable.

P. Se fue porque dirigía La Opinión, un periódico incómodo para la dictadura argentina.

R. Yo venía muy amenazado cuando llegamos a España y no me daba cuenta. Lo tomaba con frivolidad a pesar de que habían asesinado a varios periodistas del diario. Una noche detuvieron a Ariel y a su amigo, Alejo Stivel, con el que fundó después el grupo Tequila. Estuvieron varias horas en la comisaría y los tuvieron toda la noche. La frase que les dijeron me llenó de terror: “Salgan corriendo, porque si no se quedan acá para siempre”. En una época de tiros por la espalda, fue lo que nos hizo decidir irnos.

P. ¿Cómo fue dirigir el diario?

R. Me volvían loco. Fue terrible, porque no eran 80 periodistas: eran 80 militantes. Pero fue una experiencia que agradecí toda mi vida. En La Opinión pasaba algo que es imposible de pensar en los medios de hoy: escribían personas de todas las líneas.

P. ¿Cómo se publica un periódico bajo una dictadura?

R. Con muchos milagros. Nos hacían cosas horribles. Una vez, bajo el Gobierno de Lanusse [entre 1971 y 1973], empezamos a subir en ventas. Teníamos una alegría feroz. Nuestra venta regular era de unos 30.000 ejemplares. Y subió en semanas: 40.000, 45... 60. Mientras tanto, los quioscos se quejaban de que no llegaban sus pedidos. Ingenuamente, hice que se imprimiera más. Pasaron semanas hasta que nos llegaron todos los ejemplares de vuelta. No se habían distribuido. Fue una maniobra que nos costó un dineral.

P. Todavía publicaron durante unos años más...

R. Hubo que negociar. [Su fundador, el periodista]Jacobo Timerman quiso cerrarlo, pero votamos por negociar. Las condiciones del Gobierno eran claras: no escribir en contra del Ejército, no escribir en contra de Lanusse, y no fomentar la guerrilla. Se aceptó y fue la peor crisis del diario.

P. ¿Cómo ve el periodismo en este momento?

R. Ha perdido una cosa fundamental: la existencia del otro. El otro existe, tiene sus ideas, pero ahora es muy difícil discutir. El placer mínimo que consiste en reunirse, hablar, y estar en desacuerdo, se ha perdido.

P. ¿Se parece en algo este momento político?

R. Jamás en esos extremos, pero el mundo vive una derechización muy sólida. Hay un desencanto sobre la izquierda y el socialismo, que yo todavía defiendo como la mejor solución a los problemas de nuestro tiempo: distribución, un mundo más equitativo y que el Estado cumpla un papel regulador para distribuir los beneficios de la sociedad.

El mundo vive una derechización muy sólida. Hay un desencanto sobre la izquierda y el socialismo, que yo todavía defiendo como la mejor solución a los problemas de nuestro tiempo

P. ¿Se considera de izquierda?

R. Yo no me considero socialista, pero hay algo en la economía del marxismo que defiendo. La infraestructura económica es la que determina la superestructura ideológica. ¿Qué significa eso? Lo de siempre: que los medios de producción determinan la sociedad en que vivimos y su ideología.

P. Los postulados son simples, ¿por qué la izquierda ya no enamora?

R. Está perturbada. No sabe qué ofrecer. Pero hay un problema que va más allá: atravesamos un fenómeno definitivo del que ya no hablamos, que fue una plaga. La pandemia cambió nuestro modo de vida, acentuó el individualismo. La gente ya no quiere ver a otra gente. Tal vez es injusto lo que digo, porque lo digo desde los 97 años y la mayoría de la gente de mi generación ya no está y los jóvenes tal vez viven su vida a su manera.

P. ¿Ve muy diferente a esta juventud frente a la de su generación?

R. Hay algo que nos diferencia: mirando hacia atrás, en mi juventud, nosotros queríamos cambiar el mundo. Lo queríamos transformar en uno más equitativo. Algunos tenían métodos salvajes, otros mesurados, otros fantasiosos, pero queríamos cambiarlo. Lo que veo ahora es que no lo quieren cambiar, lo único que buscan es encontrar el sitio más favorable para cada uno de ellos en este mundo.

P. ¿Cuál es el mayor problema de eso?

R. No nos damos cuenta de que estamos en la más tormentosa de las revoluciones. El futuro es el mundo del conocimiento y el mundo de la inteligencia artificial. La revolución industrial tardó 250 años en alcanzar su nivel más alto, pero la revolución de la informática es cuestión de semanas, de meses. Todo puede cambiar en un par de años y no estamos preparados.

P. ¿Ha triunfado definitivamente el capitalismo?

R. No es el triunfo del capitalismo, vivimos el fracaso de los sueños.

P. ¿Ya no somos idealistas?

R. Pasó algo dramático y natural. Las ideologías, que formaban parte de mi juventud, se desgastaron y ya nadie cree en ellas. Mi generación tenía respuestas para todo. Ahora no tenemos preguntas. Es terrible. Los sueños de un mundo ideal ya no existen, nadie los sueña ya.

P. ¿Por qué?

R. Yo nací en 1926, nueve años después de la revolución que iba a cambiar al hombre. Entre 1917 a 1926 pasaron muchas cosas. Mussolini inventó el fascismo, en 1933 subió Hitler, y en 1936 estalló la Guerra Civil española. En 1939, empezó la II Guerra Mundial. Después de eso, hasta acá, no hubo un solo día en que no sonara un cañón.

P. ¿Le preocupa?

R. Yo ya tiré los calendarios. Ahora solo miro el reloj. Lo veo, y me digo: tengo dos minutos más de vida, ¡qué lindo!

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Sobre la firma

José Pablo Criales
Es corresponsal de EL PAÍS en Buenos Aires. Trabaja en el diario desde 2019, fue redactor en México y parte del equipo de la mesa digital de América. Es licenciado en Comunicación por la Universidad Austral y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS.

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