Nora Ephron está muy viva
Se cumplen cuatro décadas de la novela de venganza en la que la escritora neoyorquina narró su ruptura con el periodista Carl Bernstein. Su obra mantiene plena vigencia 11 años después de su fallecimiento
La promoción de los libros suele pasar hoy por las entrevistas a los autores, un género sobrecargado por la omnipresencia de los más prolíficos y que al mismo tiempo deja en segundo plano a los fallecidos. Injusticias del destino. Especialmente cuando sus obras les sobreviven, resucitan o se recuperan al margen del particular star system literario.
Y este es el caso de Nora Ephron, un personaje que aún crece y se multiplica entre las raíces de una modernidad occidental que contribuyó a construir y que sigue robusta pese a las acometidas de nuevas tendencias. Si estuviera viva todos pelearíamos por entrevistarla, por escucharla; llenaría foros y los llenaría de jóvenes. Pero no lo está. Ephron murió en 2012 a los 71 años, demasiado joven en la era en que podemos seguir amando a ancianos activos como Alice Munro (91), Ida Vitale (99), Margaret Atwood (83), Annie Ernaux (82) o Rafael Cadenas (93).
La periodista, guionista, directora y productora neoyorquina había fascinado a espectadores y lectores con películas de éxito como Cuando Harry encontró a Sally (1989) o Tienes un email (1998), productos de época, aquella época, que sin embargo mantienen la frescura de quienes supieron reflejar su tiempo. El ligoteo, el amor, el desamor, los celos, el adulterio, la inseguridad, la imperfección, las nuevas formas de comunicación y el despertar de la mujer americana tras décadas de ejercer de ama de casa generalmente frustrada fueron su hábitat, preludio del nuestro. El feminismo libraba sus grandes batallas y su obra respiraba esa hambre de liberación e igualdad que marcaba la época, pero también de inseguridad, de fracaso. Si Richard Yates o John Cheever habían reflejado las contradicciones del sueño americano, la era de esa clase media acomodada que emergía en los cincuenta y sesenta con tantas posibilidades económicas como frustraciones, Nora Ephron recogió el guante especialmente en los ochenta y pintó como nadie lo que venía después. Lo hizo en una simbiosis creativa entre películas, ensayos, artículos y novela que también habla de su tiempo, de una thermomix en la que cine, libros y prensa pueden convivir mientras generan delicatessen. Y de ahí venimos.
Se cumplen ahora 40 años de la publicación de Heartburn (traducida en España como Se acabó el pastel), la novela en la que apenas se molesta en camuflar el estallido de su relación con Carl Bernstein, uno de los dos periodistas del caso Watergate. Y la prensa estadounidense lo ha celebrado a lo grande. The Washington Post considera un clásico de la literatura de venganza, de despecho, ese libro que pronto se convirtió “en algo mucho más grande que la fina bagatela que parecía”. Ha tenido ediciones de conmemoración, que acompañan un revival de sus ensayos, siempre actuales, vigentes. Al estallar la pandemia, la revista Vogue lanzó la pregunta: “¿Cómo lo habría abordado Nora Ephron?”. Su espíritu sigue vivo, su estilo es añorado y sus postulados siguen en boca de muchos. Su mantra es el de sus seguidores: “Por encima de todo sé la heroína de tu vida, no la víctima”. Una máxima que también recoge en sus últimos libros.
En España se acaba de publicar No me gusta mi cuello, una especie de tratado vital de una sesentona algo anterior a No me acuerdo de nada (ambos en Libros del Asteroide), el relato cómico y al mismo tiempo realista y mordaz de una incipiente vejez que avanza comiéndose a trozos la belleza, la energía, la vida.
La comicidad como herramienta es su mayor lección. Su forma de decirnos desde la tumba que si ella, autora de éxito y retratista de generaciones de mujeres modernas y llenas de cuernos, amores rotos, alquileres imposibles, botes de cremas carísimas e ineficaces y todas las frustraciones que podemos amasar sin ser precisamente de Burkina Faso, si ella consigue burlarse, nosotras también podemos.
En el primero de estos libros, No me gusta mi cuello, Ephron hilvana las preocupaciones que conlleva hacerse mayor a partir de figuras aparentemente frívolas, intrascendentes, como el momento en que una empieza a estar rodeada de mujeres con jerséis de cuello alto. Se acabó la impunidad. El cuello arrugado, el biquini imposible, la lorza que nadie sabe de dónde salió y que te obliga a cambiar de armario, las cremas mágicas que seguimos comprando a precio de oro aunque vayan a acumularse junto a todas las anteriores que también fallaron… todo sirve a Ephron para hacer el catálogo perfecto del tiempo imperfecto que se le echa encima. Que se nos echa encima. No hay autoayuda posible, no hay engaños, no hay escapatoria más allá de la burla. Su mirada inteligente y autocrítica, su forma de hablar al lector de tú a tú y atraparle en sus propias debilidades es una sutilísima manera de narrar a lo grande desde lo pequeño; de servir su experiencia en bandeja como si nos hubiera tocado en la tómbola. “Me fascina ver que la vida jamás decepciona”, dirá en un momento. “No logro entender que alguien pueda escribir ficción cuando lo que ocurre en la vida real es tan asombroso”.
Así sabremos que, como becaria que fue de la Casa Blanca en tiempos de Kennedy, debió de ser la única a la que no tiró los tejos. El mítico presidente debió de oler su capacidad para la indiscreción además de desdeñar su horrible permanente. Su gran desamor se llamaba Bill y se apellidaba Clinton y a él le culpa de no dejar el terreno bien sembrado para Al Gore. Sabremos también que lo que hoy llamamos crianza con una dedicación insospechada a los hijos ―esas lactancias hasta que el niño te sabe quitar los botones, esa culpabilización que acaba en terapia, esa entrega para construir personalidades perfectas― se estrella sí o sí contra la adolescencia y la propia ley de vida: porque los hijos se volverán insoportables, fumarán marihuana, chocarán con nosotros, se irán y solo años después volverán a parecer algo decente.
El desparpajo y la velocidad que emplea Nora Ephron para relatar el ocaso de su vida en ese libro y ―acaso aún más― en No me acuerdo de nada son solo comparables al humor que nos regala y la honestidad al describir sus propios fracasos. La neoyorquina se arremanga para retratar su propio deterioro, la pérdida de la memoria, de los amigos, de los maridos y hasta de la capacidad para gustar y disfrutar al acercarse a la setentena. No hay tristeza, ni conmiseración al repasar su vida, solo la virtud de pegarse a la verdad, aunque nos deforme. Este libro corto, vital, gracioso y veraz fue el último. Y para muchos lectores, puede ser el primero.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.