Rabia contra un mundo averiado: el nuevo punk español grita basta
Bandas como Biznaga, Tensö, Sandré o La Élite recuperan el espíritu de The Clash o Eskorbuto actualizando las temáticas y llegando a un público intergeneracional que comparte problemas e inquietudes
El bajista salta, golpea con el mástil un micrófono, este cae al suelo y derrama un vaso de pinta de cerveza a los pies del cantante. El líquido empapa un enjambre de cables. Todo ocurre en cadena y en unos pocos segundos. Los músicos observan el peligroso desaguisado y deciden continuar. Cantan: “No se puede ser joven sin estar en conflicto… / Digitales chicos acelerados para el domingo / Seis meses de curro y seis de subsidio… / Los bolsillos rotos por el peso del vacío / Y en los ojos brillo pálido de antidepresivos”. El responsable de la sala, nervioso, se arrodilla e intenta secar con papel absorbente el charco de cerveza. La música continúa. Ruidosa, acelerada, excitante. Álvaro, el vocalista, canta con las venas del cuello a punto de estallar. Exhibe un orzuelo en el ojo derecho, lleva un aro plateado en cada oreja y un brazalete donde se lee: “Nadie”. Se descamisa: se ve un lobo tatuado en su pecho. La imagen es potente. Esboza con los labios un gesto de agresividad y escupe la letra de Contra mi generación: “A toda esa gente que duerme poco y mal / La precarizada y la aspiracional / A quien sube los índices de natalidad / Nacerán más idiotas, ¿no hay suficientes ya?”.
Dos guitarras, bajo y batería. La instrumentación clásica. Una pequeña tarima eleva al grupo solo un poco por encima del público. En realidad, todo parece un mismo escenario. La gente se empuja, sonríe, vocifera las letras, baila pogo. Estamos en una sala de Segovia, donde se faja ante 200 personas (todo vendido) el grupo madrileño Biznaga. Se trata de la banda puntera de una escena del punk español, que reclama su sitio con una fórmula musical inspirada en el 77 (The Clash, Sex Pistols, Ramones), con devoción por lo que ocurrió en España en los ochenta (Eskorbuto, La Polla Records, Parálisis Permanente), pero actualizando los mensajes con lo que ocurre en 2023. En un mundo lleno de averías donde quedarse de brazos cruzados no es una opción y cantar al desenfado y a la fiesta no les sale de las entrañas. Sus letras retratan a una generación rota que desde el orgullo describe un mundo en decadencia. El que tenemos.
Una semana después del concierto de Segovia, Álvaro García (voz y guitarra) y Jorge Navarro (bajo), ambos treintañeros malagueños que se conocieron en Madrid y formaron Biznaga, toman un vermú y una cerveza en un bar del centro de la capital. Son las 12 del mediodía. La formación se completa con Jorge Milky Vallarín (batería, 27 años) y Torete (guitarra, 19 años). “Se suponía que las generaciones posteriores a la Transición en un país avanzado y progresista íbamos a tener una vida digna. Pero hay ciertas promesas que nos hicieron y que no se están cumpliendo. A esa frustración le cantamos: a la falta de trabajo digno, al problema de acceder a una vivienda económica… Esto no es el Estado del bienestar que nos vendieron”, explica con tranquilidad Jorge, el letrista principal. Álvaro añade: “Muchos de los problemas que padece un joven de 20 años coinciden con los de una persona de 40 o 50. Es una problemática intergeneracional provocada por el neoliberalismo”. El grupo acuña el término “juventud abollada” para resumir el mensaje de sus letras, himnos coreables contenidos en su último disco, Bremen no existe, el cuarto de su carrera.
Biznaga reivindica a dos figuras que pueden resumir la hoja de ruta del grupo. Por el lado político, el anarcosindicalista catalán Salvador Seguí: ”Un tío que luchó por la jornada laboral de ocho horas, que aunó teoría y estuvo en la calle; más allá de los partidos oficiales, Seguí representa la política de la calle, los colectivos, las asociaciones y los sindicatos”. Y, en la vertiente musical, el líder de The Clash, Joe Strummer: “A nivel musical, no se cerraba, bebía de muchas fuentes. Y, como letrista, tenía una visión nada dogmática: hablaba de problemas y de asuntos políticos desde un punto de vista cotidiano, exponiendo las inquietudes de personajes de la calle”.
Aunque el grupo nació hace una década, Biznaga solo ha conseguido vivir de la música el último año. Además de su gira actual por salas, este verano presentarán su rabiosa propuesta por festivales. Es el referente de un movimiento punk que siempre se ha sentido cómodo en el underground, pero que ahora ve cómo algunos de sus grupos alcanzan mayor difusión. El contexto social tiene mucho que ver. Alicia Salcines luce una empinada cresta verde, piercings en la nariz y en la boca, una gargantilla de cuero y pinchos… Una estampa que parece sacada del club londinense The Roxy en 1976. Pero es madrileña y acaba de cumplir 19 años. Estudia un grado medio de Vídeo y Sonido y escucha básicamente punk. Le gustan Eskorbuto y los Ramones, pero también grupos españoles actuales como Tensö, Akelarre o CPU. “Escuchar punk es una forma de expresar mi libertad, me hace sentir que formo parte de algo y es una manera de rebelarme contra las ideas del capitalismo”, argumenta. Y añade: “No me considero anarquista. Me definiría como una republicana con ideas de izquierdas”.
El canario Servando Rocha (48 años) lleva años analizando los movimientos contraculturales, en especial el punk. Es escritor y dirige la editorial La Felguera, además de haber tocado la batería en media docena de bandas de punk. “Después de la pandemia estamos viviendo un momento de estancamiento y parón generalizados. Prima el discurso superficial y feliz de las grandes plataformas. Y creo que hay una gente sobre todo joven que está harta de ese buenismo. En ese contexto trascienden grupos como Biznaga”, argumenta Rocha. Un sentimiento que puede traducirse así: no sé exactamente lo que quiero, pero estoy contra muchas cosas del mundo de hoy. “Creo que ese es un buen punto de partida, que es donde estaban los Pistols. Ahora se exige a la gente joven que lo tenga claro, y los jóvenes no quieren ir por ese carril. El punk transmitió algo superimportante que ha resistido décadas y va a seguir resistiendo: no creas lo que te cuentan, no compres el mensaje de los que te dicen que no eres bueno en algo. Lo puedes hacer tú solo o con un puñado de amigos, y encima controlando tú. Eso es lo punk, lo hagas con guitarras o con ordenadores”, sentencia el escritor.
Tensö se formó en 2020 y está compuesto por tres chicos tinerfeños inadaptados de 20, 22 y 25 años. Se llaman Jo-C, Hernán y Mofeta. Su caso es gráfico de lo que está ocurriendo: jóvenes afectados por la situación pospandémica que apuestan por una vida de autogestión, ya sea en la consecución de una vivienda o en la celebración de festivales musicales. Habla Jo-C, el batería: “Estábamos pasando una mala etapa que se acrecentó con la pandemia: jóvenes con el típico discurso de derrotismo y todo el día tirados en el sofá con el móvil. Hay mucha gente así, afectados por depresión y ansiedad. Y nosotros dijimos basta y montamos el grupo. Se trata de salir de esa espiral y apostar por algo, ya sea música, fotografía, vídeo o salir a la calle con pintas, lo que sea con tal de no quedarte en casa”. Así ficharon al bajista del grupo, Mofeta: les gustó su aspecto físico y le entraron. Que no tocara ningún instrumento no fue un impedimento. En un mes se aprendió con el bajo el repertorio y a continuación se fueron de gira. “Somos anarquistas, pero sobre todo somos punk. Porque también hemos visto mucha ley en algunos ambientes anarquistas. Apostamos por la autogestión, los centros sociales, las casas okupas, por crear cultura, apoyarnos los unos a los nosotros. No necesitamos un sistema: nos sabemos cuidar nosotros mismos”.
Jo-C trabajaba en producción de vídeo y Hernán, el cantante y guitarrista, de electricista. Lo han dejado por el grupo, que ha publicado su primer disco, La generación cristal, con temas como Te eliminarán, donde cantan: “Hoy me desperté odiando al mundo un poco más. / Me empiezo a dar cuenta de que no me puedo integrar. / El sistema está creado para agotar y destruir”. Les gustan bandas punk españolas de los ochenta, pero se desmarcan de los hábitos que llevaron a algunos a la desaparición. “No nos drogamos. Eso es lo que quiere el sistema, que nos autodestruyamos. No vamos a darles ese gusto”, sentencia el batería.
Una de las peculiaridades de la escena es su carácter intergeneracional. Y ahí la barcelonesa Yvette Redondo supone un punto clave. Tiene 42 años y fundó un sello discográfico en 2016, Cuerdas Fuera Records, para publicar a bandas de punk integradas la mayoría por jóvenes. “Me gusta ejercer de cazatalentos. Yo les edito el primer single y luego se marchan a sellos más grandes”, explica. Yvette tiene un empleo como trabajadora social y luego vuelca su pasión en la música, sin ganar dinero, ayudando a grupos. Monta conciertos, festivales, ejerce de asesora, pinchadiscos. Hasta acoge a las bandas en su casa (han llegado a dormir 11 en su piso barcelonés) y les prepara la cena. “Ellos me dan a mí tanto como yo a ellos”, señala. “Existe una explosión poscovid. Chicos y chicas montando bandas con mensajes más de queja emocional y no tanto política. Hablan de hartazgo, de la salud mental… Y eso llega al público joven, que tiene las mismas inquietudes”. Yvette considera que la escena no tiene epicentros geográficos (“Valencia, Murcia, Barcelona, Santander, Sevilla… existen muchas zonas donde proliferan las bandas de punk”). Nombra a grupos como Prison Affair, Finale, Los Yolos o Sistema de Entretenimiento, reclama apoyar a las salas con capacidad para 100 o 200 personas y no para de reivindicar la autogestión y el apoyo entre colectivos para vivir al margen del circuito comercial.
El fotógrafo Jesús Umbría Brito lleva un año visitando pequeñas salas y dejando constancia del movimiento con unos retratos que se pueden ver en su Instagram. “Veo en los conciertos a gente muy joven en escenas como el punk o el garaje. En lugar de estar reivindicado el trap o el reguetón, te mencionan a grupos como La Banda Trapera del Río, Eddie and The Hot Rods, Dr. Feelgood o Eskorbuto. Eso forma parte de lo que yo retrato y es lo que quiero documentar”, explica. Una de las luchas de estas bandas es lo que ellos llaman “la represión en entornos gentrificados”, o desalojos de casas okupas. Son frecuentes los conciertos y festivales con el objetivo de recaudar fondos para pagar mulas impuestas por okupación.
Seguramente el gran punto de inflexión de estas bandas llega cuando su música comienza a trascender. Entonces, surge la pregunta: ¿queremos vivir de esto a costa de estar en un sistema que detestamos? Algunos de los que se citan en el reportaje responden que, al menos de momento, no, que prefieren mantenerse puros. Otros han dado el paso. “La escena de punk autogestionado lleva mucho tiempo y nunca morirá. Nosotros hemos estado ahí, tocando en casas okupas y participando de todo eso. Pero la primera vez que fuimos a un festival tuvimos un debate: ¿queremos formar parte de esto, del sistema? Hemos tenido un proceso de aprendizaje y al final hemos tirado por el camino de vivir de la música. Pero no era un objetivo que tuviéramos en la cabeza. Ni de coña. Nos lo hemos encontrado por el camino”, explica Biznaga. ¿Se puede ser antisistema estando dentro, teniendo en cuenta que Spotify o los festivales son sistema? Ese es el gran dilema contracultural que estas bandas se siguen planteando y cada una lo afronta a su manera e intentando no renunciar a sus valores.
Otra de las novedades de esta escena con respecto a la de los ochenta es la presencia de mujeres, escasa antes y abundante hoy. Bandas como Haren (Murcia), Sandré (Barcelona), Akelarre (Tenerife), La Culpa (Valencia), Accidente (Madrid) o Viuda (Gijón) tienen chicas en sus formaciones. En Sandré canta Rosa Pagés y toca el bajo Stefania Lusini. “Me siento respetada en general. Aparte de algún gilipollas aislado que te trata de tonta por ser mujer o que se intenta pasar contigo desde una posición de semipoder, no me ha ocurrido ningún episodio jodido, o nada con lo que no me encuentre en mi día a día”, cuenta Rosa.
Las letras de Sandré muestran una queja casi persistente, pero en muchas ocasiones con un punto de ironía y desde un posicionamiento femenino. En No, cantan: “No tengo tiempo de cocinar, no tengo tiempo para cuidarte, no tengo tiempo para tus amigos, no tengo tiempo para cuidarme, no tengo tiempo para tener hijos, no tengo tiempo para vacaciones…”. Un minuto y 16 segundos de hastío existencial con la vida moderna. Sandré es la demostración de la actitud punk en concierto: una explosión eléctrica donde Rosa, la cantante, siempre se lanza al público para recorrer la sala en volandas. Sudor, contacto, energía, velocidad. “Quedamos para hacer ruido, tomarnos unas birras y quejarnos de las cosas que nos molestan. Queremos que suene catártico para nosotras y para el público. Nos gusta tomarnos las cosas en serio, pero reírnos de nosotras y quitarle hierro. Se trata de acabar el concierto con una sonrisa”, señala Stefania, la bajista.
La provocación forma parte inherente del discurso punk desde mediados de los setenta y se ha conservado hasta hoy. Para demostrarlo, acudimos a La Élite, un dúo (ambos 24 años) de Tàrrega (Lleida) que ha titulado su primer disco Nuevo punk. Les preguntes sobre lo que les preguntes, disparan a matar: “Nosotros solo queremos cagarnos en todo. Si de verdad el mundo se va a la mierda, pues nosotros también, pero por ahora intentamos pasárnoslo de puta madre”; “reconocemos la influencia de Eskorbuto y Cicatriz, pero con La Polla Records no te lo sabemos decir… porque no aguantamos más de cinco segundos escuchando la voz de ese señor anciano. Y no es nada personal”; “no llevamos ni bajo ni guitarra ni batería porque pesan mucho, aparte de que suelen ser los tipos que hablan más y es bastante molesto, ya que nosotros no hablamos nada. Aparte, se las dan de guais y son todos unos mierdas. Si algún día tenemos será solo para robarles la cartera y, aun así, es imposible porque no compensa, la tecnología MiDI no habla y no se equivoca nunca”.
De regreso al concierto de Biznaga en Segovia. Después de una hora de airada música, el grupo se desprende de las camisas sudadas y se las cambia por unas secas en un improvisado camerino que en realidad es un almacén. Mientras, varios espectadores han salido a fumar a la calle. Andrés, de 50 años, no puede contener la emoción: “Yo tuve un grupo punk en los ochenta, de aficionados. Estos chicos me hacen recordar aquellos tiempos de pelea contra todo. Escucharlos me quita una pila de años”. A su lado, un aficionado veinteañero asiente y sonríe.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.