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El cine, en la diana de la violencia política

La ultraderecha lideró durante el tardofranquismo y la Transición los ataques a las salas de exhibición en España, reivindicando el 64% de los atentados

Secuencia de tortura a un preso de 'El crimen de Cuenca', de Pilar Miró, una de las películas más atacadas por los ultras en la Transición.
Secuencia de tortura a un preso de 'El crimen de Cuenca', de Pilar Miró, una de las películas más atacadas por los ultras en la Transición.
Luis R. Aizpeolea

El cine, por su capacidad de influencia social, fue objetivo preferente de la intolerancia política en España, especialmente en el tardofranquismo y en la Transición. Las salas de exhibición de las películas demonizadas se convirtieron en campo para sus ataques con el lanzamiento de variados artefactos explosivos. Los cines españoles registraron 73 ataques violentos, el 57,55% entre 1974 y 1980. Su inmensa mayoría, el 64,39%, los reivindicó la extrema derecha. ETA protagonizó el 28,77% y la extrema izquierda el 5,48%.

Las más afectadas fueron las salas de Euskadi y Madrid, seguidas de Cataluña, Castilla y León y Comunidad Valenciana. Películas españolas —como La prima Angélica, de Carlos Saura; Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino; El crimen de Cuenca, de Pilar Miró, y El caso Almería, de Pedro Costa— fueron presa preferente de los ataques ultras. Son algunas conclusiones de la investigación académica de los historiadores Elena Blázquez, Juan Francisco López y el investigador jefe del Memorial de Víctimas del Terrorismo, Gaizka Fernández, recogidas en El cine en el punto de mira. La violencia política contra las salas de cine en España (1966-1992).

El primer atentado fue en 1966 en el cine Urgel de Barcelona con el lanzamiento de un artefacto casero, que provocó la suspensión de la película El barco de los locos, de Stanley Kramer. Fue una represalia, según sus autores, porque la película denunciaba el nazismo y el antisemitismo. Ese año nacieron Fuerza Nueva y Cedade (Círculo Español de Amigos de Europa), que, además de atacar al antifranquismo, reprochaban al Gobierno franquista, influido por los tecnócratas del Opus, el debilitamiento del nacionalcatolicismo.

Tres años después surgió el Pens (Partido Español Nacional Sindicalista), que defendía abiertamente la violencia para alcanzar un Estado fascista, y reivindicaría muchos atentados del tardofranquismo y la Transición. Los investigadores consideran que los indultos que Franco firmó por los seis etarras condenados a muerte por el Proceso de Burgos de 1970 fueron, para los ultras, una prueba decisiva del debilitamiento del régimen. Tras ello, se coordinaron y multiplicaron su violencia contra los movimientos sociales y culturales, como el cine, por su capacidad de difusión y la facilidad de atacar las salas de exhibición, añaden los investigadores.

Su primera actuación, en esta nueva etapa, fue en un cine de Mataró en 1972. Ocho individuos robaron dos proyectores y varias cintas para localizar, fallidamente, El gran dictador de Charles Chaplin, prohibida en España. Semanas después atacaron con un coctel molotov el cine Lisboa de Madrid y un cine de Palencia, que exhibían el documental Hitler, los últimos diez días con imágenes del Holocausto.

Imagen de 'El gran dictador', de Charles Chaplin.
Imagen de 'El gran dictador', de Charles Chaplin.

En 1974, el Pens destruyó con una bomba incendiaria el cine Balmes de Barcelona. Exhibía La prima Angélica, de Carlos Saura, que inauguraba en España la visión de la Guerra Civil desde el ángulo de los perdedores. El cine Amaya, que la exhibió en Madrid, fue objeto de sucesivas agresiones y del robo de varios metros de dicha película. Blas Piñar, líder de Fuerza Nueva, lo justificó porque “ofendía el 18 de julio”. En esas fechas, el Pens atacó la revista El ciervo y la Gran Enciclopedia Catalana en Barcelona y las librerías valencianas Pueblo y Tres i Quatre.

Jesucristo superstar, de Norman Jewison, calificada por Blas Piñar de “engendro satánico” por su visión de la figura de Jesucristo, tuvo que esperar meses hasta su estreno en España en febrero de 1975 en el cine madrileño Palafox. Ese día, un grupo numeroso, incluidos 15 curas, se concentraron ante el cine rezando el rosario.

Fallecido el dictador e iniciada la Transición, los grupos ultras intentaron revertirla con un aumento de sus ataques. En 1976 se contabilizaron 156 ataques a entidades culturales, incluidos los cines. El primero de la muestra que ofrecen los investigadores fue la sala Martí, de Valencia, atacada con dinamita por la proyección de El gran dictador, de Chaplin. Sufrió incidentes el cine Conde-Duque de Madrid por la proyección de Canciones para después de una guerra, de Basilio Martín Patino, que combinaba música de época con imágenes de posguerra de gran impacto, y fue retirada del cine en Málaga por sus continuas amenazas. Caudillo, también de Patino, proyectada dos años después, fue suspendida tras ser atacada en un cine de Torrevieja. El cine Luchana, de Madrid, sufrió dos ataques por proyectar Camada negra, de Manuel Gutiérrez Aragón. El cine Goya de Alcoy (Alicante) fue atacado con una bomba por proyectar La vida portentosa del Padre Vicente, una parodia de San Vicente Ferrer. También cabe reseñar los incidentes en el Festival de Cine de Valladolid en 1978 y en el Minicine-2 de Madrid por la exhibición de La vieja memoria de Jaime Camino.

La Guardia de Hierro, integrada por miembros juveniles de Fuerza Nueva, protagonizó numerosos ataques en cines madrileños donde proyectaban Operación Ogro, de Gillo Pontecorvo, sobre el asesinato de Carrero Blanco; La muchacha de las bragas de oro, de Vicente Aranda, basada en la novela homónima de Vázquez Montalbán, y El crimen de Cuenca, de Pilar Miró. Fuera de Madrid, el Frente de Juventudes atacó el cine Cervantes de Valladolid, que proyectaba El proceso de Burgos, de Imanol Uribe, mientras el documental Pasionaria fue retirado de los cines de Oviedo y Gijón por amenazas.

Ataques de extrema izquierda

El canto del cisne de los ataques ultras lo marcó El caso Almería, de Pedro Costa, exhibida en 1984, que narraba un hecho reciente: las torturas y asesinato de tres jóvenes confundidos como etarras por la Guardia Civil. Las amenazas demoraron su estreno en Madrid. Finalmente, lo hizo el Benlliure y la policía protegió las salas de exhibición por la proliferación de ataques.

Victoria Abril en 'La muchacha de las bragas de oro', de Vicente Aranda.
Victoria Abril en 'La muchacha de las bragas de oro', de Vicente Aranda.

Los ataques ultras a entidades culturales como el cine empezaron a decaer en 1978 y en 1982 fueron 30 frente a los 307 del bienio 1976-77. Fue decisiva la actitud de la policía. En el tardofranquismo dejó hacer a los ultras, pero fue comprometiéndose a medida que se consolidaba la democracia. En 1977 solo fueron resueltos el 3% de los atentados. En 1978 subieron al 9%; 54 % en 1979; 83% en 1980. En 1982 se disolvió Fuerza Nueva.

ETA, aunque en mucho menor porcentaje, atacó salas de cine. En 1970 dirigió varios asaltos con bomba al cine Aloña de Oñate (Gipuzkoa) porque su titular era un exalcalde franquista y en 1972 intentó boicotear Los encuentros de Pamplona de artistas vascos por ser “maniobra alienante”. Pero sus principales ataques fueron contra salas que exhibían cine porno, una coincidencia con la ultraderecha. También militantes de ETA interrumpieron la proyección de películas para leer manifiestos, especialmente en 1978, en su campaña contra la Constitución. En 1986, militantes de ETA se llevaron bobinas de la película El inspector Lavardin, de Claude Chabrol, en protesta por la colaboración policial hispano-francesa.

Los ataques de la extrema izquierda fueron mínimos, 5,48 %. Los más reseñables fueron el lanzamiento de objetos en la proyección de Boinas verdes, que exaltaba la intervención norteamericana en Vietnam, en el cine Cerdanyola de Mataró y el lanzamiento de un cóctel molotov al cine Alcázar de Córdoba tras anunciar un mitin de Blas Piñar.

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