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Annie Ernaux: Nobel aclamada, intelectual discutida

Las críticas a las ideas políticas de la escritora francesa, que este sábado recibirá el premio en Estocolmo, y su posición sobre Israel conviven con la casi unánime valoración literaria

Annie Ernaux, este miércoles durante su discurso de recepción del Nobel en Estocolmo. Foto: FREDRIK PERSSON (EFE) | Vídeo: EPV
Marc Bassets

Parecía que la concesión del Nobel de Literatura a la francesa Annie Ernaux despertaba una rara unanimidad sobre sus cualidades como escritora y el valor de su obra. La celebraron las feministas y la izquierda, pero, más allá de la identificación política o social, los amantes de la buena literatura eran conscientes de que una autora mayor, alguien que había inventado un nuevo modo de ver y de contar, recibía un premio merecido.

Pero la unanimidad sobre Ernaux, que el miércoles leyó en Estocolmo el discurso de aceptación y el sábado participará en la ceremonia de entrega del premio, es menos sólida de lo que parecía. Los reproches apuntan no a su obra, sino a sus opiniones políticas: a la intelectual. Donde primero se escucharon fue en Alemania. Por motivos históricos obvios, en este país las alarmas se encienden enseguida ante las críticas a Israel que puedan juzgarse excesivas. Y la autora de El lugar y Los años nunca ha escondido su posición en este asunto. Ha firmado manifiestos en contra de la celebración de unas jornadas culturales Israel-Francia y en contra del festival de Eurovisión en Israel. El movimiento BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones) que promueve el boicoteo a Israel por la ocupación de territorio palestino, declarado antisemita por el Parlamento alemán, la felicitó efusivamente por el premio.

“La concesión del Premio Nobel de Literatura a Annie Ernaux supone un revés para la lucha mundial contra el antisemitismo y la fobia a un grupo humano”, declaró Josef Schuster, presidente del Consejo Central de los Judíos en Alemania. El diario sensacionalista Bild, en un artículo titulado ‘El lado oscuro de la ganadora del Premio Nobel’, la describió como “una convencida seguidora del movimiento antisemita BDS que quiere destruir el Estado israelí por medio de boicoteos y sanciones”.

La prensa seria ha sido más matizada, pero la polémica demuestra que la recepción de un Nobel va por barrios o por países. En Francia, con excepciones, el anuncio del premio en octubre suscitó una mezcla de orgullo nacional y de izquierdas. En España y otros países la celebración fue en gran parte en clave feminista y generacional (“las veinteañeras intensas”, como se leía en un irónico titular de este diario). En Alemania o en Israel la lectura fue distinta.

Annie Ernaux, el miércoles tras firmar libros en una librería de Estocolmo.
Annie Ernaux, el miércoles tras firmar libros en una librería de Estocolmo. Tim Aro (EFE)

La polémica demuestra también que no hay Nobel neutro. Ernaux tampoco es Peter Handke, que recibió el Nobel en 2019 entre protestas por su defensa de Serbia durante las guerras balcánicas de los años 90, aunque ambos comparten una escritura desnuda que busca captar el mundo tal como es, sin artificios. Ernaux, al contrario que Handke, no ha dedicado parte de su obra a Israel y Palestina, como Handke ha hecho con Serbia y los Balcanes, ni ha ido a visitar a prisión a un dirigente juzgado por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio, como Handke con Milosevic, ni ha leído un discurso en el entierro de nadie parecido.

Y, sin embargo, Ernaux es, como Handke, una autora que nunca ha rehuido la polémica, y que en sus opiniones lo último que le preocupa es quedar bien o no ofender. En entrevistas, artículos y diarios ha opinado de todo. Del velo islámico: “Querer entender el sentido y la práctica del hiyab aquí y ahora (...) es reconocer en la que elige llevarlo la reivindicación visible de una identidad, el orgullo de los humillados”. De la violencia de los chalecos amarillos: “Es una violencia real que responde a una violencia simbólica”. De lo divino y lo humano. En resumen, lo que suelen hacer los intelectuales: tienen sus obras, que pueden ser excelsas, y después están sus opiniones, falibles y abiertas a discusión.

“Es una escritora fantástica”, dice, en un café parisino, el novelista y crítico Pierre Assouline, que ha aplaudido sin ambages el Nobel. “Al mismo tiempo, la ciudadana Annie Ernaux, en cuanto toma posiciones políticas, abdica de toda la inteligencia crítica, de toda la sensibilidad, de toda la delicadeza de juicio que sabe desplegar en su trabajo”. Assouline alude a su adhesión al político euroescéptico y anticapitalista Jean-Luc Mélenchon y a los chalecos amarillos, o su defensa del boicoteo a Israel.

De todo esto Assouline habló unos días antes, el 26 de noviembre, con la periodista de Le Monde Raphaëlle Leyris y el filósofo conservador Alain Finkielkraut en Répliques, el programa de radio de Finkielkraut en la emisora pública France Culture. En la primera parte del programa, comentaron y elogiaron la obra de la escritora. En la segunda, Finkielkraut y Assouline cuestionaron sus posiciones políticas, lo que indignó a algunos admiradores de la autora.

Annie Ernaux, junto a Jean-Luc Mélenchon, en la manifestación en París el 16 de octubre contra el presidente Macron.
Annie Ernaux, junto a Jean-Luc Mélenchon, en la manifestación en París el 16 de octubre contra el presidente Macron. MOHAMMED BADRA (EFE)

“Es la extrema izquierda, pero hay algo obsesivo que da a pensar”, dijo Finkielkraut en el programa tras enumerar varios episodios de crítica a Israel. Assouline afirmó que, para entender las posiciones de Ernaux, quizá habría que regresar al establecimiento que regentaban los padres de Ernaux, y donde ella creció, en un pueblo de Normandía: “Habría que volver al café-colmado de Yvetot y preguntarse qué tipo de conversaciones había en este café en los años cincuenta. Hay un fondo racista ahí que pide ser explorado”.

“¿Ha enloquecido France Culture?”, se pregunta en su última crónica en Libération el crítico de medios Daniel Schneidermann, dedicada a Finkielkraut y Assouline. Schneidermann también critica al escritor Marc Weitzmann por decir, en su programa en la misma emisora: “El premio Nobel a Annie Ernaux, escritora de la identidad fija, social y sexual, a partir de la cual interpreta el mundo, también es el no-Nobel a Salman Rushdie, escritor del cosmopolitismo y de la identidad, pues, cambiante”. Rushdie, habitual nobelable y condenado por una fetua del imán Jomeini en 1989 tras publicar Los versos satánicos, fue apuñalado este verano y ha perdido la vista en un ojo y la movilidad en una mano.

La socióloga de la literatura Gisèle Sapiro, en un artículo en la publicación En attendant Nadeau, en referencia a Finkielkraut y Assouline, sostiene que ambos “se libraron a una denuncia pública que deformaba el sentido de las palabras [de Ernaux] y sus compromisos”. Y denuncia “la amalgama frecuente entre antisemitismo y la crítica legítima al Gobierno israelí por los territorios ocupados”.

En su Conferencia Nobel, el miércoles, Ernaux parecía consciente de todo este debate al abordar la política. Acusada de defender el velo islámico en Francia, mencionó a las mujeres iraníes que se quitan el velo y “se levantan contra la forma más violenta y más arcaica” del poder masculino. Próxima a Mélenchon, un político al que se ha reprochado su complacencia con la Rusia de Vladímir Putin, denunció “la violencia de una guerra imperialista dirigida por el dictador al frente de Rusia”. Israel no figuró en el discurso.

“No confundo esta acción política de la escritura literaria, sujeta a la recepción del lector o la lectora, con las posiciones que me siento obligada a adoptar en relación con los acontecimientos, los conflictos y las ideas”, resumió. O, como ha escrito el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung a propósito de sus posiciones sobre Israel: “No hay ninguna razón para edulcorar la crítica de Israel que hace Annie Ernaux: sobre esto hay que discutir. Pero tampoco hay ninguna razón para, con esto, desacreditar su creación literaria: en esto debería haber unanimidad”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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