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William Klein
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fotógrafo William Klein, un rebelde en la ciudad

El artista fue uno de los grandes iconoclastas de la fotografía americana de la posguerra. También pintor, cineasta y diseñador, murió en París a los 96 años dejando tras sí una obra osada, tan viva como radical

William Klein en una exposición de su obra en Barcelona en marzo de 2020.
William Klein en una exposición de su obra en Barcelona en marzo de 2020.Cristobal Castro

“Qué le den a las galerías. Qué les den a los coleccionistas. Ese no es tu problema, tu problema es ser parte de la ciudad”, aconsejaba Fernand Léger en su taller de París a un aprendiz, William Klein (Nueva York, 1928 – París, 2022). Corría 1948 y el joven, y también díscolo, norteamericano quería ser pintor. Sin embargo, tardaría menos de una década en mostrar al mundo que era capaz de atrapar la energía de cualquier metrópolis con su mirada a través de una lente. En su impronta, cruda, granulada y en blanco y negro, quedaba recogida la vibrante energía y el movimiento de la ciudad. Una fotografía que respondía a la vitalidad del autor al tiempo que echaba por tierra cualquier tipo de servidumbre. Solía decir que su primera cámara la ganó en una partida de póker. De esta suerte, desde que a principios de los 60 irrumpió de lleno en el medio fotográfico, dejaría muy claro que su arte no admitía normas, tampoco encasillamientos. Había aprendido que la fotografía no rinde pleitesía, mucho menos a la realidad. Confunde tanto como fascina, revela tanto como esconde, su naturaleza, como fue la del propio artista, es tan poderosa que se sostiene por sí sola.

Primero tomó Nueva York. Luego tomó Roma, luego vendrían Tokio y Moscú. Sin embargo, hasta que en 1956 se publicó Life Is Good & Good For You in New York: Trance Witness Revel, nadie hubiese aventurado que el desaliñado submundo urbano, en el esplendor de su sordidez, iba a dar forma a uno de los fotolibros más referenciados de las siguientes décadas. “Explotó con la pureza vulgar de un titular sensacionalista”, escribía el crítico Arthur Lubow. La publicación no guardaba parecido con ninguno de sus precedentes.

Poseedor de uno de los instintos fotográficos más agudos de su tiempo, Klein cortaba sin reparos sus encuadres y variaba el tamaño de las fotografías subordinadas a un ritmo tan libre de constricciones como el de un músico de jazz. En Nueva York no pudo encontrar un editor (el monográfico se publicó en Francia, su título dadaísta quedaría reducido a Nueva York, 1954-1955) pero sí encontró patrón. Por aquel entonces Alexander Liberman, el legendario director de arte de la revista Vogue y fotógrafo, ya había captado el talento del iconoclasta del autor en sus primeras obras abstractas. Si bien la claridad y la simplificación definían el estilo de Irving Penn y el de Richard Avedon, -fichado por la competencia, Harper´s Baazar-, Klein conseguiría subvertir y agitar la fotografía de moda experimentando mediante el uso del flash, los teleobjetivos y gran angulares, reencuadrando y enfatizando los contrastes en el cuarto oscuro. Como a Avedon, le gustaba sacar a sus modelos del estudio. En la calle estaba su dominio. Al igual que Liberman, y también Picasso, detestaba el término “buen gusto”. Con gran habilidad aunaba la inquietud de la vanguardia con las exigencias comerciales de la fotografía de moda, la sofisticación europea con el pragmatismo americano. Mientras, a través de su fascinación por la tipografía, por el tosco y más pedestre lado de la calle se anticipaba a la cultura pop.

Nunca negó su desinterés por el mundo de la moda, más allá que como una fuente de ingresos, de ahí la extravagante y sarcástica Qui êtes- vous? Polly Maggoo (1966), su primer largometraje de ficción. Por entonces ya había trabajado como asistente para Federico Fellini en Las noches de Cabiria, publicado los monográficos Roma (1958), Moscú (1964) y Tokio (1964) y abandonado Vogue. Su primera incursión experimental en el cine fue Broadway by Light (1958), donde los innumerables luminosos carteles de neón crean una hipnotizante y dinámica abstracción. De ella diría Orson Welles: “fue la primera película que he visto en la que el color era absolutamente necesario”. Más tarde llegarían aquellas donde exploró la cultura negra. Sus protagonistas incluyen a Muhammad Ali, al líder de las Panteras negras, Eldrige Cleaver y Little Richard el legendario ‘arquitecto’ del rock & roll, y otras muchas como Mr Freedom, la sátira antimperialista, prohibida en Francia durante los disturbios de mayo del 68. “Posiblemente la película más antiamericana jamás realizada, pero sólo un estadounidense [...] podría haberla hecho”, como escribía el crítico Jonathan Rosembaum.

Klein regresó a la fotografía en 1980. En su totalidad su obra nos recuerda que en cualquiera de sus manifestaciones el arte es solo el producto de una particular visión. Para alcanzarla Klein se lanzaba a la vida con el instinto y la honestidad del outsider que siempre quiso ser. El teatro de la calle, de la existencia, salpicaba sus abarrotados encuadres. “La cámara no era tanto una barrera de cristal como una compuerta”, escribe David Campany, comisario de la retrospectiva que recientemente le dedicó el International Centre of Photography, en Nueva York. “Una gran foto de Klein es una maravilla arrebatada a una organización formal, pero nunca permite a uno olvidar que se trata de un encuentro físico. De un beso o de una bofetada. En el mejor de los casos, de los dos”.

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