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Cuando el teatro es XXL: ¿quién teme una obra de 13 horas?

El Festival de Aviñón presenta dos funciones de más de 10 horas de duración que reivindican la experiencia en vivo de las artes escénicas frente al auge imparable de las pantallas y la virtualidad

El actor Bertrand de Roffignac, protagonista de 'Ma jeunesse exaltée', en el Festival de Aviñón.
El actor Bertrand de Roffignac, protagonista de 'Ma jeunesse exaltée', en el Festival de Aviñón.Christophe Raynaud de Lage / Festival d'Avignon
Álex Vicente

Cuando los griegos inventaron el teatro, las obras se representaban desde el amanecer hasta que caía la noche. En el teatro nō, que se desarrolló en Japón a partir del siglo XIV, los dramas líricos duraban un mínimo de cuatro o cinco horas, durante las que se alternaban teatro, canto y danza. La nueva edición del Festival de Aviñón, que se celebra en la ciudad provenzal hasta el 27 de julio, se inscribe en esa tradición histórica con un par de obras de duraciones descomunales. La primera es Ma jeunesse exaltée (Mi juventud exaltada), del francés Olivier Py, que concluye con esta función, de 10 horas en total, su mandato como director artístico de este certamen, cargo que asumió en 2014. La segunda es una obra de Simon Falguières, convertido a sus 33 años es uno de los nombres pujantes de la escena francesa, que dirige Le nid des cendres (Nido de cenizas), una representación de 13 horas, 60 personajes y 200 cambios de vestuario.

Los dos parten de arquetipos teatrales para trasladarlos a la realidad del presente. Py narra las desventuras de un arlequín, personaje que ha atravesado cinco siglos en el teatro europeo, convertido aquí en un repartidor de comida a domicilio que se enfrenta a las últimas ramificaciones del capitalismo. El director teatral se inspiró en las representaciones que hizo Picasso de ese rol inventado por la commedia dell’arte, al que el pintor consideraba, igual que Py, “la quintaesencia de lo que es un artista”, por el combate permanente contra el orden social que escondían sus aparentes bufonadas. “Este tipo de obras solo se puede representar en Aviñón. Aquí el espectador está más disponible, más concentrado para vivir estas aventuras”, afirma el director. “No se vive la misma catarsis con una obra de una hora que con una de cinco o seis. En el segundo caso, se instaura un vínculo con el público que no tiene nada que ver con el consumo e incluso con la idea de espectáculo”.

Olivier Py: “No se vive la misma catarsis con una obra de una hora y con una de seis. En el segundo caso, desaparece la idea de consumo e incluso de espectáculo”

Por su parte, Falguières dirige una obra-río pensada como “una declaración de amor al teatro”, llena de guiños a Homero, Molière o los hermanos Grimm, formada por siete capítulos en los que llevaba ocho años trabajando. En esta larga pieza de 13 horas, un personaje pretérito, la princesa Anne, y otro perteneciente al presente, el actor Gabriel, tratan de encontrarse a medio camino entre pasado y presente para salvar sus mundos respectivos. El director se inspiró en los folletines del siglo XIX y en el lenguaje de las series para encontrar un formato accesible, fundamentado en el relato, y que a la vez le permitiera contar con el tiempo suficiente para profundizar en sus protagonistas. “La larga duración acaba llevando hacia una especie de trance, tanto a los actores como al público. Sucede algo que nos trasciende en el sentido poético. A veces, uno tiene la sensación de estar en un sueño”, afirma Falguières.

Una escena de 'Le nid de cendres', del director Simon Falguières, en Aviñón. La función dura 13 horas en total.
Una escena de 'Le nid de cendres', del director Simon Falguières, en Aviñón. La función dura 13 horas en total.Christophe Raynaud de Lage / Festival d'Avignon

Para Py, el teatro no es la única disciplina artística capaz de hacer funcionar estos relatos largos. Para demostrarlo, ahí están las obras literarias de millares de páginas o el llamado binge watching, la ingesta desmedida de episodios, tan de moda desde que el consumo de series televisivas se convirtió en poco menos que una droga. “La diferencia es que aquí no estamos solos en nuestras casas o delante de una pantalla, sino en una sala oscura llena de desconocidos y lejos de nuestro hogar. Es una experiencia de otro orden. En los próximos años se va a producir una lucha entre el mundo virtual y la vida teatral”, pronostica el director.

Simon Falguières: “Con las obras de larga duración, sucede algo que nos trasciende en el sentido poético. A veces, uno tiene la sensación de estar en un sueño”

En ese sentido, la duración descomunal de estas obras puede ser entendida casi como un gesto militante. “Es una manera de confiar en la inteligencia del público, que ya no quiere consumir solo productos prefabricados”, concluye Py, que a largo de su mandato como director artístico ha tratado de dotar a este festival de una pátina política. “Hemos defendido a los migrantes, el feminismo, los derechos LGTBI. Hemos rejuvenecido el público y hemos demostrado que este no es un festival elitista para un puñado de entendidos. Hoy tenemos a un disidente de Putin, Kirill Serébrennikov, en el Palacio de los Papas. La fuerza política del festival es cada vez más importante”, asegura su director saliente, que en 2023 será sustituido por el portugués Tiago Rodrigues.

Duraciones épicas

En la historia del Festival de Aviñón, las duraciones épicas no han sido tan excepcionales como cabría esperar. En 1985, el recién fallecido Peter Brook abrió la veda con Mahabharata, la gran epopeya hindú que convirtió en un montaje de nueve horas y que se representó solo tres veces en su versión íntegra en este certamen, antes de triunfar en París pocos meses después. Invirtiendo los horarios de la Grecia clásica, empezaba cuando desaparecía el sol y terminaba al romper el alba. Con su éxito, estas maratones teatrales se convirtieron en tendencia. Dos años después, Antoine Vitez, partidario de un “teatro elitista para todos”, puso en escena El zapato de raso en la versión completa concebida por su autor, Paul Claudel, que duraba 11 horas.

En 1995, el propio Olivier Py superó esa plusmarca con una obra de 24 horas en total, La servante, convertida en un hito del teatro reciente en Francia. En 2009, Wajdi Mouawad alcanzó las 11 horas de duración con una exitosa representación nocturna de tres de sus tragedias contemporáneas, Litoral, Incendios y Bosques, en el escenario histórico del Palacio de los Papas. Más recientemente, directores treintañeros como Thomas Jolly o Julien Gosselin, ambos revelados en Aviñón, les han tomado el relevo. El primero, fan del teatro isabelino pero también de los videojuegos y de Lady Gaga, lo hizo en 2014 con una puesta en escena de los 15 actos y cerca de 10.000 versos del Enrique VI de Shakespeare, de 18 horas de duración. Y el segundo lo hizo dos ediciones más tarde con 2666, una adaptación de 12 horas inspirada en la novela de novelas que dejó inconclusa Roberto Bolaño. El público no faltó a la cita y abundaron los aplausos. Hoy son dos de los talentos más aclamados del último teatro francés.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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