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OBITUARIO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Boris Pahor, un testimonio de la resistencia contra el fascismo

El escritor, fallecido este lunes 30 de mayo a los 108 años de edad, fue superviviente de los campos de concentración nazis y relató aquellos horrores en novelas como ‘Necrópolis’

El escritor Boris Pahor retratado en Italia en febrero del año 2000
El escritor Boris Pahor retratado en Italia en febrero del año 2000Louis MONIER (Gamma-Rapho via Getty Images)

Es difícil explicar quien ha sido Boris Pahor. Es difícil entender la posición que ha ocupado, sea cual sea la perspectiva desde la cual intentemos acercarnos a él. Nació poco antes de la Primera Guerra Mundial en Trieste y ha muerto en la misma ciudad este 30 de mayo; en agosto habría cumplido 109 años. Pero no es su longevidad lo que lo que le convierte en un testimonio tan excepcional, sino su mirada, una mezcla de ternura y de resistencia. Nunca volvió los ojos para obviar las verdades más duras y nunca perdió la ingenua alegría de un niño que simplemente disfruta de ser parte del mundo.

En una de nuestras conversaciones me habló de su madre. Decía que tenía un carácter obstinado, era inamovible y testaruda. Boris Pahor heredó esa proverbial testarudez kárstica, quizás esa es una explicación plausible para entender por qué fue capaz de ser un niño travieso en las calles de la Trieste fascista, porque regresó de su “peregrinaje entre las sombras” —como tradujeron al francés el título de su novela Necrópolis (1967) que testimonia su internamiento en los campos de concentración nazis— con unas ganas irreprimibles de seguir luchando, por qué resistió después de la guerra toda clase de presiones, escribió y editó publicaciones en su diáspora triestina. Mientras Eslovenia estaba escondida e inadvertida tras el Telón de Acero, Boris Pahor apenas tenía lectores incluso entre los eslovenos.

Durante décadas su testimonio no pudo ser divulgado porque Europa entera no estaba dispuesta a escuchar esa complejidad que él ha ido trazando en su obra, pero tampoco su compromiso cívico. Pahor testimoniaba, pero cuestionaba, dudaba e indagaba siempre de nuevo incluso en sus propios escritos. Hay relatos que reescribió dos y tres veces, en intervalos de años, sin cansarse nunca de analizarse a sí mismo y a su entorno.

En 1920, presenció la quema por los fascistas del Narodni Dom, un imponente edificio situado en el centro de Trieste, construido por el arquitecto Maks Fabiani, que albergaba un hotel, un teatro para cuatrocientas personas, un gimnasio, una biblioteca, una escuela de música, dos restaurantes y un café, una caja de ahorros y una imprenta, además de pisos particulares y oficinas. El edificio, que era un símbolo de una confianza en el progreso con la que los eslovenos entonces se imaginaban el futuro, fue incendiado por las escuadras de camisas negras que empezaban a organizarse. Fabiani, el arquitecto, que había destacado entre los creadores de la monumental Viena, acabó desarrollando proyectos para el Estado fascista, llevando esa misma grandilocuencia a los espacios rurales. Todavía hoy los turistas admiran la belleza de un pueblecito como Štanjel —sin saber quién fue Fabiani ni por qué uno de sus proyectos fue reducido a cenizas.

Ese ejemplo nos aproxima a la complejidad de ese entorno dónde confluye la Europa Central en la que los alemanes quisieron imprimir su hegemonía con el Mediterráneo latino y los Balcanes, las tierras dónde resonaban proclamas a favor del paneslavismo, pero que eran y son puerta de entrada de las incursiones otomanas y de tantos otros países lejanos. El 13 de junio de 2020, cien años después del evento descrito en Pira en el puerto (1959; reescrita en 1972) se encontraron en Trieste los jefes de los dos estados, de Italia y Eslovenia en presencia del autor para cerrar una de tantas heridas.

No nos debe extrañar tampoco que Pahor fuera delatado a la Gestapo por un colaboracionista esloveno, eran los que mejor sabían quiénes de la comunidad destacaban en la lucha antifascista. Cuando volvió después de una larga recuperación —que describió en La lucha con la primavera (cuatro rescrituras 1958, 1961, 1978, 1998)— fue protagonista de uno de los más decisivos debates que prepararon Eslovenia para un futuro más plural y más democrático. Publicó en Trieste una entrevista que costó a Edvard Kocbek una condena al ostracismo de por vida y a Pahor unos cuantos años de prohibición de entrada en Yugoslavia. ¿De qué hablaban? De las matanzas que se produjeron en Eslovenia justo después de la guerra como represalia contra los jóvenes que se habían alistado en las milicias anticomunistas. Pahor, que a causa de un delator fue enviado a Dachau, transferido a Natzweiler-Struthof, luego de nuevo a Dachau y después a Harzungen y finalmente a Bergen-Belsen, exigía que bajo ninguna circunstancia ningún Estado puede actuar bajo semejantes impulsos de venganza.

Su Necrópolis se tradujo en 1990 al francés, en 1995 al inglés y en 1997 al italiano —en una modesta editorial de Monfalcone—, en 2001 al alemán, en 2004 se publicó mi traducción catalana —en Lleida porque las grandes editoriales aún no sabían quién era— y en 2010 la traducción española de Barbara Pregelj. Además, uno de sus cuentos, que narra el retorno a casa, está disponible en la antología editada por Páginas de Espuma en 2009. En ese libro, le acompañan Kocbek y otro maestro de la complejidad, Lojze Kovačič. Los tres son pilares de una pequeña cultura, la eslovena, pero su mensaje debe ser compartido: no hay fronteras, humanidad solo hay una.

Simona Skrabec es traductora al catalán y al español de Boris Pahor.

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