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Los estrenos en 35 milímetros sobreviven en un milagroso ‘Cinema Paradiso’ en Granada

El cine Madrigal exhibe películas fotoquímicas, un proceso antiguo y costoso, gracias al empeño romántico de sus dueños. Unos cuantos nostálgicos forman un público pequeño pero rentable

Javier Arroyo
Juan Torres-Molina, responsable del cine Madrigal de Granada, examina una tira de película el pasado 19 de enero.
Juan Torres-Molina, responsable del cine Madrigal de Granada, examina una tira de película el pasado 19 de enero.Fermin Rodriguez

Elena Torres-Molina entra en la sala de proyección del cine Madrigal, en el centro de Granada, y su primera tarea no es encender ningún ordenador. En el cuartito, de hecho, no hay tecnología digital alguna. El espacio está repleto, en cambio, de latas y tiras de película. En el centro de la sala presiden dos grandes proyectores de hierro rotundo, o eso parece. El de la izquierda proyectó por primera vez allí mismo el 24 de septiembre de 1960, aunque hace tiempo que no se utiliza. El de la derecha aún arrastra a diario miles de metros de película en las cuatro proyecciones que ofrece el cine cada día. Es un modelo Westrex de 35 milímetros, una mole y una rareza en los cines actuales, donde la proyección digital sacó de las salas la película fotoquímica hace una década.

En 2022, en España, el cine Madrigal de Granada es el único que proyecta películas de estreno en 35 mm. Sus propietarios dicen que es rentable, pero reconocen que su digitalización será pronto inevitable. En paralelo, filmotecas y unas pocas salas que se cuentan con los dedos de una mano aún proyectan en ese formato con películas que, en el caso de las salas privadas, proceden sobre todo de coleccionistas que salvaron las latas antes de que acabaran en la basura.

Hace más de 60 años que el abuelo de Elena Torres-Molina montó el cine Madrigal. Eran tiempos de sala única y películas de tricetato de celulosa, un soporte delicado, predispuesto a enfermar e inflamable, como se ve en la popular película italiana Cinema Paradiso. Tanto que obligaba a tener dos salidas de agua cerca del proyector por si ardía. El Madrigal, aunque en desuso, aún los tiene. Desde los años noventa, la película es de poliéster y ya no arde ni enferma. Eran tiempos también en los que, cuenta Nacho Estrada, proyeccionista de la Filmoteca Española —oficialmente, operador de cabina—, la proyección de una película obligaba a un trabajo de atención constante. Se proyectaba rollo a rollo, y no duraban más de 20 minutos, por lo que cada poco había que estar atento al cambio. Del proyector salían al revés, así que había que rebobinarlos y dejarlos listos para el siguiente pase. Además, había que estar pendiente de que no ardieran. “El cambio de rollo es un arte”, cuenta Estrada. Hoy, en la sala Madrigal, los cuatro o cinco rollos que suelen tener las películas se aúnan antes de proyectarlas y la proyección, del tirón, ya no requiere esa atención constante.

Juan Torres-Molina, de 56 años, es tío de Elena e hijo del fundador del Madrigal. Él es el responsable del negocio familiar, quien decide la programación y quien, por su visión romántica, se empeña en estrenar en un formato desaparecido y negado por la industria para las salas. En los rodajes, por otro lado, aún quedan algunos directores ­que ruedan en película fotoquímica, aunque a la hora de distribuir y proyectar no queda otra que digitalizar. El empecinamiento de Torres-Molina supone entonces un serio problema que requiere planificación, paciencia y capacidad de negociación. Las distribuidoras no tienen películas de estreno en este formato. Ni en 16 o 70 mm, las otras posibilidades de película fotoquímica.

Mientras en la sala Phenomena de Barcelona, que proyecta con cierta regularidad en 35 y 70 mm, la programación depende mayoritariamente de la colección personal de su propietario y director de cine, Nacho Cerdá, el camino de las películas de estreno que llegan a Granada es tortuoso. El primer obstáculo es que las películas salen del horno en formato digital. Todas. Y las grandes distribuidoras de Hollywood, las majors, hace años que rechazan hacer una sola copia en 35 mm. Eso deja, de principio, el catálogo de Torres-Molina con menos opciones. No obstante, el propietario del Madrigal se amolda mientras sea buen cine: proyecta cine europeo, asiático o el que haga falta si es de calidad.

Sala de proyección en el cine Madrigal de Granada.
Sala de proyección en el cine Madrigal de Granada.Fermin Rodriguez

Salirse del carril convencional, además, encarece el producto. La tecnología actual permite que, por ejemplo, las películas lleguen a los cines vía satélite. El coste de transporte y producción de la copia se reduce así a cero. La otra opción es la de los DCP, un disco duro que lleva la película en formato digital y vale unas pocas decenas de euros. En la parte opuesta está la apuesta del cine Madrigal y sus latas de películas fotoquímica: vale entre 2.000 y 3.000 euros producirlas y transportarlas, porque hay que recurrir a laboratorios extranjeros —Rumanía en el caso del cine Madrigal— y la casi instantaneidad del satélite se convierte en tres o cuatro semanas de espera. Esa carestía, además, obliga a Juan Torres-Molina a negociar primero con sus distribuidoras. Dado el coste de fabricación del poliéster, necesitan una cierta presunción de éxito que asegure cubrir los gastos iniciales y que la película sobreviva al menos una semana. El suministro de películas nuevas en 35 mm conlleva una serie de inconvenientes que Torres-Molina narra con pesadumbre, pero que aún no le han vencido.

¿Y por qué ir a ver una película en 35 que, como los mayores de cierta edad recordarán, no tiene ni de lejos la perfección de las proyecciones digitales actuales? Yuri Aguilar, propietario de una colección de más de 1.200 largometrajes en 35 mm —8.000 referencias, cuenta, incluyendo cortometrajes, publicidad, tráileres…— explica que “este formato ofrece una textura y una profundidad que no tiene el digital. La película es un elemento orgánico que nos ofrece otro sonido, otros colores. Hay imperfecciones, sí. Pero esa es también la experiencia que ofrece el fotoquímico”. Para Nacho Estrada, de la Filmoteca, esta proyección permite, además, un intangible: “La nostalgia de volver a ver el cine como muchos lo vimos en nuestra juventud”.

En la imagen, Elena Torres-Molina Jimenez, sobrina de Juan, se encarga de montar la película en el proyector
En la imagen, Elena Torres-Molina Jimenez, sobrina de Juan, se encarga de montar la película en el proyectorFermin Rodriguez

La nostalgia lleva al coleccionismo y el 35 mm no escapa de ello. Yuri Aguilar, que tiene una colección enorme de material en este formato, conoce bien el mercado porque él es uno de los que más lo alimentan. Un día de este mes de enero, en todocoleccion.net, centro de la compra-venta de películas, se ofrecían 1.559 referencias, “de las que 1.400 eran mías”, aclara. La película más buscada es, cómo no, Cinema Paradiso, de las que no quedaban en España copias en fotoquímico. A partir de una versión digital, Aguilar hizo cinco copias, algunas de las cuales son las que circulan por ahí. Según él, 150 personas aproximadamente conforman el núcleo de coleccionistas de películas en 35 mm en España.

La nostalgia de películas clásicas en 35 mm aún podrá disfrutarse aquí y allá —Phenomena en Barcelona, el cineclub del Casino de Agricultura en Valencia, el propio cine de Yuri Aguilar en Catadau, a 30 kilómetros de Valencia, donde se organizan pases privados, las filmotecas, y esporádicamente en unas pocas salas más—, pero en el cine de estreno está en fase severa de agonía, y a eso se enfrenta el Madrigal. Bárbara Merino, directora de ventas de Caramel Films, suministradora habitual de películas de los Torres-Molina, es una incondicional del cine granadino y de Juan, su gerente. “Es un tipo de primera que conoce a su público, al que le ofrece cine de calidad”, aunque a la vez admite que el proceso de convertir en película fotoquímica los filmes de estreno es cada vez más difícil. “Es un proceso que solo hacemos por el cine Madrigal y por Juan. Sin embargo, a la sala no le queda otra opción que digitalizarla y vamos a echar una mano a ello”, admite Merino.

Detalle de una de las películas que se proyectan en el granadino cine Madrigal.
Detalle de una de las películas que se proyectan en el granadino cine Madrigal.Fermin Rodriguez

Y ahí es donde se le abren las carnes a Juan Torres-Molina, que reconoce que no queda otra que cambiar al digital aunque no tiene el ánimo de hacerlo. Porque, además, dejando de lado el periodo duro de pandemia, su cine da dinero. No se trata de un negocio de melancolía, sino que siempre ha dado beneficios. Aunque quedan muy lejos los sábados en los setenta y ochenta en los que vendía todas las entradas para cada una de las tres o cuatro sesiones que ofrecían, con un aforo de poco más de 500 asientos, ahora la gente ha vuelto al cine.

Un sábado de enero, en la sesión en la que EL PAÍS acude a la sala, 150 personas se citan para ver Pan de limón con semillas de amapola (2021) de Benito Zambrano. En 2019, La verdad, de Hirokazu Kore-eda con Catherine Deneuve, Juliette Binoche y Ethan Hawke, vendía 400 entradas los sábados, como El oficial y el espía, de Roman Polanski. En el caso de La hija, de Manuel Martín Cuenca, el Madrigal obtuvo la tercera recaudación de España, y eso con entradas a tres, cuatro y cinco euros, según el día. Bárbara Merino cuenta que este cine “está siempre entre los cuatro o cinco primeros en recaudación y espectadores en las películas que proyecta”.

Dadas las circunstancias, el Madrigal es un cine con futuro, pero quizá no se pueda decir lo mismo del 35 mm. Mientras Elena Torres-Molina tira del rollo de alrededor de 3.000 metros de Pan de limón para engarzarlo en el complicado camino que tiene hasta el visor del proyector Westrex, abajo en la entrada está José Luis, un espectador asiduo que vuelve al cine tras algún tiempo, y que saluda al gerente de la sala. “Me encanta este cine y me encanta su programación. Siempre he confiado en el gusto de Juan, que nos regala cosas preciosas”. Como decía Quentin Tarantino, fiel aún al fotoquímico, hace unos años en una entrevista con Jimmy Kimmel, ir al cine hace 20 o 30 años era “una cosa importante, como ir a la ópera o al ballet. Ahora, parece que es alquilar una butaca durante dos horas” y poco más. El cine Madrigal funciona, aún, con aquella lógica de hace décadas.

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