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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Cuando Londres era nuestra Meca

Patricia Godes ha confeccionado una exhaustiva guía a la capital europea del pop

Patricia Godes Londres guía
Sex Pistols firma en junio de 1977 un contrato discográfico en la calle, a las puertas del Buckingham Palace en Londres. De izquierda a derecha, Johnny Rotten (voz), Steve Jones (guitarra, firmando), Paul Cook (batería), Syd Vicious (bajo) y el cerebro de todo, el mánager Malcolm McLaren.Getty Images
Diego A. Manrique

A finales de los sesenta, el periodista Joaquín Merino publicó dos libros de título feliz: Londres para turistas pobres y Londres para turistas ricos. Su éxito confirmó un cambio de paradigma: tras décadas soñando con París, el viajero español desplazaba sus ansias de libertad hacia la capital del Reino Unido. Quizás fuera una consecuencia del llamado Swinging London, marejada mediática que había proclamado la ciudad como la capital mundial del pop y la moda. Solo había que dominar las particularidades de la libra esterlina: cuando ya te manejabas con chelines y peniques, ¡aparecían precios en guineas!

Los adictos a la música moderna éramos parte ansiosa de aquel tráfico humano: necesitábamos devorar conciertos, adquirir discos, acaparar información. También se apuntaron los músicos, en busca de instrumentos, equipo y, eventualmente, estudios de grabación. Ya en los ochenta, con la implantación de la multiplicidad de tribus urbanas, era destino obligado para adquirir trapos, zapatos y accesorios.

Nos habría facilitado mucho las cosas si hubiera existido un libro remotamente parecido al que ahora ha escrito la especialista Patricia Godes, Guía musical de Londres (Anaya Touring). Pero no, solo contábamos con un par de direcciones prestadas por algún aventurero anterior. Y su consejo: una vez que hayas superado al antipático funcionario de Inmigración, compra la revista Time Out, que te cuenta todo lo que hay esa semana en la ciudad.

¿Ciudad? Nos aseguraban que Londres era tan grande como la provincia de Vizcaya (resultó una exageración), la capital de un país muy diverso pero unificado por la música (y aquí acertaban). Tardaríamos en entender la profundidad de esa pasión, esa devoción que explica que el árbol contra el que se estrelló fatalmente Marc Bolan se convirtiera en lugar de peregrinación, con su estatua y sus exvotos.

¡Tanto para descubrir! Londres tenía a la vista la maquinaria para fabricar música de éxito. Allí estaba la sede de Radio 1, la omnipresente emisora pop de la BBC. Y las Redacciones de varios semanarios, impresos en papel de periódico, que se peleaban entre sí por lanzar los últimos artistas y detectar (o inventar) las nuevas tendencias.

Hoy, la BBC compite a cara de perro con las radios privadas (y Radio 1 es solo la sexta entre las emisoras más escuchadas en Londres). Las revistas musicales han desaparecido o flotan en el ciberespacio. Los nuevos movimientos londinenses rara vez traspasan fronteras. Pero sus antiguas sedes siguen en el callejero y han sido rastreadas por Patricia Godes.

Su Guía musical de Londres ofrece una cornucopia de datos sobre locales de directo, estudios de grabación, tiendas de discos, pubs, instituciones educativas, casas okupadas y, claro, cárceles, que esto de la música no solía ser una ocupación de gente modélica. El libro también presta atención especial a la moda, que en Londres siempre se ha movido en tándem con el pop. Todo contextualizado con historia de los barrios, canciones para ambientar el recorrido y una barbaridad de mapas y fotografías.

Se incluye así mismo el relato de su perpetua transformación, con el acicalamiento de zonas antaño sórdidas o despreciadas. Y la crónica del armisticio de Londres con sus vecinos más díscolos. Da lo mismo que no fueran nativos: hoy, Jimi Hendrix es recordado en la misma casa donde vivió Händel (ambos tienen derecho a la placa azul que otorga el English Heritage y sus antiguos pisos se han transformado en modestos museos). Hasta Isabel II, vituperada por los Sex Pistols en God Save The Queen, recurrió 25 años después al rock y al pop para conmemorar a lo grande su Jubileo de Oro.

Tal vez esta Guía musical de Londres sea demasiado voluminosa para el turista ligero de equipaje (y su uso práctico está limitado por la pobreza de su índice), pero funciona perfectamente para viajeros de sofá. Que posiblemente sea la opción más sensata dado que, dejando aparte Ginebra y Zúrich, se trata de la ciudad más cara de Europa. Y sí, los cancerberos en sus aeropuertos se han vuelto incluso más antipáticos.

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